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Pero cuando la muy desvergonzada se me queda viendo
con esos ojos húmedos y enormes
tan expertos en luces y en colores,
me degüella la voz,
me hace bajar la intensidad,
me obliga a descuidar mi propia historia,
me arranca lamentos infantiles,
desgraciada,
me enamora.
La abrumadora
tiene ese olor a entrepierna que el mar no me borró,
tiene esa vibración histérica en la voz
que me transporta a la soledad más pura.
Entonces, cuando ha ocurrido el milagro
y yo espero la aparición de mi fantasma
y mis pequeños ojos quieren verlo todo,
inventar lo que no miran,
me entra una gana monumental de ser gracioso.