Las estaciones

Todavía falta que haga un poco más de invierno, porque esta vez lo despacharon apenitas –susurra para sí este hombre que durmió la noche completa sin que la tos lo acosara-; claro que ha habido muchos días de abrigos y bufandas pero las cosas que pasan fueron calentando muchos de los días hasta sacarlos de plano del deber. Nadie se compromete con abastecer los vientos helados, la lluvia y todo lo que faltó de nieve, y menos ahora que ya se acabaron las elecciones y ya ni quien prometa nada; ahora viene reconocer que pues sí, va a haber dificultades económicas porque España no se manda sola y no se puede librar del influjo económico mundial; les va a caer, les está cayendo ya el ramalazo del encarecimiento y la inflación. Pero no hay que preocuparse mucho, tienen con qué resistir el vendaval. El que va a estar difícil –ya lo estoy viendo aunque digan que esta vez no va a haber crispadera- es el sonsonete constante de la oposición: que no saben gobernar los que ganaron las elecciones porque todo está más caro, que los votantes debieron haberlo pensado mejor. Y aquí la oposición está dentro del Congreso con minoría (porque no ganaron) pero con sueldo todos y con una capacidad diaria de objetar, de enchinchar y de estorbarlo todo. Acá no hay un Poder Ejecutivo aparte que decida qué leyes propone y cómo gobierna mientras el Congreso hace sus grillas. Distinto, pues. El presidente no se manda solo.

Y la cosa es que ya desde anoche la agarraron de Semana Santa; las noticias estaban dedicadas a ver qué carreteras van más llenas y por cuáles andaba más despejadito por si querías cambiar de plan; o sea que ya ni quien se ocupe de preparar la semana que entra unos arcos triunfales para la entrada de la Primavera; venga como venga, la pobre –desmelenada y astrosa como con frecuencia llega porque no es poco atravesar solita los terrenos amañados del Invierno y vérselas desvalida en los bosques con la agresividad de los vientos helados que custodian al anciano- la vamos que tener que recibir y atender los que no tenemos capacidad para irnos a la playa. Yo pido agarrarle las manitas a ratos y pasarle calor, y trataré de hacerle unos versos acogedores para que se de cuenta de que sí hay quien la espera y la recibirá contento.

Y por lo pronto, durante la semana que falta, hay que programar bien lo que se hace: hoy sábado, carnitas, vienen algunos amigos que no se han escapado todavía y aunque se dice que en la semana volverá a hacer frío, hoy vamos a despedir al invierno; domingo, baño de tina y masajitos; lunes, martes y miércoles, quimioterapia; del jueves en adelante, efectos más o menos demoledores de la quimio, procesiones por Madrid –a ver si este año sí pasan por debajo de nuestro balcón- y compañía restauradora de María Aura que nos viene a visitar. Sábado y domingo, empezar el arduo trabajo de intentar florecer de nuevo. Y prevenirnos, porque va a tener que llover lo más que se pueda, las reservas están bajísimas y nomás faltaba que vengan los calorones y no podamos ni bañarnos.

Se levanta, va a la cocina, saca una gelatina del refri y se asoma a mirar el cielo azul de la mañana mientras se la cucharea.

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