Tarde y de jeta

Ya pasa de la una. Tres o cuatro horas más tarde de la hora en que suelo ponerme a escribir. Y casi siempre, una excitación de más o menos grados me estimula y hace las veces de corriente eléctrica que va propiciando los impulsos dactilares que producen lo escrito. Lo otro es ponerme en alguna frecuencia temática, y listo. Escribir es bien fácil, a veces. Pero hoy… Primero desperté a las ocho y enfurecí: a las cuatro tomé una pastilla para dormir porque llevaba en la cuenta de la noche inútil para el reposo una hora tumbado sobre el costado derecho tosiendo y sin la más remota señal de que el sueño pudiera rescatarme. ¿Cuatro horas dura el efecto de esta pinche pastilla? ¡Maldita sea la porquería que me tomé! Pero me quedé echado, siempre sobre el adolorido y cansado lado contrario al corazón, y me volví a dormir, aunque no me di cuenta por estar refunfuñando, hasta las diez y tantas. Me incorporé con disgusto pero resignado, aunque en un movimiento involuntario en que mi mano accionó el mando de la cama articulada y echó para abajo el respaldo sin mi permiso, caí de nuevo sin vigor, sin ánimo, sin pizca de alegría y me volví a dormir, como animal herido. Hasta ahorita que me tomé un té.

Pero veo que es inútil la pretensión de renunciar a la página que va para un año me propuse escribir todos los días. No tengo libertad para dejar de hacerlo, me obliga la obligación que me impuse y no tengo más remedio que teclear. Y en lugar de sonreir con ustedes –bebiéndonos la copa de la fiesta política- por el giro que va tomando la campaña para las generales de marzo próximo en España, que se está poniendo buenísima porque la derecha ya sacó la armadura de los radicales y haciendo a un lado toda moderación y centrismo posible se lanza por un conservadurismo rancio y prejuicioso que apesta horrible –para los que creemos en la ventilación y el aire libre-. Lo malo es que la izquierda no se radicaliza nada, su centrismo y cautela dan una hueva atroz; no quieren hacer olas y dejan que los discursos alarmantes de la catástrofe económica que se avecina –porque ese es el fantasma con el que el PP quiere convencer a los votantes de que se vengan a su cuevita para salvarlos- circulen en los medios y entren a los bares a contaminar todos los pinchos y bocadillos que conforman el indispensable aperitivo de los españoles.

Y digo, en lugar de analizar estos sabrosos temas y contarles cómo es que echaron fuera de la campaña –pero ya lo habrán leído ustedes en la prensa- al último moderado con posibilidades que quedaba en las primeras filas, el inefable Alberto Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid, a quien lloran a millares que ya lo veían, como se veía a sí mismo, de cabeza del partido para las siguientes elecciones habiendo perdido Rajoy éstas, como todos, hasta sus primos cercanos esperan, me pongo a describir los transcursos lóbregos de mis nocturnas catacumbas en las que voy, casi a oscuras, encontrándome con fantasmas y demonios que amagan con no dejarme llegar a una nueva luz de día. Y ya que llego, miren nomás que fichita desbalagada se acomoda frente al teclado pasada la una de la tarde. ¡Hay que ver!

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