Rapidez

Un tren en aceleración continua que ha encontrado la llanura perfecta en cuya precisión las paralelas que lo contienen y sobre las que desplaza su elegancia desprendida de cordura, con la seguridad de que está haciendo lo que debe, así sea una insensatez dejar que avance tan rápido a sus lados el paisaje y todo lo material que son los árboles, los animales, las aldeas, los postes, las estaciones incluso, vaya quedando desdibujado y nada sino un cierto vientecillo de vértigo penetre por las ranuras o alguna que otra ventanilla abierta. Así me parece que ha venido enero. Será el año. Será el ocho con su infinito erecto. Será que no tiene tiempo de detenerse a conversar y cuya condescendencia proverbial –qué puede haber más tolerante que el tiempo- ha sufrido una mutación determinada por razones que vale más no pararse a averiguar. Ojos al paisaje: horizonte elástico que quiere venirnos a las manos a que juguemos con su nueva ductilidad; cielo sin rigidez cuyo color se transmina a donde ya no está su textura; lo que vive, apenas se percibe pues hasta el volar de grandes pájaros se va quedando atrás con la aceleración permanente de este bólido que a ratos me aterra y a ratos me hace sacudir la panza en una espontánea carcajada. Es enero, que acaba de empezar y ya se está perfilando para darle a febrero la estafeta.

No se me ha quitado el gusto del bacalao, de las tortas de pierna, de los turrones y guirlaches, del cava bailándonos en la lengua con su conversación cargada de secretos y promesas y ya va más que avanzado el mes de las rebajas en las tiendas; ya habrán escogido todo lo bueno y ahora, si uno quiere comprar, ha de atenerse a esa segunda línea de producción en la oscuridad cuyo secreto está en las cajas fuertes celosamente resguardado de las autoridades encargadas de vigilar que el comercio cumpla con rebajar las mismas mercancías que vende todo el año quitándoles precio y dejándoles todo lo demás intacto. Bah, que no cuenten conmigo; por lo pronto, mi sed de lucimiento no está en galas exteriores; tengo camisas, pantalones, suéteres, sacos y corbatas de sobra, que ni uso pues ando ya siempre como retrato con la misma ropa de mezclilla que sirve tanto para calor como para frío.

Lo que me tiene azorado es esta rapidez que a pesar de mi aparente quietud me desplaza hacia otra estación que de seguro tiene en la mente ya, que sabe en dónde va a dejarme. Ya viene febrero que tiene la cualidad, de por sí, de irse volando. Hay que organizar los fastos del día veinte, enguirnaldar las avenidas tan amplias por las que va a pasar la caravana festiva del aniversario, distribuir los contingentes en donde más puedan agradecer haber participado de la fiesta y haberse visto entre tanta página con tanta letra y colorinche, y sobre todo, hay que tomar medidas. ¿Qué va a pasar? ¿Se va a detener el tren y voy a bajar de la cabina arreglado para fiesta? ¿O este maquinista puede y debe seguir acelerando la marcha –si es que es cosa suya la rapidez con la que va- o detenerse un poco –si es que un poco se puede- y reflexionar acerca del destino que lo está llevando tan rápido hacia el próximo veinte de febrero, primer aniversario del blog?

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