La mañana con el Diablo

Se oye una salva de aplausos; gritería no necesariamente inteligible; algunas doncellas muestran con alegría y sin mucho recato sus mejores encantos en torno al catre venturoso, no obstante estar el día nublado; no: suave, variable, difuminado; algo está distinto, pues: el buen tío que en esta página se aloja ha dormido seis horas y media de corrido; la generala tos no pudo introducir sus estrategias destructivas hasta el nido y comandos de élite cerraron el paso por el laberinto impenetrable de los sueños: ¡las ocho y media de la mañana, coño! ¡y yo apenas despertando! ¡gracias, gerundio!, hasta siento que me devuelves la acción.

A ver, mundo, ¿cómo amaneciste tú? –Y es entonces cuando ve en el periódico la foto de Benedicto XVI a la hora en que baja ayer cubierto por un tubo híper protector del avión en Washington y lo recibe Bush en persona; tal para cual, qué caras de malillas tienen ambos; peor el de blanco; ese desde que le dieron la alegría de que él iba a ser puso una cara de diablo (al que ya reinventó en funciones en un Infierno que ya no es de fuego sino de hielo; ya no nos vamos a quemar sino a congelar, como mamuts) que ha proveído al mundo de las mejores imágenes posibles del personaje, y vaya que la pinacoteca de los siglos es provisoria. Dice que viene a visitar a sus setenta millones de fieles que tiene en esta aislada comarca; así, a la manera catastral que los tienen, porque con la invención de que hay que inscribirlos con el chorro del agua bautismal en cuanto nacen, se joden si después no están de acuerdo, al cabo ya están registrados y son suyos y bien suyitos. En España, por ejemplo, hay un movimiento grande de apostasía pero se defienden a la desesperada negándola de todos los modos posibles porque el subsidio (y la fuerza política, claro) depende del número de adeptos que tengan.

Desde el avión declaró que está muy avergonzado por el problemón de los curas pederastas –no más a los de EEUU se refería, porque son los que demandan económicamente a la Iglesia, a quien ya le han sacado y le seguirán sacando, muchísimos miles de millones de dólares, en la tierra en que esas demandas sí prosperan, porque en otros países los cambian de jurisdicción y listo, a probar novedades- y prometió poner estrictas y severas medidas para resolver el problema: los pederastas no serán ordenados sacerdotes –dijo; seguramente les harán una prueba antes de la ordenación, imagínesela cada quién-, y por ahí se sigue con la severidad de sus resoluciones.

Pero, caray, pobres hombres: les prohíben casarse, los imbuyen de una relación tormentosa con el sexo, los obligan a ocultar lo que la naturaleza no permite que se oculte, que para eso pone señales inconfundibles en unos y en otras, y luego los ponen a cuidar rebaños de chamaquitos y chamaquitas en la edad de la inocencia, cuando no tienen más defensa que su castidad y su belleza y en contra la fascinación de los misterios religiosos. No los juzgo, trato de entender qué pasa, porque el problema es constante y común a todos los países en donde practican, la diferencia con que se han encontrado es la aplicación de las leyes. No puedo dejar de acordarme del cuento en el que meten al Diablo en el Infierno, de Bocaccio; búsquenlo, es una delicia. Ahora que tengamos Biblioteca Hablada lo pongo. ¡Y a chambear!

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