Me desperté con pantalón vaquero, camisa de cuadros,
Cinturón con hebilla y sombrero tejano, bien raro
Porque yo ni norteño soy, pero era un vestuario anímico
Y no me opuse. Tosía como persona del norte,
Fronterizo, simpático, ligero, con flemas en inglés.
Y completamente bilingüe, de modo que cuando
Me soltaba en gabacho no me comprendía yo nada,
Pero me tuve confianza, sabía en lo más abullonado
De mi corazón que no me traicionaría hablando mal de mí.
Sube el audio –le digo- estoy choreque; luego por eso creen
Que los lenguajes son insuficientes. Pero ella sólo frasea,
Como si lo mío fuera pereza auditiva. No, mi reina,
se me está deteriorando, no oigo bien.
Aumenta tu volumen.
Pude así contar a todos las desgracias físicas que me acongojan,
La del aire, sobre todo, que es la peor: lo suelto todo en impulsos
Repentinos, uno tras otro, sin darme tiempo a llenar de nuevo
El globo y con eso me limito el mayor de los placeres humanos
Que es hablar.
Y lo decía yo perorando tan a gusto
En un descampado por donde corría mi voz con frescura
Ante miles y miles de personas interesadas en mi prédica.
La voz sabe tener un filo tan cortante que rebana
Toda distancia posible y es capaz de llegar a donde el cangrejo
Deslíe la misteriosa dirección de su enigmático andar.
Por eso creen algunos que sus dioses los oyen.
Taconeo, entonces, taconeo, taconeo a lo norteño, con humor.
Del fondo muy profundo de los lenguajes viene el cáncer –canto-,
Del indoeuropeo, de antes, de un hombre acuclillado a la orilla
Del agua viendo salir unos extraños animales que caminan de lado.
Cáncer, kan-cer; cahn-ser, y la garganta amoldándose para construir
La palabra reflejada en la noche en la tela superior de lo alto
Con diminutas luces que hacen el dibujo del cangrejo, Cáncer.
Tan modulada la voz como en este momento, que alcanza al cielo.
Allí va ya veloz mi jabalina cortando el aire, qué preciosa;
Vibra como una vena enamorada.