¿No te fijaste si en la profundidad de la noche, mientras yo saldaba la cuenta del día de las mecánicas personales –ya sabes: los olores, los fluidos, las sustituciones, la eliminación de mermas- que actúan cuando el músculo se afloja y cede el paso a las reparaciones y reposición de órganos y materiales desgastados durante el ejercicio ordinario del día, alguien se acercaba al menos a tomar nota de las necesidades específicas del caso para reportarlo y proceder de inmediato a la búsqueda de soluciones? ¿Dónde? ¿Dónde, qué? ¿A dónde reportarlo? Tiene que haber un servicio de laboratorio dedicado a casos como éste. Ni siquiera me parece que sea cosa del otro mundo. El estado de bienestar tiene que haber conseguido ya que se atienda personalmente a los individuos sin que tengan que hacer antesalas ni citas ni cumplir periodos de espera burocrática. Te duermes, sabes que necesitas ciertas atenciones que urgen y esperas que durante la noche, así como saben qué canal de televisión viste y durante cuánto tiempo, tal como saben cuál va a ser tu intención de voto en la próxima oportunidad o qué probabilidad tienes de comprar tal o cual marca de coche, sepan qué necesidades de salud te aquejan y se apliquen a buscar la solución.
Poco antes de despertar del todo, bien podrían un par de técnicos enfermeros hacer el cambio de flemas, extraer con una aspiradora adecuada –hasta sin despertarme del todo, se me hace- éstas que siento negras y rugosas, ásperas, rebeldes al golpe de aire que las quiere expulsar y poner cuidadosamente un preparado de flemitas rosas, suaves, dóciles, que pasen sin traumatismo por los conductos respiratorios y cancelen el estrépito de toses que debe tener hartos a mis vecinos, que desgracia las noches de Milagros y que me tiene ya hasta los cojones. ¡Medio año llevo tosiendo! Y las autoridades no hacen nada; ¿para qué se pagan impuestos? ¿para qué se ejerce la voluntad de escoger a estos o a aquellos si a la hora de la hora va a pasar la noche y uno va a despertar con el desencanto atroz de que sigue igual que anoche, tose y tose.
Yo, claro, disimulo; no digo que se esté volviendo loco porque comprendo su hartazgo, pero me parece un poco fuera de tono que pretenda que la OMS resuelva caso por caso los problemas de salud de las personas –que debiera, ¿eh?-. Pero por qué no imaginárselo, eso sí; por qué no aplicar esa libertad plena que dan en el campo que se atraviesa entre el sueño y la vigilia y poner la cara de circunstancias que se necesita para ser tomado en cuenta. Con más razón porque como hoy es viernes de Semana Santa está condenado a rascarse con sus propias uñas hasta el lunes en que por lo menos podrá quejarse por teléfono con el doctor. Si yo encontrara cómo aprovechar mi neutralidad y colarme a donde se toman esas decisiones, tal vez me animaría. ¿Qué? Me acusarían de narrador imposible, fuera de tono, dirían que no soy gestor sino testigo, pero en mí pasaría algo, estoy seguro: se encendería una pequeña luz para indicarme que no ha de ser del todo imposible para un relator de hechos conocer por sí mismo los secretos de la piedad y de la solidaridad humana.