¡PLIN!
Mi nombre es Louise de Neville; no dice nada porque hay demasiados nombres en el mundo, pero yo me toco los brazos y los hombros y sé que estoy aquí, semidormida, oyendo la respiración acompasada de Antoine, un joven que me ha acompañado a dormir. La cama huele a humedad y a algo un poco más ácido que mi saliva. Tengo sed. En la ventana se dibuja la silueta de los tulipanes como en un papel japonés gracias a los primeros rayos del oriente. Además de mi propio cuerpo sé que estoy aquí porque mi mano se desplaza y toca el muslo de Antoine que, dormido boca arriba, vuelve a responder a mi caricia.