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De haber sido posible
los olmecas
hubieran andado
en bicicleta
y los teotihuacanos
habrían, ante la abundancia
de aire, llenado
las ruedas de sus biciclos
con humo aromático
de los pebeteros.
Pero nosotros,
víctimas de la fuerza
autónoma
del caballo,
sucumbimos
a la imaginación
suplementaria.