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Condición de la ciudad

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A nadie le importa un bledo
aquello que, infantiles, llamamos la música del alma,
¿para quién conservar pues tamaña ingenuidad,
bastiones tan pueriles?

Al carajo con todo,
a la hoguera también la música y la sangre
y el sueño de la sangre
y su finalidad de flor.

Al diablo la esperanza.
Que la ciudad sea grande o chica
si tiene jerarquía qué destrozos realiza,
qué ganas de escaparse de esa cárcel,
qué lazos más necios con los que juega y se entretiene.

Al demonio las cosas primordiales,
el lúpulo, la avena, las arenillas del desierto.
Al carajo los montes y los valles,
abajo las praderas y los bosques;
que los pájaros trinen en su sitio
lejos de la ciudad, bien lejos,
que su canto no la turbe,
que no nos la despierte.

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