Se va María

¡A trabajar, bandido! No se puede dejar que la mañana se pase sin coger un puñado de palabras y ponerse a ordenarlas según se van sacando del costal; por supuesto, ustedes deben saber a qué talego me refiero, ese saco en el que duerme el genio que las revuelve divirtiéndose con la idea de lo que hará con ellas el pobre desaprensivo –o ambicioso- que meta la mano y las saque. Porque con las mismas se hace todo, y él, que por principio renunció de tiempo inmemorial a ser el juez de lo que con sus materiales se haga, se divierte no más, y canta y su regocijo desconcierta al que saca el puñado y no sabe cómo empezar a acomodarlas pues no tienen una ley ni un código sino el espacio todo, sabido y por saber, para ocuparlo. Dicen que esa es la gracia del que se atreve; dicen que el privilegio –por aquello de poner la libertad a precio- lo tienen los poetas. A saber.

Llevaba pocas horas dormido porque últimamente no le da sueño antes de las dos, desde aquella semana fatídica en que vio llegar las de la mañana sin que los ojos pidieran paz, pero a las siete sonó el despertador. Y allí estaba la obligación del hábito: meter la mano y sacar la sopa con que se escribe la página del día. Porque da lo mismo lo que venga escrito en la piel cuando comienza la jornada, hay que trasladar al papel los mensajes por más crípticos que sean. Pero se va María. Por eso el timbre del despertador. Estuvo una semana y se regresa a México porque tiene trabajo; vino a estar pegadita, atenta, cariñosa, activa, con su papá. Y se va. Se sube a un avión y se va. Ni modo: se va. Las palabras se le quedan al hombre todas revueltas en las manos, dispuestas a servir para lo que les pidan pero el que las tiene no sabe qué hacer con ellas, prefiere dejarlas en un plato sobre la mesilla de noche y volver a dormirse como un descamisado ingenuo que va a esperar a que caliente el sol.

Otra cosa sería si esta página fuera escrita por las noches y pudiera resumir todas las gotas que brotan y ruedan a lo largo del día; otros mensajes y otros cuentos, las historias contadas de otro modo, su ánimo distinto, pero explícale al azar por qué se le ocurrió que su hora de hacerlo era entre el despertar y el desayuno, a ver si encuentras en la lengua de la suerte una sola verdad satisfactoria; excepto en días como hoy, que se va María, llega al aeropuerto, documenta su vuelo y le dicen que está tres horas retrasado y entonces decide regresarse a desayunar a la casa, al cabo Barajas está muy cerca, y todo el orden del trabajo estalla, la mínima coherencia se desarticula, es lo que no es, y el pobre, que ya había empezado con enorme torpeza a buscarle un orden cualquiera al primer montoncito que sacó, las hace a un lado y corre a la puerta cuando suena el timbre para preguntar por el telefonillo con acritud severa: -¿Quién anda tocando allí? –Que si allí dan de desayunar- recibe por respuesta.

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