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Haz el amor conmigo

HAZ EL AMOR CONMIGO


La fruta

Dame ese racimo
de uvas negras,
niña,
dame ese racimo.

El engaño

He visto miles de películas,
millones de anuncios comerciales
y millones y millones de fotografías
llenas de muchachas hermosísimas
que me guiñan el ojo,
que me muestran el ombligo,
que me ofrecen las tetas,
que me invitan, me enamoran,
y todo, ay, todo,
es una asquerosa mentira.

El antojo

Una chiquita en pantalón vaquero,
su boquita en francés;
al sur del Ecuador la verdad es al revés.

Las piernas largas, la cadera angosta,
su nalguita alzada;
en el Perú yo no soy nada.

Con sus ojitos fríos me descubre,
de frente se le ve el ombligo;
muñequita feroz, haz el amor conmigo.

La miseria

¡No! –gritó la estúpida alemana
cuando parecíamos haber traspuesto el terror,
cuando mi boca había tocado ya mil veces
cada minúscula campana de su cuerpo
y un jubiloso repiqueteo salía por la ventana
para convocar a todos los animales mayores y menores,
a las nubes, a los árboles, al eco, al sol,
al gran espectáculo eterno del amor,
y se aferró a sus torpes calzones alemanes,
último reducto de la blancura de su raza.

Nada que pueda tocar los siglos,
nada que altere nuestra organización precisa,
nada que toque el interior mortecino
de esta cueva aséptica por la cual mis padres
y los padres de mis padres
han hecho una y otra vez la guerra.

Mitad y mitad a la hora de pagar el cuarto,
a la hora del almuerzo y en el taxi;
mitad y mitad porque mi dinero es exacto;
soy una calculadora excepcional.

Mejor el fingido coito a través de la ropa,
la masturbación, o lo que sea;
mejor será degollar al zenzontle
antes que dejarlo cantar triunfal
en el nido vacío de esta rama.

Pero tocada ya la más alta cuerda
de ese instrumento prodigioso
no hay hacha que pueda cercenarla,
no hay madera podrida que la opaque
ni subida vertical que la detenga;
oh torrente que nos lleva en vilo;
así se vino a la tierra el mexicano
mientras la linda alemana,
más pobre cuanto más se embellecía,
tiraba por el sexo
sus últimos pedazos de historia contemporánea.

La bella

Mirta llegó a las cuatro de la tarde
con su estatura de princesa
preguntándome por mí.
Sí estoy, sí estoy, le dije,
y entraron sus ojos grises
a la sabrosa cueva de mi risa.
Enseguida empezó a transformarme en lo que quiso.

Maldita bruja,
sabes mucho más de lo que revelan tus ojos verdes.

Luego me cosió un botón caído del alma
y nos besamos.
Me abrazó como la cuerda de un ancla de ojos azulados;
puso mi cara fea entre sus senos perfectos
y entré al dolor terrible de la dicha.

A los pocos minutos estábamos desnudos
y nuestros dientes eran las punzantes razones de amor.
Fuimos eternos hasta la última gota.
Como ángeles de talles esbeltos
bajamos a jugar entre las pelusillas del cuerpo
y regresamos cargados de frutas silvestres a la boca.

Ah imaginativa,
tú le pusiste un cerco a  mi memoria:
no sé más.
Como tijeras tus piernas troncharon el hilo de mi cuello.

Aquí la bruja me hizo sentir
que caía en un abismo,
que hubiera sido igual no nacer
y yo la hice sentirse templo
y manantial gustoso y muchachita tierna.

Oh pavor, oh ira sutil o manifiesta,
me abruma la certeza de tener sólo una vida.
Oh princesa de clase media,
me has arrojado al puerto
por donde se van, tocados del corazón,
los que no tienen reposo.


La moraleja

Para hacer el amor
no uses la que baila suelto,
usa mejor
la que se deja llevar con suavidad
en el danzón
marcando exactos por adentro los pasos
de la muerte.

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