Una tila, dos orfidales, un masajito en los hombros y la espalda, de manos de Milagros, que arrancó durezas poco amigas de soltar el cuerpo sin condiciones, y el efecto demoledor de la tercera aplicación seguida de quimioterapia, lunes, martes y miércoles; -¡miércoles santo!, se acabó, hasta dentro de tres semanas –les dijo a los del cuerpo de enfermería del hospital con ese vigor alegre de muchacho que saca a veces para hacerse el simpático y proyectar la imagen del más sano de la parroquia, o el que lleva la carga con mayor desparpajo y alegría, como si no le calara, y la salida a la calle en donde la temperatura había comenzado a bajar, de la mano de María Aura que llegó esta mañana a visitarlo por una semana, claro está que el hombre, que ayer tuvo una de las tardes más tosidas de sus últimos tiempos, descargara lo que pudiera contener de vitalidad –buena y mala, ya ven que eso tiene estar vivo- y en su postura lateral obligada por el acomodo de las piezas internas del material pulmonar, se quedara profundo y entrara sin prevenciones al sueño, ese taller de chapuzas y fantasías que con el mayor de los misterios se hace cargo de coser descosidos y pegar desarreglados.
Mientras se quedaba a formar parte del agua oscura se oían sacudir las ventanas por los cubos de los patios interiores y ahora por la mañana se sigue notando cierta intranquilidad externa, lo que quiere decir que la temperatura debe haber bajado muchos grados aprovechando que nuestro samurai durmió siete horas seguidas impedido por completo de todo recurso para ponerse a defender los desajustes del universo. Ah, qué ganas de haber estado atento –piensa- e impedir que el meteoro hiciera lo que le dio la gana, hubiera conservado el buen clima primaveral aunque fuera a katanazos para poderme amarrar una sonrisa alegre a la hora del desayuno, no que con el día nublado y frío, la cara se estira y el gesto destila ese vinagrillo inevitable de cuando no se está en las mejores condiciones posibles para celebrar. Aunque en realidad no cree tan a lo firme que la falta de condiciones se deba puramente al aire frío que se vino a colar a Madrid. Pero le gusta sacar un poco las cosas de su sitio y revolver la hebra de los acontecimientos.
Sonó el timbre como a las diez de la mañana. ¿Quién anda tocando allí?, dijo el cascarrabias; un mamey, los tomatillos de milpa, el queso de Oaxaca que encargaste, los chiles poblanos, una bolsita de chapulines, los mangos de manila, las tortillas del día para la reserva, los chiles jalapeños en conserva que son los que más te gustan para las tortas, ¡chin!, se me olvidaron los esquites en el refrigerador, ya los tenía listos y los dejé, perdón –dice la niña pródiga que ha venido cargando ese mandado en un recorrido por la cuarta parte del planeta Tierra, y sigue sacando maravillas de su cornucopia, entre ellas la conversación, la puesta al día de las cosas de allá, ese territorio que completa la unidad ideal que cuando está dividida deja siempre unas astillitas que punzan, se entierran, hacen sangre y se infectan y se tiene que estar buscando pequeños remedios caseros para no sobreponer tales minucias de dolor a las enfermedades que de veras valen la pena.