Licencias de manejo

Me he encontrado en varias ocasiones con personas que están concentradas estudiando para su examen de manejo; obtener la licencia de conducir en España no consiste sólo en pagar el derecho correspondiente sino que hay que demostrar que uno está capacitado en la práctica y en la teoría para ingresar a esa cofradía corsaria que obtiene una patente para cruzar los mares de calles y carreteras viendo cómo medra con el espacio y con el tiempo. Atenidos a su temperamento, los españoles, una vez que tienen la pertenencia legal juzgan que pueden hacer lo que les dé la gana. Hay muchos muertos en carretera porque hay mucho carácter y mucho genio –A mí quién me va a decir a qué velocidad tengo que conducir-, declaró un día, un poco pasado de copas y con mucha chulería, el ex presidente Aznar, al criticar una medida preventiva puesta en práctica por el partido que echó al suyo en las anteriores elecciones. La lucha del gobierno por poner el bozal a la fiera es intensa y costosa, pero así son los españoles y hay que encontrar regulaciones que aminoren esos impulsos que causan tantos estragos y tantas vidas.

En México lo único que demuestra la posesión del carnet es que pagaste el impuesto correspondiente; si sabes o no manejar es cosa tuya, aunque como es una acción mecánica y sencilla, una vez que se convierte en segunda naturaleza tiene pocos secretos y prácticamente cualquiera lo puede hacer. Aunque no siempre fue así; yo recuerdo haber hecho examen de arranque, movimiento y estacionar, con un coche chatarra que servía muy bien para que los inspectores te reprobaran tantas veces como te negaras a pagarles el cómodo precio de la corrupción. El trámite, por supuesto, era oficialmente gratuito. Hasta que el gobierno tomó el negocio en sus manos y legalizó el pago quitando el motivo de descomposición moral a los sinodales, los exámenes. De modo que en México la licencia de manejar es una identificación aleatoria y la comprobación de que pagaste lo correspondiente, pero nadie siente que lo autorice a más. Por desgracia no conozco un estudio comparativo de accidentes de coche entre los dos países.

Pero yo, que hice un principio vital de mi negativa a estudiar para exámenes –razón por la que soy autodidacta-, me temo que voy a tener que hacerlo casi cincuenta años después de haber empezado esa actividad mecánica que he practicado durante toda mi vida. Y peor, cuando he iniciado ese alegato por el que reclamo que se legisle sobre la pertenencia de seguir produciendo vehículos de locomoción no colectivos o de servicio, cuando pido públicamente que algún país tenga las agallas para prohibir el coche particular. Pero voy a tener que hacerlo porque el pequeño subterfugio de que me he valido para manejar en España me parece indigno de quien se la pasa criticando: no tengo coche pero cuando tengo que manejar –cada vez menos, lo que agrava el peso de mi decisión- llevo conmigo mi pasaporte para, en caso de necesidad –que no me ha ocurrido nunca-, alegar que soy turista y mostrar mi licencia mexicana, ocultando que en realidad soy residente del país y sé que debería atenerme al reglamento y las normas. Aquí cabe también la expresión, aunque me duela: cuestión de temperamentos.

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