Padre nuestro

Vimos ayer una película excelente: Padre nuestro, primer largometraje de Christopher Zalla, un inmigrante keniano que vive en NY y que trata, por supuesto, de inmigrantes. Es un relato dramático de picaresca de mexicanos que se van a buscar destino a los EEUU. En el viaje de ida la casualidad pone juntos a dos caracteres encontrados, un muchacho soñador e ingenuo, Pedro, que va a buscar a su padre, creyendo, con la poca información (fantasiosa) que le dejó su madre antes de morir, que es un próspero propietario de un restaurante, y otro muchacho, Juan, más o menos de su misma edad, pillo, astuto y tan necesitado como el otro de resolver su situación de inmigrante sin papeles. Al llegar a NY, Juan le roba la bolsa a Pedro, y con ella prácticamente la identidad, y se presenta ante el padre (Diego -Jesús Ochoa- lavaplatos de un restaurante) fingiéndose Pedro. A partir de aquí se desarrolla un drama moral de magnífica altura, hecho con credibilidad, dignidad y solidez técnica, tanto de los actores como de los elementos responsabilidad del director. Diego rechaza en principio su paternidad y pone de manifiesto el conflicto permanente con el pasado que representa la madre de su supuesto hijo, hasta que poco a poco, con la constancia y astucia del muchacho y las propias consideraciones acerca de su realidad solitaria y triste, comienza a ceder sentimentalmente a la idea de ser padre y tener la responsabilidad de un hijo. Mientras tanto, el verdadero Pedro, que recuerda confusamente la dirección, al ver la casa de Diego duda de que sea porque lo supone un acaudalado empresario y no un lavaplatos pobretón, y continúa buscando; se encuentra por azar con una chica latinoamericana, también inmigrante, sola y que se busca la vida como puede sin muchos escrúpulos morales; por esas incomprensibles simpatías involuntarias acaban aceptando cada uno la cercanía del otro y Magda comienza a actuar involuntariamente en la transformación moral del chico, indispensable para sobrevivir. Diego es trabajador, cumplido, constante y muy ahorrativo, de modo que en algún escondite que busca el falso hijo en la casa debe estar guardado el dinero que no gasta, pero no lo descubre. Al final, el más puro azar lleva a encontrarse y a enfrentarse a los dos jóvenes, con lo que se precipita la resolución del drama. Las transformaciones en los sentimientos y en la personalidad de Diego corresponden a una actuación plenamente madura de Jesús Ochoa, un actor de primera línea del cine mexicano. El resto del reparto tiene también buen oficio y están dirigidos con buena mano y buen ojo por un director que sabe perfectamente que lo que quiere contar es una parte del drama masculino de los inmigrantes. El que me sorprendió es Eugenio Derbez, un actor cómico que ha hecho una brillantísima carrera en Televisa y que aparece aquí en una no muy destacada –por la propia historia, no por su desempeño, que es impecable- primera parte, como galopín del mismo restaurante en que trabaja Diego y amigo ocasional de éste. Primero pensé que estaría comprometido como productor o como inversionista pero no aparece ningún crédito que lo justifique y no me queda más que creer que es un acto de humildad, muy meritorio, de alguien que está en una edad y en una posición profesional idóneas para dar el salto y convertirse en un actor completo y versátil, que lo puede ser sin duda.

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