Luego de mi queja de ayer, de mi balido triste en medio del desierto como el de un cordero desprotegido, me manda Rodrigo Ambrís una información invaluable: un libro que es guía de viajes que, como pasajero, se pueden hacer por barco hoy en día a través de todos los mares. No sólo los cruceros turísticos, que abundan y que me parecen truculentos, falsos viajes, diseñados para sustituir una forma de conocimiento del mundo que se nos quedó atrás en el tiempo y de la que habemos seguramente muchísimos millones de personas que sentimos nostalgia –todo está diseñado en los cruceros para no enfrentarnos nunca a solas con nosotros mismos, para no reconocer la pequeñez de nuestras fuerzas abandonada a la mitad del mar sobre una estructura colectiva en la que cada quien tiene que hacer su parte para cumplir el propósito que es ir de un lado a otro, en la inteligencia de que se está retando a los elementos, de que se está ejerciendo el poder de la aventura y la habilidad colectiva para ir adelante como especie; en el crucero el propósito es estar, divertirse y no sentir nunca ni soledad ni peligro porque todo está controlado por la compañía que vende el servicio, que sería el equivalente a un hotel en la orilla del mar al que vienen las ciudades y los puertos de visita para que compres algunas chucherías de souvenir y pongas en tu lista que ya conoces tal y tal lugares-, sino la forma clandestina de volver a crear un sistema de viajes intercontinentales con sus riesgos, incomodidades y consecuencias, en otro medio que no sea el avión. Mi corazón se alegra y ya quiero tener las condiciones mínimas de salud necesarias para probarlo, para hacer una primera incursión.
Con esta ilusión se despierta andobas, mirando frente a sí una puerta que creyó que permanecería cerrada para siempre con la cancelación de los viajes comerciales de pasajeros por vía marítima el siglo pasado, y de repente la ve abierta de nuevo, como alguien que acaba de descubrir una nueva América; entonces se pone a considerar el panorama a corto plazo. -El próximo viaje que tengo que hacer está sujeto a que se me quite la tos y considerando que ya lleva casi nueve meses instalada en mi caja toráxica –dice para sí-, la expectativa puede no ser inmediata, ni nada que se le parezca, pero en un barco en medio de la mar y sin hacer vida social, ¿a quién le importa que tosa?, no es lo mismo que ir en una cabina de avión sentado junto a otras muchísimas personas toda la noche y tosiendo de un hilo sin dejarlos descansar. Así que lo siguiente es comprar el libro y estudiar la ruta que es un poco complicada porque hay que ir de Europa a Estados Unidos y no sólo, sino llegando del lado del Atlántico hay que ir hasta San Diego, en el Pacífico, lo que ha de implicar o aceptar que allí ya se puede tomar un avión para hacer ese recorrido o buscar un barco que le de la vuelta a medio continente y regrese cruzando el Canal de Panamá a la costa estadounidense. Todo es cosa de aplicarse y ponerse a estudiar. Y pensar en vías de escapatoria si el viaje no es bueno para mi estado de salud para poder acortarlo y tomar la vía expedita de los aires. Vamos, chico, ¡a aplicarse!