Claro que me doy cuenta de lo imposible de mis proposiciones, en qué cabeza cabe que algún día un gobierno decida erradicar, acusado de máquina infernal causante de miles de muertes de seres humanos, el automóvil; más bien me erradicarían a mí por absurdo, a mí y al que se atreva, si es que alguien se atreve, a pensar lo mismo – viene pensando para sí y cuidando de que no haya un oído de la Inquisición que oiga sus pensamientos, mientras regresa en taxi (un automóvil más entre el tráfico de automóviles en la abundosa de coches Madrid), del Hospital de la Princesa. Si no fuera absurdo diría que voy completo y regreso sin sangre.
Va por la cuarta aplicación de este ciclo de quimioterapia que no suele ir más allá de la quinta o cuando mucho la sexta. Y las líneas de fármacos se han ido agotando; esta ya viene siendo como la sexta, creo –se dice para sí entrecerrando los ojos para ver si así recuerda mejor-, y parece que no hay muchas más, de modo que ahora tendré que empezar a recurrir a los tratamientos alternativos. Pero peor son las motocicletas –piensa cuando pasa una al lado de la ventanilla por la que viene vertiendo sus reflexiones; el número de muchachos muertos con estas máquinas demoníacas es altísimo, aunque me imagino lo delicioso que ha de ser comprometerse con el avance hacia el lado derecho, inclinándose como los cuerpos cuando se disponen a hacer el amor, de esa agujita señaladora que a diez o quince centímetros de tus ojos protegidos por los lentes de mosca, te va arrastrando en su cuenta aumentativa: ciento veinte, ciento cuarenta, ciento sesenta, ciento ochenta… Y entonces volar, sentir, vivir, poder, son una misma cosa.
Pero el problema es que hay que discriminar entre los tratamientos alternativos porque entre ellos anda en abundancia la charlatanería. Lo más que me he encontrado es lo que llaman, de distintas maneras, pensar positivamente; es decir, que me levante, me mire al espejo y me diga estoy sano, soy fuerte, voy a vivir toda la vida, y abra los ojos a una nueva realidad optimista y constructiva que está allí paralela, esperando a que la descubra y me decida a seguirla, porque con ello las células díscolas del cáncer van a comenzar su retirada con el rabo entre las patas, aunque los hábitos de ver las cosas como son me estén diciendo que estoy hecho una desgracia, hinchado, sin pelo, sin color, abotagado. Y que luego me atasque de coles y de brócolis, de coliflores y colecitas de Bruselas, y de todos sus coludos derivados.
Dentro de dos horas, en consulta, el oncólogo me dará el diagnóstico y sabremos por dónde sigue el combate; mientras tanto pienso que cada día es un día ganado, otro día escrito, aunque a veces la escritura sea una tarea tan errática y pobre como la de hoy. Y la ciencia tenga todavía esa penosa laguna sin llenar. Como aquellos que sabían que estaba a punto de encontrarse algo que curara la tuberculosis pero morían con la sangre derramada como una rosa roja por la boca.