Hasta Puerta del Sol

Lo veo removerse y tratar de salir de entre la espuma de la cama. Tose y ahora me atrevo a calificar su tos más bien como una tos higiénica, aclaratoria, presencial; como la de cualquiera que despierta y tose, vaya, que ya ven que es una cosa tan común; de lo que sí me doy cuenta es de que busca en los alrededores de qué asirse, parece que no hace pie y necesita orilla para dar el salto y ubicarse entre los que van despiertos. Trata de sobresalir por un otero echando vista para todo el entorno como queriendo encontrar algo, pero tiene la mirada gelatinosa y no le afoca; abre y cierra los párpados, los aprieta para que la humedad salga expulsada y el cristal se aclare, pero, nada, un buen rato la mañana empieza con los minutos deslavados. También por eso fue que ayer de plano decidió ir a la óptica y pedir graduación para unas nuevas gafas; las que usa tienen ya varios años y de seguro la maquinita de ver se ha deteriorado en todo este tiempo, sobre todo los últimos meses que tanta escoria han juntado en el vidrio fundido con que anda mirando el mundo incandescente, con la teoría temporera de que aun lo más encendido acaba pronto por apagarse.

No es que esté tan lejos; bueno, no está nada lejos la Puerta del Sol de la calle Cervantes, en Madrid, domicilio permanente del mencionado, pero como camina despacio porque el aire de un pulmón está intervenido y en discusiones y no se lo sueltan cuando lo necesita para usarlo, y los dos años largos que lleva de tratamientos médicos lo tienen con los músculos poco entrenados, llega con las ganas de que le midan lo que quieran pero sentado. -Sí, ya hay graduación un poco diferente, pero no mucha, ¿eh? –le dice la chica que lo atiende, y lo mete tras la maquinita flotante en que le hacen a uno ver como si el mundo fueran unas letras que se aclaran y se oscurecen, se emborronan o se definen según vamos queriendo decir verdades o mentiras, y piensa el hombre que así son todas las letras, las de todos –así veo mejor, le dice -¿con estas o con las anteriores?, reviró la dama–y yo traté de centrarme en el hecho de la medición de optrías dejando de lado la materia con que estaban empezando a jugar peligrosamente.

Hombre, cómo no me mandan un helicóptero -piensa mirando al cielo- para que en un minuto me dejara en mi casa, pero no, la emprenden a comprar algunas cosas que hacen falta y luego se van caminando hacia un restaurante japonés que queda antes de entrar a la Plaza Mayor y allí comen una sopa de miso y un shabu-shabu que no les pareció sabroso ni bien hecho, lástima porque antes de entrar se les había hecho agüita la boca; en cambio unos rollitos fritos de verdura que les dieron antes estaban deliciosos, dijeron ambos. Llega un mensaje por el teléfono: que se retrasó el vuelo en que se va María y apenas están embarcando. Pobre, lleva horas y horas yéndose y hoy precisamente se le ocurre a esa compañía revisar sus aviones por todo el mundo. Es que es compañía gringa. Salimos. Caminamos. Caminamos. Esta calle es peatonal hasta la casa. Peatonal será el paseo pero yo soy pedestre disminuido, qué cansadito voy. Le pide permiso a un pie para mover el otro pero todavía le queda curiosidad para ver a la gente y para meterse a un bazar a ver si ve un mueblecito que Milagros anda buscando para…

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