Por lo que alcanza a ver este hombre que hoy durmió prácticamente jornada completa –y sin toser, o sin que la tos lo despertara-, las cosas entre España y la Iglesia no tienen para cuándo resolverse. No sabe si está más interesado en el tema o en el hecho de haber dormido de un hilo seis horas, y eso porque sonó el despertador de Milagros que le dio la oportunidad de ir a hacer pipí y regresarse con los ojitos apretados a dormirse otra hora, y todavía, ya que había prendido la computadora y tenía las manos en el teclado, se le cerró la mañana y se volvió a quedar jetón otros veinte o treinta minutos. Y la Iglesia, mientras, haciendo de las suyas.
La jerarquía está organizada en una Conferencia Episcopal que estuvo dirigida en la última etapa por un obispo tolerante y dialogante que hasta donde pudo trató de detener o disminuir los exabruptos del gremio que no se encuentra a gusto con los vientos que soplan en España. No les gusta nada lo de los matrimonios homosexuales, no les cuela por ningún lado el asunto de que haya motivos justificados para el aborto y esté permitido hacerlo en caso de violaciones, malformaciones o peligro para la madre, les pone la carne de gallina el divorcio y peor con las facilidades que ahora da la ley para efectuarlo quitándole la engorrosidad que se prestaba a toda clase de abusos y chantajes amparados en la morosidad.
Pero lo que más más les arrebata la calma y el sosiego es el tema de la educación. La legislatura pasada propuso y legisló a favor de una educación para la ciudadanía, asunto capital para un país que no sabe respetar a los demás, que no se detiene ante los derechos del otro porque no ha tenido nunca a nadie en su horizonte que le diga de esa manera contundente, definitiva y oportuna, que el respeto al derecho ajeno es la paz. Se trata de enseñar a los niños los principios constitucionales y los Derechos Humanos, pero esto le parece satánico a la iglesia católica porque le quita huestes que la apoyen en su condena hacia todo lo que no sea la doctrina y la fe.
Ayer tuvieron cónclave y eligieron para que los dirija al obispo de Madrid, Antonio Rouco Varela, un cardenal radical conservador amigo del papa Ratzinger y que ha movido en las calles el jaleo contra el actual gobierno. Y eso que la de aquí es la iglesia más mimada del mundo: la mantiene el estado –sí: los sueldos de todos los curas y los gastos de la iglesia los paga el gobierno-; los contribuyentes pueden asignar un porcentaje de sus impuestos para traspaso a las arcas arcangélicas; la educación religiosa –voluntaria pero ampliamente extendida- se imparte en las escuelas públicas por cuenta del estado pero es la iglesia quien comanda la planta magisterial de la materia. Y la liturgia cristiana tiene la exclusiva en todos los actos fúnebres de estado.
Pero no están conformes, se llaman atacados y perseguidos y buscan desesperadamente el calorcito de la intolerancia, que tantas veces han conocido y disfrutado, el refugio del castigo para los que no hagan lo que ellos dicen que se debe hacer. De modo que duros van a seguir siendo los tiempos para España, sobre todo si un líder –y no parece que ese sea Zapatero- no logra dibujarle el horizonte creíble de un estado de verdad laico y la sabe llevar políticamente a conseguirlo. Lástima, porque se ve que es un buen chico.