El estanque de los batracios

De todo hay en el estanque. De todo. Ninguna luz le es ajena, ningún matiz omite su secreto, sólo es saber buscarlo y ahí está, lo mismo de color que de tono, de duración que de volumen. Todas las cosas que atañen a los demás y a uno mismo tienen ahí punto de partida, resguardo y sugerencia. Asómate, no más. Has de ver que a veces hierve erizado de temas –seres de todas las dimensiones y condiciones posibles que ahí habitan con naturalidad multiplican el espacio hasta hacérnoslo ver monstruosamente inabarcable- y otras parece un caldo liso, carente de todo prodigio; da un poco de asco imaginarse a uno mismo chapaleando entre esos viscosos líquidos tibios para buscar un tema. Mejor el periódico, la memoria, el radio, la ventana o la incursión en los alrededores; mejor de plano la primera mentira que se nos venga a la cabeza y a desarrollarla como si tuviéramos elementos de sobra para conocerla y tratarla, antes que empaparnos en tales miasmas corruptos de los que no sabemos –aunque siempre parece que no- si saldremos con vida, con salud, con el cucurucho de alegría necesaria para conjurar adversidades y poder llegar al día siguiente.

Pero de algún lado tiene uno que sacar lo que escribe todos los días; ni modo. No siempre están los asuntos formaditos sobre la mesa para que escojas el que más te venga a mano cuando te dispones a trabajar. Ya sabes que tienes un stock de materiales recurrentes y que siempre puedes acudir a ellos, pero allá tú, porque hay cosas que están en juego: tu credibilidad, la simpatía, tu habilidad de encantador. La enfermedad, el clima, la campaña electoral, las bonitas ocurrencias del Papa. Hace mucho, por ejemplo, que no hablo de la cocina, pero si alguien revisa las páginas de las últimas dos o tres semanas se dará cuenta de que ha sido prácticamente imposible desempeñarme en esos menesteres. La vena no está para que corran esas sangres. Y ¿qué?, ¿voy a mentir? Pues mira, sí, si vale la pena, si te lo van a creer y van a ser felices; pero ponerme a mentir para contar de unas croquetas aguadas que no hice o de un champurrado insípido que no consumí no viene a cuento.

En todo caso, y lo dejo para después, tengo pendiente un tema que siempre pasa volando cerca de mí y se me escapa: quiero razonar acerca de la conveniencia de legislar sobre las relaciones familiares. Ahora que andan en la campaña electoral cómo han trapeado con el tema, cada uno asegura que defiende más a la familia. Y yo creo que hay que buscar su punto de desintegración sensata. Por supuesto que la relación padres reproductores-hijos en formación merece toda la atención política, económica y social del mundo, pero hay que ponerle un límite; no puede ser que un hijito que vive con sus papis a los treinta y ocho años decida matarlos porque le invaden su espacio vital, y cosas por el estilo de las que está llena esa prensa horrorosa que tanto aprecian los españoles. Padres, hijos, nietos, hermanos y demás deben tener fecha de caducidad en cuanto a las responsabilidades de parentesco. Otra cosa es el cariño que se tengan, las ganas de verse, el amor, que no tiene modos de medirse…

Entradas creadas 980

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba