Anestesia espontánea

Esto no le había pasado nunca y lo sorprende de verdad. Porque desarrollando un criterio normal debería tener causa externa necesariamente y no ser algo espontáneo. Ni nunca ha oído que algo así le ocurra a nadie. Claro que siempre, aunque se vivan muchos años, hay abundantísimas cosas que faltan por ver, el mundo tiene tal cantidad de sorpresas que más vale dejar a un lado la arrogante idea de que uno ha visto demasiado y lo sabe todo y todo le ha pasado y dejarse ir con humildad por los caminos siempre novedosos que aparecen de repente en donde menos liebre anda uno buscando. Ni siquiera en los libros y en las historias fantásticas sabe de ningún caso semejante, ni se lo ha oído contar a mentirosos ni exagerados. No es que sea gran cosa, es que ni le había pasado ni sabe de nadie a quien le ocurriera: se despertó con la sensación plena y sin paliativos de una anestesia en la parte derecha del labio. ¿Anestesia? Sí, anestesia, sin disimulo, idéntico, en ese punto en donde está comenzando a pasar el efecto y sientes el labio y la parte de la barbilla que corresponde pero sabes que lo tienes narcotizado. No es que tenga mucha experiencia en tratamientos de dentista; es de esa generación que esperó primero a que se destruyera todo por sí mismo y acudió a los profesionales sólo cuando el dolor era irremediable, pero aún así, en los últimos diez años ha tenido que pagar todas las inasistencias de la vida y aplicarse al diván incluso con serias cirugías, de modo que cuando dice anestesia sí que sabe de lo que está hablando.

Y lo que tiene, sobre todo, es asombro. Tampoco ha tomado medicamentos nuevos. A menos que la acupuntura que le pusieron el jueves pasado hubiera, pero ya es lunes. Lo único que ha cambiado en su vida es que esta mañana llegó a visitarlo su hija María, pero curiosamente no la oyó llegar, no oyó cuando tocó el timbre y entró a la casa. Se levantó porque Milagros le dijo que ya había llegado y fue cuando se dio cuenta de lo de la especie de anestesia. María trae mangos de Manila y chiles poblanos, tomatillos de milpa y abundantes tortillas hechas a mano, mameyes y un chicozapote, huitlacoche para hacer algunas sopas, pero nada de eso justifica la curiosa sensación porque las cosas están en la cocina y a él le pasa esto –o se da cuenta, más bien- al despertar. A ver, especulemos: se trata de un efecto muy poco frecuente de la cortisona que toca ciertas terminaciones nerviosas y las hace reaccionar de maneras imprevistas; se trata de algún sedimento de la quimioterapia que el organismo ha sido incapaz de eliminar y busca dónde acomodarse de tal modo que pueda seguir atacando células que considera extrañas y en esa terminación nerviosa surgió de pronto una especie de memoria del efecto de alguna vieja anestesia que engañó a la célula atacante y la hizo actuar –no; demasiado policíaco-. ¿Entonces?

Por lo pronto no me queda más remedio que dejarlo estar -reconoce-, así que disimularé y procuraré tomarlo con la mayor naturalidad posible. Ya pasará. Y por cierto, hay algo que no quiero disimular: ayer, en el diario Milenio, en México, Héctor Rivera hizo unos comentarios muy elogiosos de esta bitácora en su columna y quiero darle las gracias, no encontré un correo electrónico a donde hacerlo con mayor delicadeza.

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