Canto 2º El delta

(La escena es en el Hospital de Día, del Universitario
La Princesa, en Madrid; hay unos quince o veinte sillones
Reclinables, viejos y feos pero útiles, divididos en tres salas.
Un enfermero, Ricardo, comanda una hueste de chicas de bata blanca
Más o menos graciosas y de humor variable; el suyo
Es explosivo y atrayente. A las ocho de la mañana
Empiezan a sacar sangre a todos los que están citados en el día.
Nos llaman de cinco en cinco y si nos desordenamos, Ricardo
Con mucha autoridad recompone el ritmo. Es lunes.
O podría ser jueves.)

A partir de ahora ya no tengo sólo por dentro el río de la sangre
(además de los tres tubitos que me sacan cada vez )
Sino un delta lleno de afluentes que recibe influencias culturales
De muchos puntos de la selva de donde proviene. La geografía
Ha vuelto a ser redonda sin restricciones, vienen ríos de
Diego de León, de Conde de Peñalver, de Maldonado, y se meten
Por pasillos laberínticos todos pintados del mismo color gris
Y con igual aspecto hospitalario. Frío. Feo. Aburrrrrrrrrrrrrido.

Yo –perdonen ustedes que rompa un poco
El ritmo del relato y su relación objetiva-
soy un muchacho alegre.
Tengo cáncer pero soy chispita;
Quiero que todas esas muchachas
se enamoren de mí; soy
El más bonito de los encancerginados,
Y adentro de mi corazón todo esto
Son flechas que está lanzando
Más desnudo que Adán el cupidillo
Que me acompaña como si fuera yo
Una Venus de Cranach con sombrero.

Entonces vienen a mi sangre los líquidos ocultos
En bolsas transparentes, a llenarla, a socorrerla,
Vienen a establecer relaciones peligrosas y perversas
Que tienen su origen en laboratorios remotos
En donde deciden cómo van a combatir
La inmunda enfermedad que afecta al cuerpo.

Entran y atacan, y mi humilde persona cae
En una pasiva dependencia.

Hasta que de pronto
Algo pasa y se encienden las alarmas interiores,
¡fuego! Me enciendo como un hachón espontáneo,
se me cierra la garganta; corren Ricardo y las enfermeras,
me cierran la llave por la que está entrando el veneno,
inyectan antihistamínico, me avisan que me van a doler
los genitales, sudo, me envuelve la congoja, estoy rojo
como un carabinero, pero todo de repente se esfuma
y vuelve a ser como era. En unos cuántos segundos. Otra vez
soy el señor que está ahí sentado, como todos, recibiendo quimioterapia;
no hay circo tan rápido como éste. Carboplatino y tasano o tasol
es lo que ha entrado, y así sucederá tres o cuatro veces
hasta que el oncólogo decida que ya,
que hay que cambiar el fármaco porque este parece
que no le gusta tanto a mi sufrido cuerpo.

Suenan entonces trompas y pífanos soplados
Por los vientos todos de la tierra. Aquí estoy, me están curando.

Todos los vientos tienen inflados los cachetes, ¿alcanzáis a verlos?

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