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Paseo por el mercado de esclavas

PASEO POR EL MERCADO DE ESCLAVAS

Después de la siesta
salí a pasear al mercado de esclavas,
era un poco tarde y no hacía calor,
los mercaderes envolvían en grandes lienzos
de tela sintética sus prendas,
cantaban casi a coro
y se preparaban para ir a recontar ganancias.

Uno de ellos hizo un guiño bastardo
que se vino rodando hasta mis pies.
En la fresca del atardecer
me temblaron las manos de sólo imaginar el futuro.

Eran cinco o seis. Todas esbeltas y garbosas,
sus risas mostraban dentaduras alegres
y sus pequeños gritos rebotaban en el aire.
Ninguna tenía más años que la otra
y a la que parecía menor le desbordaban los pechos el corpiño.
Estoy inmóvil como un reptil,
cuando mucho acomodo los ojos;
pueden pasar horas y horas;
bajo la piel la humedad se desplaza libremente.
A mi entusiasmo respondieron con miradas displicentes
dando a entender con rapidez que entre ellas
no faltaba varón de mi medida.

Torné rencoroso al lugar del mercader,
quien me dijo:
Acunemos el desastre, galán;
pocas bocas besan la nuestra ciertos días.
Revisa mientras la costura de tu bolsa,
la vela de tu barquito,
las maderas que crujen en tu casa.

Pero yo estaba seguro que mentía.

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