Concierto en la frontera

Me intriga quién lo habrá pagado. Según la televisión que vimos anoche había medio millón de personas y la verdad es que sí se veían creíbles las cifras, por lo menos a la mitad, no así las de la prensa escrita que dan el diez por ciento, 50,000. En un puente en la frontera entre Venezuela y Colombia armaron un hiper concierto con verdaderos pesos pesados: Juanes, Miguel Bosé, Carlos Vives, Alejandro Sanz, Juan Luis Guerra, Fernando Velasco, Ricardo Montaner y no sé cuántos más. Está padrísimo que después de un agarrón como se dieron Colombia y Ecuador con la intervención militar del primero en el territorio del segundo para darle en la madre a un campamento de guerrilleros de las FARC, con aparición oficiosa luego, en el diferendo, de Venezuela y de Nicaragua, y que a puntito estuvieron de empezar a disparar y matarse entre sí, vino un acuerdo milagroso –que muchos todavía no entendemos dónde tuvo su origen- y todos tan hermanitos latinoamericanos. Pero digo que lo que me intriga, y mucho, es quién lo habrá pagado, porque un concierto así cuesta un pastón, una lana.

No es que lleguen y les pongan dos bocinas y un micrófono y a cantar como en el karaoke; aquí no es escenario, es un campo y hay que llevar grandes camiones con equipamiento electrónico de punta, decenas de bocinas, twyters, consolas de las más últimas del mercado, plantas de luz, cableado suficiente como para electrificar un edificio, cabinas de control, staff técnico altamente capacitado, por parte de cada uno de los artistas porque todos tienen sus moditos y necesitan sus ingenieros de sonido que saben exactamente cómo les salen las mezclas de tonos y decibeles para oírse como es su marca. Sin contar con el caché de los artistas que es lo que pone el nivel de los costos de todo lo demás, porque en ningún lado dice que hayan ido gratis. Levantar el escenario requiere un ejército de brazos fuertes y entrenados. Y hay que llevar remolques o casas rodantes o tiendas de campaña para suplir los camerinos. El back stage tiene que estar protegido por medios naturales y por personal de seguridad y eso acarrea sus dificultades. Como se trata, además de un momento político y un lugar delicados, tiene que haber una fuerte estrategia de protección disimulada en toda el área del concierto para evitar provocaciones y no se vaya a voltear el chirrión por el palito.

Claro que lo que menos importa en esos casos es el dinero que cuesta, mucho más caro debe ser el desplazamiento que ordenó Chavez de diez batallones a la frontera, o el ingreso de fuerza aérea y terrestre y helicópteros y toda la tecnología satelital que hayan usado para destruir el campamento en que tan seguros se han de haber sentido los muchachos mexicanos que estaban aprendiendo a ser políticos de oposición. Pero la aportación de ese dinero para el concierto tiene su mucha miga y alguien tuvo que tener la disposición para gastarlo basado en la certeza de su utilidad: los pueblos unidos latinoamericanos, identificados en el arte y la cultura, quieren la paz. ¿Y qué pintan allí los españoles?, me vuelvo a preguntar, ¿nomás los contrataron por famosos o hay plan con maña? En todo caso –piensa nuestro malicioso observador, que no es otro que quien en un tiempo inventara y dirigiera grandes conciertos en el Zócalo de la ciudad de México, por lo que sabe de lo que está hablando- habría que proponerles a los organizadores que hicieran ahora, allí mismo, un magno encuentro de grandes poetas vivos hispanoamericanos; también se podría llenar ese escenario y tener fuerte repercusión mediática con mayor fuerza moral; uh, la miga que le podrían sacar los políticos en el discurso; a la gente, si la saben convocar, la llevan hasta el matadero. ¿A poco no?

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