Un líder en apuros

La profesión del político no es igual a la de otros profesionales, su objetivo no es sólo hacer lo mejor que pueda su trabajo sino acomodarse en tal situación que pueda ejercer su profesión con resultados reales, porque mientras no gobierna es tropa y tiene que obedecer todos los toques que se dan en el cuartel. Ahí tenemos, por ejemplo, a Mariano Rajoy, un derechista moderado que llegó al gabinete de Aznar y por quien el ex presidente se decantó a la hora de nombrar a su sucesor pensando que podía escorarlo más hacia la derecha como lo estaban pidiendo poderosas fuerzas del partido. Y sí, a lo largo de la primera magistratura con el gobierno de Zapatero, lo vimos, acompañado por los más duros del partido, ir endureciendo su discurso hacia la intolerancia, atacando con rudeza todos los programas progresistas del gobierno y buscando la vuelta hacia formas ya rebasadas en la vida pública de España, como la educación religiosa, el rechazo a la revisión de la historia de la Guerra Civil o la oposición radical al matrimonio homosexual, que fueron acciones de un gobierno llamado aquí de izquierda pero empeñado en seguir el modelo económico capitalista de la Unión Europea privilegiando las utilidades del dinero en las inversiones tanto dentro como fuera del país, aunque con un programa social que la derecha no está dispuesta a avalar porque eso precisamente hace la diferencia entre izquierda y derecha.

Lo curioso es que Rajoy fue dejando ver, en contra de lo que se esperaba de él, las cargas que lo inclinaban cada vez más hacia la derecha cuando lo que originalmente se esperaba de él era una oposición sensata, solidaria, dura pero moderada, consecuente con lo que se pensaba acerca de la personalidad del político. Contrario a eso, dio entrada en el discurso de la oposición a lo más retrógrado de la iglesia y de la postura radical de algunos grupos que se pasaron los cuatro años atacando al gobierno con medias verdades y muchas veces con mentiras tan evidentes como repetidas hasta disfrazarse de verdades ante los ojos de aquellos que buscaban a como diera lugar debilitar al gobierno para pasar de oposición a gobierno en el leve, aunque siempre doloroso paso de cuatro años por la oposición. Rajoy acabó ese incómodo periodo con la cara bastante aplastada, con el desencanto de un numeroso grupo de españoles no radicales que busca gobiernos decentes y útiles para el progreso económico y social del país y que cree que es buena la alternancia que evita el engolosinamiento con el poder y las arbitrariedades que se cometen cuando no se ve en riesgo la continuidad del programa político.

Lo lógico –si es que hay lógica en la complejidad subjetiva de la carrera de un político- es que dejara la conducción del partido luego de dos derrotas seguidas, pero pensó que podía retomar la primera imagen que se tenía de él, la del político moderado de centro derecha, y volver a intentarlo. Pero dentro del Partido Popular se ha desatado una sanfrancia de altos vuelos; si pudieron mantenerlo cuatro años a raya y obligarlo a asumir el discurso más radical, por qué lo habrían de dejar ahora contemporizar con el enemigo y hacer lo que siempre se esperó que fuera la oposición pasada; duro con él, a la lona. Falta poco para ver si prevalece y consigue esa tercera oportunidad de llegar al gobierno por los caminos que ofrecía originalmente o lo veremos fuera de la política opinando con amargura acerca de los despropósitos que sus obligados colegas pongan en práctica para tratar de derribar de la peor manera posible al gobierno de Rodríguez Zapatero. Es largo el día, ya veremos.

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