Nuevos comandos

A las ocho se dio cuenta de que era asediado por verdaderos comandos de tosecillas peludas entrenadas seguramente para demoler sin explosiones, sin grandes aspavientos sino con un golpeteo constante que resquebraja el entorno junto con la voluntad. Apenas más lacerante que un frotar con cepillo de alambre. Nada de hacerse notar; la estrategia, visto está, es desgastar los ductos e ir minando la resistencia del tipo que ajeno a estos movimientos de inteligencia del enemigo, trata de sacarle una hora más al dulce emparrado de los sueños del que aun cuelgan racimos dulcísimos de uvas tan maduras como desperdiciadas. Entre ellas, las cosillas uniformadas con trajes grises salpicados de verde de camuflaje, se mueven con coordinado sigilo para irse colando a los conductos laríngeos en donde poco a poco van realizando su labor de zapa encomendada. Esquirlas del sueño saltan imperceptiblemente y acumulándose como polvo que ensuciara la almohada dejan una huella siniestra, aunque apenas notoria, en el entorno sin que se pueda organizar una contraofensiva porque, insiste en creerlo entre sueños el atacado, no parece haberse acercado el enemigo.

Scuj, scaj, siente ocurrir constantemente en las cavernas bronquiales pero casi con disimulo de intenciones, como envuelto en telas para no percutir y no ser notado por las posibles defensas. De pronto, ante el golpeteo constante, intenta con tenacidad conmovedora permanecer pero no le queda más remedio que salir del sueño y hacerse cargo de su verdadera situación: lleva cinco horas dormido; a las tres que apagó la luz le pareció que estaba despejado; arrojó a algunos mercenarios que se habían atrevido a llegar hasta el cuello y los vio desbarrancarse y deshacerse en la caída, de modo que entregó la plaza tranquilo y sin centinelas a los puros habitantes de la noche. Ah, qué sueño –dijo para sus cálidos bostezos-, si logramos despertar a las nueve y media o diez nos andaremos acercando a las siete horas, como si todo fuera ya normal y colorderrosa. Y distendió el músculo sin mayor sobresalto habiéndose ya lavado los dientes y hecho pipí para evitar en lo posible las presiones atrabiliarias del cuerpo que no respetan santo ni demonio.

Cuando se dio cuenta era ya demasiado tarde; scuj, scaj, los íncubos habían deshecho todos los refugios posibles y bailaban unas horribles danzas obscenas sacándose números cinco de las braguetas y blandiéndolos junto a su cara horrorizada: ¡cinco! ¡nomás cinco horas te dejamos dormir, baboso!, ¡qué relero que te volviste a quedar a medias! Nuestro hombre se incorpora con la desolación pintada en el rostro; toma un sorbo de agua; ve junto a sí en la mesilla de noche el plato con miel y cebolla y toma una cucharada, pero sabe de sobra que ya no hay retorno posible, que el paraíso ha quedado clausurado una vez más, aunque todavía con buen ánimo se consuela diciendo, bueno, cinco horas no está tan mal, si en el transcurso del día logro echarme una cabecita de una hora completaré la bolsa del mandado. Hurga mientras tanto en la garganta y en los alrededores buscando con curiosidad algún elemento de ese ejército minúsculo que lo atacó tan dura y eficazmente, a ver si encuentra un desbalagado y puede analizarlo, conocer de cerca al enemigo, mirarlo a los ojos –si es que tiene ojos- en la plena vigilia y proponerle, como prisionero intermediario, parlamentar con sus jefes para tratar de llegar a un acuerdo de caballeros. Pero no hay ni uno, como si no existieran. La vida está llena de misterios.

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