Un observatorio peculiar

Avanza retrocediendo con una estrategia incomprensible; camina por la baldosa impecable como un fiscal que al mismo tiempo que busca afuera las razones del crimen se afana por comprender los móviles repasando una y otra vez los mismos datos; el desierto de las baldosas del baño es inmenso y todas las pruebas que pudieron haber quedado en algún momento fueron recogidas a la hora de la limpieza. La hormiga está sola en su caos deductivo. Acostumbrada al mayor esfuerzo –quizás a triunfar- no descansa a ninguna hora del día o de la noche. Enciendo la luz en cualquier paso de la madrugada y entretengo mis pausas viscerales en buscarla y en verla desplegar sus afanes que califico irresponsablemente de erráticos. Sé para mis adentros dos cosas: que tiene una lógica impenetrable y que no es una hormiga única, y sospecho que cuando apago la luz busca una hondonada entre una y otra balda y se acurruca; tal vez entonces en el remoto –supongo que lejano porque por aquí no se ve ningún hormiguero posible- cuartel donde trabaja se prepara el relevo y un clon  sale en sustitución a continuar el caso. A veces he visto dos, y ninguna parece estar en retirada pero he aprendido que sus lenguajes son incomprensibles. Y sus tamaños no son idénticos; sentado a mi distancia es una temeridad decir que no son del mismo tamaño porque habría que medirlas en partes fragmentarias de milímetro para asegurarlo, pero me atrevo a simple vista.

Anoche ocurrió algo imprevisto. En el ángulo que hacen las baldosas con la pared apareció un insecto desplazándose con actitud dubitativa. Se trataba de un tanque de guerra comparado con las otras, veinte, treinta veces más grande y pesado, como de al menos un centímetro de largo, gris y capilarizado no sé si con púas o con filamentos suaves, no me animé a bajar la mano e intervenir, pero que no parecía estar preparado para ninguna acción bélica, se pegaba a la pared cada vez que podía y dejó pasar con indiferencia (o así lo juzgué sin bases, por supuesto) a las hormigas que lo cruzaron en ambos sentidos –por primera vez tuve la sensación de que no era un movimiento inmotivado sino una acción perfectamente concertada y obediente a un código estricto.

Tanto piso como pared tienen buenos acabados de modo que a simple vista no se encuentran resquicios por donde estos seres puedan ir y venir hacia las partes interiores de la construcción en donde debe haber mundos inimaginables que conviven con nosotros a unos cuantos centímetros. Luego de que lo rebasaron por ambas partes las hormigas sin hacer aparentemente nada, pensé que sería una misión especial la que lo moviera por esos territorios, un ser tan distinto, un insecto que aparecía con una cauda inevitable de melancolía por ese baño a las tres de la mañana. Hubiera querido seguirlo pero el ángulo se me fue haciendo incómodo; pensé en mi narrador, que por ahí estaría, mucho más sabio que yo y espabilado, esperándolo para guiarlo en el último tramo antes de tomarlo de la mano –alguna mano tendrá oculta- e introducirlo en la boca oscura y ominosa de una cueva en cuyo frontis puede leerse “lasciate ogni speranza, voi ch´intrate”. Y en el fondo del baño creí oír un reclamo sin voz que así se lamentaba: “Mas yo ¿por qué? ¿Quién digno me creyera / pues ni Pablo ni Eneas he nacido, / de merced que aun a mí me sorprendiera.”

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