GENERO
He notado que otro de los muchos errores con que me formaron es el llamarle el árbol a esa figura acogedora, cuando debiera llamarse la árbol, o tal vez, la árbola: no va de un lado a otro, no cambia más que en sí misma, no intenta nada, sólo logra lo que se propone (y estoy segura ahora de que ésto es mucho) y recibe en sí cuanto le ocurre. Digo, porque Tenhalt me invitó al bosque, se entusiasmó con mi charla y con mi aspecto silvestre, según dijo, y me arrinconó contra un árbol, y allí quiso hacerme suya, y yo, feliz, porque entre más él me atacaba, más protegida me sentía cuanto más me empujaba su furia contra la amorosa y cálida madera.