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Perdí un Mercedes Benz

Me había prometido que hoy tomaría a como diera lugar otras rutas para estos recorridos por mi vida cotidiana –sobre todo los oníricos, que pesan ya tanto en las resmas del cuaderno, como si allí fuera donde estoy procurando ciertas soluciones pendientes-, que buscaría otros momentos y sobre todo otras formas de presentarlos, pero no puedo dejar de relatar lo que aconteció porque estoy seguro que tiene que ver con las decisiones que tome en adelante. Incluso la de seguir utilizando un narrador que me arrebate en ocasiones las palabras de la boca. Sufrí una transformación asociada a un ataque de la mafia internacional y durante la noche perdí un Mercedes Benz. Ya tenía pactado y allanado el camino para reconstruir un “bolita” 180 o 190 modelo 58-59 y vistas y en muchos casos probadas las partes que, no me cabía duda, eran legítimas; todo era cosa de que, durante la sección dura del sueño con los orfidales, fuera recogiendo estas partes  y accesorios y llevándolos al taller del reconstructor que en su momento me tendría el vehículo entero y precioso para cumplir con el compromiso contraído en algún momento con una dama. Sé muy bien en dónde fue que aprovecharon un descuido mío para cambiarme la jugada: me tomé dos vasos de mezcal anoche, con unos poetas que vinieron a cenar a casa, y en lugar de ingresar al subterráneo de las pastillas para dormir que dieron su campanada a las tres de la mañana, me quedé en un sótano superficial en donde las cosas fueron muy distintas a partir de las 4:42. A esa hora vi el reloj y me di cuenta que estaba en un sitio peligroso: poco a poco me fui explicando el por qué llevaba un buen rato revolviendo chatarra que nada tenía que ver con mi búsqueda privilegiada; sentí en la nariz el tufillo del alcohol asociado a una incipiente irritación constipatoria que provenía de los recorridos que ya había hecho por los deshuesaderos en donde pura porquería se me ofrecía asociada a amenazas que no podía precisar porque estaban envueltas en el ominoso misterio de la noche, la suciedad y lo inservible. Comprendí que había caído en manos de la mafia y que ya nunca podría reconstruir el modelo pactado. Tuve que hablar con ella para aclararle los términos de mi dificultad, pero ella parecía ajena al interés y muy lejos de la comprensión de lo que quería yo expresarle con mi extrema preocupación. No obstante, mi pundonor hizo que varias veces, aun lastimándome las manos al jalar piezas metálicas retorcidas de entre montones de chatarra, tratara de remontar la situación que poco a poco iba comprendiendo con más claridad: a cierta hora o en determinadas circunstancias, cierran los accesos al nivel profundo en donde probablemente algunos afortunados puedan llevar a cabo su propósito inicial –hasta huele distinto- y a quienes encuentran en algún descuido o debilidad los ponen en ese otro nivel del que nunca lograrán obtener nada.

Estoy avergonzado y compungido; siento en la nariz la acusación con que el mezcal me está llevando a tribunales desde que comenzó a clarear el día, cuando yo me empecinaba aún en tratar de bajar a los estratos profundos en donde están las piezas verdaderas, las que vienen ya pintadas y cromadas y sólo hay que ensamblarlas procurando no maltratar la pintura para que una vez que se puedan sacar a la superficie luzcan como uno se imaginó antes de caer en manos de los mafiosos, y que brillarían con toda naturalidad, con la naturalidad preciosa de las cosas de valor.

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