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Película de amor

PELÍCULA DE AMOR

Era natural que yo estuviera dispuesto a vivir contigo hasta la escatología de la pasión.

¿Qué dioses no me hubieran dado la mano en semejante trance?

Era natural que yo te amara, y con ello se fue cualquiera duda.

Y si ya tú me iniciaste cortándome el hilo de la vida, puedo hablar así.

Donde tu seno se desbordara no cabría mi mano. Porque aunque era demasiado perder, gané para molde del amor tu sombra.

Ah, piruja maldita, qué cabellos tenías, más largos que mis intenciones y negros como el cartapacio del diablo.

Demasiada espuma de petróleo para un hombre divorciado.

¿Pero qué había de temer yo si el amor estaba puesto allí como producto del clima?

Así la pera que mordió Adán no lo echó sino de los brazos de su amada.

Fuiste tú quien inventó –para justificarte– toda esa historia estúpida del Paraíso.

Tacaña de la virtud, bellísima y virtuosa. No me quedaba más remedio que ser hombre.

Tu boca echaba humo como una cafetera hirviendo. ¡Malhayan todos los días de noviembre! Lloviera o no lloviera.

Tu estatura era pequeña adrede y no podrías negarlo. Qué chica era tu enorme belleza. Húmeda como el reverso de una virgen.

Hasta por las mínimas grietas de mi casa entraste, y una vez en los sótanos no te volví a ver.

Pero te conocía cómo eras perfecta. Qué dichosas tus piernas arborescentes; tus pies, de qué tela más cachonda los cortaron, y qué color de tarde en las hojas de tu piel; qué bruta, qué belleza.

Al tacto fuiste regalo y al paladar regalo y oler entre tus piernas fue regalo; qué sabrosa mixtura del demonio.

Tu magnífico mentón puse en mi boca y a mordidas te obligué a decirme que me amabas.

Y tu risa era como la copa blanca de los alcatraces y estaba llena de vino rojo.

Ahora me daría terror mirarte tan desnuda, pero entonces sobre tus morenas nalgas mi cabeza dormida se ponía a soñar.

Ay, diantre, qué inútil querer reconstruir tu mítica belleza.

Es comprensible que yo vaya de ciudad en ciudad. Es así porque mi origen lo acabaste.

La ciudad que yo tenía la acabaste. Edificios y calles y semáforos, peatones, humo y parques encerrados, con el manejo de tu voz los acabaste.

No me queda más remedio que ser hombre.

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