Sin categoría

Minuciosa noche

Ahora sí de plano, dije, me voy a dormir aprovechando el golpe de sueño que me dio y a ver hasta dónde llego con el primer empujón, que luego ya veremos. Pues lo cierto es que pude ofrendar ocho horas en los noctívagos altares; ocho horas de recorrer una misma tela con atención exquisita y dedicación prolija, tomando en cuenta que lo que queda de la noche sobre el mostrador de la memoria es migajería difícil de clasificar.

Aunque, vayamos por partes: a las dos horas de haber caído me despertó un retortijón. Aquí está la celada, pensé, esta es la trampa que me pone la noche para enseñarme quién manda, y me levanté al baño. Pensaba entretanto que había concluido la cuota a mi favor y que en adelante la caverna de los desvelados se abriría espantosa para irme tragando durante interminables horas. Me resigné. En las veladuras que se iban descubriendo gracias a no querer pensar para que el pensamiento no me ocupara, había una apasionante visión bíblica de lo más apocrifota: el Nazareno tenía que dejar los campos de labranza en que laboraba su gente y podíamos aprovechar para adoctrinar en su contra, seguros de que no regresaría y podríamos realizar nuestra humanitaria encomienda –lo de él representaba un peligro para la especie- siempre y cuando lo hiciéramos con absoluta minuciosidad.

El secreto estaba en atender a lo ínfimo, en ir a las partes moleculares de la composición del paisaje, del color, de la acción; tomado de bulto nada servía para el propósito, que a esta hora era ya más individual y profano: pasar la noche, hundirme en su regazo, diluirme en atención concentrada a lo que estaba haciendo. Y logré deslizarme sin que los guardias lo impidieran; no sé cómo porque estaban ahí listos con luces, ruidos y cohetones para impedirme la entrada y arrojarme al espinoso desierto de la vigilia lleno de serpientes y alimañas. Pero pasé; de ladito, pero pasé; la tos tuvo misericordia y no descubrió mi ubicación mientras cruzaba los primeros tramos que lo mismo eran crestas ardientes de montañosas formaciones que acantilados espeluznantes cuyo fondo me llamaba con voces seductoras: ven, me decían, ven, ponte a leer, escribe un rato, baja una peli a la compu, aprovecha el tiempo.

Lo que yo quería era seguir durmiendo y lo que menos tenía era fe en lograrlo pero persistí por un secreto impulso. Ladeado sin remedio, escorado sobre estribor me fui dejando llevar por la corriente. Que me hunda, decía yo, que me devore. Y con esta oración pagana fui ganando terreno. De vez en cuando salía yo a la superficie y pedía volver a lo profundo. Mis emergencias, ahora lo sé, no fueron sino manchones pasajeros en la tela. Y aunque estoy adolorido de los huesos de este costado veo con satisfacción que haciendo caso con humildad a las voces que lo guían a uno se puede transitar por los peores abismos. Una y otra vez regresaba a la parte infinitesimal de cada instante; eran paisajes bucólicos ingleses de los Siglos XVIII Y XIX, con sus damas, sus caballos potentes, sus prados prodigiosos y sus perros. Nada podía quedar sin revisarse a fondo, tal era la condición, y la cumplí con disciplina ejemplar, tanto que transcurrieron ocho horas y heme aquí, un poco adolorido pero en el fondo satisfecho de haber podido dormir.

Categoría: Sin categoría
Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba