Yo, como de costumbre, estoy un poco confundido con las novedades. Ahora se entra por otra calle; Milagros le abrió puerta hacia una avenida más amplia con anchas aceras, bien arbolada por si vienen ustedes cuando hace calor y buscan la fresca sombra de los ficus. Yo tiendo a entrar por el mismo camino de siempre y tengo que dar la vuelta, hasta que me acostumbre. Salí por hielos, porque adentro está la fiesta en plena temperatura. Vinieron los Adriás y los Arzacs y las doña Mary y Doña Julia de los mercados de Puebla y de Oaxaca y las cocinas efervescen emanando expectativas ante las que el prójimo arremolinado se desmaya o cae en éxtasis propiciatorio ofreciendo su penitencia para merecer. No hay nadie indiferente porque a quienes no les interesan los placeres del divino Gastro están reunidos en la sala de conciertos motivados por no sé qué runrunes que han soltado la especie de que cada quien escuchará lo que quiera pues aquí se ha ido más allá de lo que antes se llamaba programar y se ha diseñado un Nirvana virtual en el que mandan la voluntad individual y la evocación inevitable.
Hay reminiscencias egipcias y mesopotámicas en los decorados. El sol, el león, la luna, el escarabajo, el toro, la estrella y el halcón están representados por doquier para que todo el mundo se sienta protegido. La sensación general, con todo y el gentío, es de holgura, aunque no deja de haber grupitos que prefieren apiñarse, reir por lo bajo, picardear entre sí sin compartirlo. A veces se apagan todas las luces y en el silencio absoluto se oyen voces conocidas de asiduos de esta página que intervienen para hacer una loa o extender una luminosa felicitación que brilla un instante sin señalar a nadie porque la oscuridad en que estamos todos los demás permanece protegiéndonos de indiscreciones y no habría mano que denunciara las acciones de otra mano contigua que se atreve por fin a descorrer esa caricia que tuvo enrollada tanto tiempo. Y la casa tiene rincones para todos los sentidos. Hay cincuenta nereidas vestidas de gasa acuática repartiendo mariscos en bandejas de plata. Es fiesta.
No hay día ni noche pues nos iluminan y nos oscurecen todos los meridianos de la tierra. Cosa que le da al jolgorio un toque novedoso y fantasmal. Nos oímos pero no nos vemos; nos vemos pero no alcanzamos a tocarnos; nos tocamos pero somos el aire de una ilusión. Yo me desplazo por todos los salones como anfitrión que soy (ya puse el hielo en donde toca) y voy brindando con todos con mi mezcal en vena, un riego por goteo que me mantiene en el grado previo al de la euforia. Y voy acercándome a cada uno para ver que estén atendidos y para pedirles que disculpen lo que falta; quizás la fiesta no dure un día sino muchos; poco a poco, entonces, iremos haciendo los ajustes necesarios para que todo el deus ex máchina que hay previsto funcione como se debe y se vean las fotos y se oigan las grabaciones y aparezca el mundo que, mal que bien, es lo único que puede darnos en realidad la sensación de haber estado en una fiesta perfecta. Gracias por estar aquí, gracias a todos…