Ponerse una escafandra debe ser semejante a entrar en quirófano,
Supongo: te sumerges en un mundo distinto, en otro aire,
Y lo que ocurre dentro ni tú mismo vas a saber si sucedió deveras.
Como una revelación maravillosa.
De repente me vi en una camilla rodante que me metió a un salón
En el que había una mesa muy alta coronada con una batería de
Lámparas. Hombres y mujeres vestidos de blanco y de verde,
Todos uniformados, por supuesto, con las bocas tapadas como
Malhechores, y muy concentrados en lo suyo, que no era yo.
Allí de lado tirado en el camastro sin saber ni poderme preguntar
Si me gustaba o no ser el protagonista de los hechos.
Me pusieron una cánula en alguna vena –ante mi tímida negativa
Porque yo entonces estaba muy firme en contra de las agujas, ¡inocente!-
y una escafandra comenzó
A entrar por mi nariz para envolverme todo. Corderos tímidos
Se asomaban a verme con ojos transparentes y estrábicos; una mantis,
Como un puño de varitas curiosas se me paró en la frente y me hizo
Muchas preguntas peligrosas que no quería yo contestar, y yo
Ya ni podía moverme para quitármela o al menos para poder
Ver su mirada transparente, sus ojitos; una vaca pinta y muy gorda
Se paró a mi lado estorbándoles el paso a los uniformados, me
Echaba un vaho caliente y hasta cierto punto repugnante y agrio.
Una orquídea casi negra rubricó un diálogo con otras flores pero
No supe interpretar lo que decían en una lengua común para ellas.
Todo este paisaje comenzó a moverse y me llevó consigo. Lo supongo,
Porque la verdad es que luego de la aguja y la mascarilla
Todo se acabó para mí, como supongo que ha de ser morirse. Y lo demás
Es ver a Dios en tierra de indios.
Lo que sé –porque volví a vivir después de aquello- es que me hicieron
Un profundo agujero de costado para averiguar los nombres del carcinoma,
Sus pormenores, sus afectos y sus vicios.
Resulta que entre la pleura y el pulmón había un asentamiento irregular
De colonos irrespetuosos que llegaron y se acomodaron y mantenían
A las partes incomunicadas, pero tuvieron los nuestros una estratagema, que fue
Rociar de talco los espacios y éstos, como culito de bebé se conformaron
Y se volvieron a juntar ya sin ardor ni irritación ninguna. Eso, el hoyo
Y el talco y sus pesquisas, les pareció suficiente y me sacaron. Que no
Se pudo operar el tumor, dijeron luego, que porque no sé qué.
Y fue cuando se tomó el acuerdo de que el oncólogo supiera todo
Y tomara en sus manos el asunto. Desde entonces las cosas se llaman
Ya como se llaman, y yo estoy desgranando estas minucias con
La intención de distraerme y distraer el rato, para que no pase. Mientras
El cáncer se debate en mis adentros para ver si permanece y triunfa.