Bueno, oigan, tampoco es para tanto; una ligera modificación que, desde mi punto de vista –y voy a pasar a explicarlo, no crean- no presenta mayor dificultad ni exige más recursos para su comprensión y disfrute –digo, si es que el disfrute es parte del atractivo que pueda tener acercarse todos los días a la lectura de una página en la que un señor desde Madrid cuenta cosas, casi todas intrascendentes, de su vida y de lo que hace con ella, o más bien, de lo que ella le hace-. Llegando a las 365 páginas del primer año (conste que no digo a la página 365 porque como no es papel impreso no están numeradas, pero yo creo que han de andar rozando las quinientas; o no: más), todas en primera persona, contando lo que veo, lo que me pasa, lo que cocino, lo que compro, lo que sueño, lo que leo, lo poquísimo que pienso, me encontré con que ya había recorrido prácticamente todos los caminos de lo cotidiano, y así, me pareció que sería saludable hacer una leve modificación en la forma de abordar la escritura. Un cambiecito que me permitiera buscarle otros ángulos a los mismos asuntos que ya he tratado. Y fue cuando se me ocurrió pasar a la tercera persona y poner un narrador.
Ya se entiende, por supuesto, que soy yo mismo el protagonista de todos mis días y sus avatares y acontecimientos, sólo que en algunos momentos una especie de alejamiento da la oportunidad de que se lea no tan de cerca, no tan húmedo ni pegajoso sino un poco retirado del primer plano, y esa perspectiva –que no deja de ser un tantillo peligrosa porque subraya su intrascendencia y banalidad- le permite a quien lo está leyendo imaginarse que el personaje puede ser otro distinto del que ha estado leyendo todos los días; o al menos, mostrar algunos matices que no se habían dejado ver en el relato en primera persona.
Como no soy propiamente un narrador que sea capaz de seguir una trama a lo largo de muchas páginas, aportando nuevos elementos para su cumplimiento e irla construyendo en medio de los acontecimientos que le pueda inventar alrededor –qué más quisiera yo: haría novelas y entonces sí me llamarían escritor-, me pareció creíble la aparición de un narrador porque con ello sí puedo darle –creo- una cierta continuidad al relato de un señor de tales características y en tales circunstancias, que vive así y asado, y que esa vía –la del narrador- podría devolver a la página cierto interés y agregarle –además de un poco de humor- alguna originalidad.
Como pueden ver si se van páginas atrás, hasta el aniversario, el narrador está todavía muy desconcertado, no sabe a ciencia cierta cuál es su función en este merequetengue; procura estar listo cuando acudo a él y adopta la mejor pose que puede para que no se le note que le sudan las manos y que muchas veces no sabe por qué tiene que intervenir si ya todo está dicho en primera persona. Pero no sean así, denle chance, ya encontrará su camino y con suerte y acaba siendo agradable y simpático; y si no, como manda la Reina de Corazones, le cortamos la cabeza.