Si pudiera escribir todos los días una página importante; no nada más teclear y acudiendo a las sombras que rodean la imaginación ir ensartando palabras que buscan, pobrecitas, casi a solas, poseer algún sentido, sino por mi propia voluntad y en ejercicio de mis facultades, arrebatarle cada día una buena página a la nada para ponerla a la consideración de los demás. Poder decir sin engolamiento ni titubeo al poner el punto final correspondiente: Amigos, conocidos y no, señoras y señores, autoridades y altas investiduras que en este momento os veis ante el escrito de alguien, sed benévolos o al menos buscad la toga magisterial de la neutralidad y ayudadme a poner la página en donde corresponde. Que lo mío estuviera investido de esa seguridad gremial que otorgan los momentos altos de las posibilidades de cada quien, surgido de un buen resultado, claro, y que la página, como en esas antiguas imágenes de cine en las que caían las hojas del calendario, fuera volando a destinos legítimos, reales, existentes en el obsesionante mundo de la realidad. En la mesa de redacción del periódico digital más visitado, por ejemplo, en donde, además de exhibirse con sus galas y aseos, pudiera abrir la puerta a sus hermanas menos afortunadas promoviendo este perseverante blog.
Que cayera, impulsada por la mano inocente de la casualidad –conocedora más que nosotros de los azarosos caminos del destino- en la mesa de los divulgadores más conspicuos, los que dictan el rumbo del gusto y el interés en las revistas y cenáculos, y tuviera la fuerza para imponerse, el peso necesario para quedar fija sobre el escritorio a pesar de un posible desdén de entrada, natural casi siempre cuando se ignora de dónde provienen tales o cuales palabras, y con su propio cuerpo se acomodara entre las primeras planas de lo que sea para ir por el mundo exhibiéndose tal como es. Que llegara a los ojos del sabio en cualquier lugar del mundo, abolidas por su naturaleza sobresaliente las barreras de las lenguas, y pudieran sentarse ambos a dialogar tranquilamente un momento, el momento de oro de la página, por supuesto, tan breve y trascendente como un crepúsculo.
Si pudiera escribir una página importante, una página con alma, una página a la que rascándole con crueldad se le pudiera sacar sangre, una página que hablara por sí misma y tuviera el cuerpo jurídico suficiente para defenderse en cualquier tribunal posible y la fuerza de los titanes y los semidioses para entrar en combate digno de figurar en los frisos de cualquier Pérgamo que la topara, una página que se supiera a sí misma trascendente y pudiera ir por esos escenarios absolutamente desolados de la realidad recogiendo despojos de los escritos de su siglo y devolviéndoles la dignidad, la confianza, el coraje para luchar de nuevo. Una página importante pues, y no este escribir sin ton ni son nada más porque es la hora de atender a la bitácora en la que cada día, mientras estoy anotando los acontecimientos, relevantes o no, se me va el alma por los más erráticos caminos de la fantasía.