Transcurso lento de la noche

Ay amigas, amigos, comadres y compadres, mujeres que pasáis por la 5ª Avenida, yo quisiera que vuestra entrada en esta página fuera siempre una fiesta, que abrierais sus puertas como si fueran las del júbilo y que adentro sólo hubiera cosas deleitosas tanto para los sentidos como para la reflexión, pero qué esperanzas, está llena de abrojos y tepalcates porque no responde a un plan de escritura sino a la pura espontaneidad del que la va ciñendo al cuento con las cintas de la realidad y si bien es cierto que a veces hay caramelos y compotas, otras veces acíbares amargan el espacio al que más les valiera no haberse asomado. Habiendo tantas hojas escritas en el inabarcable compendio de lo escrito, que necesidad hay de adentrarse en estos muladares. Pero pues por lo pronto, como ya están aquí, les agradezco la lealtad y la confianza y abusando del refrán que dice que donde hay confianza da asco, les cuento dos o tres pormenorcillos de lo que fue la noche. No porque mis noches sean ejemplares, pues ya nada lo es; entre que somos tantos y estamos tan enterados de todo, ya ni siquiera la imaginación tiene espacios buenos para competir por los lugares altos en lo sorprendente.

El lado del que duermo, que es el derecho, contiene entre pleura y pulmón un sobrante, que es el que da la lata con la tos y al que le estamos dando con la maza de la quimio, pero del lado izquierdo nomás no puedo estar porque ahí la tos se magnifica y… ¡Basta!, ya me dio pudor estar contándoles esto; mejor les describiera los matices inagotables de las sombras cuando abro los ojos en la oscuridad y cambia el pasillo que conozco por otro fantástico en el que van y vienen objetos ignotos que no pocas veces los fantasmas utilizan de muy diversas maneras para sus ineluctables fines. Lo que era la Tizona del Cid que cuelga de un par de clavos pasa a ser una ventana sospechosamente entreabierta tras de la que se ven escenas que ocurren en corredores inmensos de castillos burgaleses en los que se conspira para derrocar un rey; hay alborotos y borucas en sordina, porque es la noche y porque es el otro lado de lo que es.

En el librero que mi vista alcanza cambian las proporciones y lo que hay son bestias contenidas por una fuerza que las domina, a la que no soy del todo ajeno; no hay riesgo de que se liberen porque las tenemos sujetas con mano de fierro; sólo que más allá, en donde el pasillo tuerce y dejo de dominar con la vista el panorama, es posible que haya algo amenazante; la solución es cerrar los ojos, quitar esa vía de acceso y dejarlos en el aire negro de la oscuridad completa. Todo fuera poder al cerrar los ojos desconectar el hilo que mantiene unidas tales escenas con sus personajes y objetos a las posibilidades de mi interpretación; evitaríamos que entraran en la casa, que con ese mínimo clic que no sé si oigo o imagino, se les abrieran de par en par las puertas y pudieran pasearse a sus anchas por las posesiones completas, inmensas, de mi vida…

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