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Lana Turner

LANA TURNER

Señora Lana Turner,
ayer que quise quedarme en cama toda la tarde
vi su película monstruosa y no puedo descansar del alma desde entonces.
Es usted idéntica a mi madre. O yo soy idéntico a mi madre.
O ese mundo tiene una identidad patética con ella.
Su olor me llegó de nuevo
como si otra vez fuera yo chico y quisiera entrar al baño
y ella me rechazara con un descolón mientras se bajaba la falda torpe
para que no le viera yo quién sabe qué que olía a eso
que usted me recordó.
Le agradezco muchísimo el maquillaje de sus cejas. Y su escena de la muerte.
Es usted magistral,
miente a gritos y aun mintiendo pone en entredicho mi alma
más que todas las verdades que abundan por ahí; se lo agradezco.

¿Había una orquídea en una cajita con tapadera transparente?
¿Había una falda drapeada?
¿Era el imperio de las fajas lo que puso cerco a mi imaginación?

Estoy seguro de que alguna vez usted me quiso,
que a través de la pantalla me sintió fijo, atento, suspendido,
y como en la historia usted quería un hijo y no lo hallaba
qué fácil le hubiera sido quererme a mí.

Le doy las más expresivas gracias por todo lo que hizo
–el sacrificio, la entrega, la pasión, la fidelidad–
que aunque no hubieran estado en ese guión inverosímil, usted
los supo dar con tal maestría que si no se hubiera muerto
yo me abrazaría a usted para llorar y llorar
y llorar
hasta mi propia muerte.

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