Hacia dónde ver
Hay veces que hay que tratar, aunque uno no quiera, con los talibanes de la memoria que a como dé lugar imponen su criterio; aunque te maten… Esto había yo anotado ayer en un borrador para comenzar mi página de hoy, pero confieso que no puedo continuarlo, no sé cuál era el desarrollo de tan terrible premisa. Tuve unos sueños que lo remojaron todo, unos sueños largos e historiados, de esos que no se pueden reducir a escritura y todo me amaneció deslavado; hoy no sé casi nada de mí. Me temo que tengo que comenzar de nuevo.
En esta “Denuncia pública”, pues, me apego lo más posible a un lenguaje que ya se ha usado mucho y trato de utilizarlo con el mismo sentido con el que está ya cargado, sin intentar sorprender ni pasarme de listo. El uso de lenguajes determinados por materias les agrega sentidos y valoraciones con que van ya adornados y uno no tiene más que aprovecharse de ellos. Pretendo, eso sí, rasgar la tela de la simulación y la hipocresía con el filo que puede tener el cuchillo de la verdad: ya nadie mira al cielo y a los niños se les enseña nada más a ver de frente, hacia el televisor. Para que el discurso transcurra por los carriles de la poesía no necesita parecerse a los discursos de la poesía, se puede parecer a cualquier cosa siempre que tenga la intención de ser un poema. Éste en particular lleva escondida la ponzoña con que nos quiere envenenar: la mayor parte de los niños del mundo ven el cielo, ¿por qué los nuestros no?
Me hubiera gustado, ahora que lo pienso, tocar en el poema la otra dirección de la mirada, la mirada hacia abajo. A mí siempre me decían cuando era niño que no fuera mirando el piso, que mirara alto, pero había tantas cosas importantes en el suelo, tantas formas, tantos materiales, tantos colores y tantísimos mensajes, que no podía ni quería levantar los ojos; eso empecé a entenderlo cuando leí libros de aventuras y supe que sólo viendo lo que está escrito en el suelo se pueden seguir las pistas que dejan los demás. Los navegantes, en cambio, saben que sólo viendo a las estrellas se puede llegar a puerto.
DENUNCIA PÚBLICA
Comparezco en pleno uso de mis facultades,
por mi propia voluntad libre y sin coacción conocida
para denunciar el expolio que han sufrido las nuevas generaciones de personas
a quienes se les ha sustraído de manera alevosa el cielo,
representado por el manto de las estrellas que eran patrimonio universal
y que uno podía ver, valorar, poseer, medir, contar,
usar como quisiera cada noche,
incluida la rogativa mágica por nuestro amor particular,
los deseos, las inasibles sorpresas fugaces,
el cómputo de todas las imaginaciones posibles
y la percepción de la medida propia,
siempre y cuando no lo impidieran los nublados
y que hoy en día,
con excepción de los especialistas
en las capillas cerradas de los observatorios
y de los millones de pobres en estado de miseria
en los infinitos poblados que carecen de luz eléctrica
en la parte no considerada del mundo,
ya nadie puede ver,
además de la prevaricación que en la educación pública
constituye la omisión de enseñar a los niños
a mirar hacia arriba,
por lo que firmo con nombre verdadero,
sin alias ni encubrimientos con los que pueda decirse
que escamoteo responsabilidades de conducta
y exijo una reparación general, abundante, oportuna y suficiente,
encabezada por los organismos internacionales.
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[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura24denunciapublica.mp3]
La terraza
Ni siquiera es que se trate de poner retos a la inteligencia, no se podría con algo tan sencillo. Cuando imaginé la adivinanza vi clarísimamente su respuesta; hasta un niño de pocos años debe saber luego luego de qué se trata. Primero le puse por título precisamente la respuesta pero me pareció demasiado obvio y se lo cambié por el género; creo que estuvo mejor, aunque debo confesar que luego se me olvidó cuál había sido el título y por lo tanto la solución. Qué más da. Aunque ahora sí lo sé porque recuperé el archivo con la primera versión. Claro está que no pretendo que tengan estos versillos ninguna importancia; no todos los trabajos que uno hace tienen que ser trascendentes; en este oficio también hay trabajos humildes, también hay barrer y trapear; alguien, por fuerza, tiene que hacer las adivinanzas. Y en algún lado tiene que ponerlas para que los niños las aprendan.
ADIVINANZA
Afuera todo
y adentro nada
y en cada mesa
una limonada.
Volver a casa
Ay, casa, le digo, qué bueno que sigues aquí, que has tenido piedad y no te has ido; aquí estás con tu calor que nos recibe, con tu olor natural a casa nuestra, con tus dimensiones intactas y tus cosas todas en su lugar. Qué alivio, casa. No es que tenga reproches de la salida; todo lo contrario: si ustedes supieran lo bien que se está en los bares de Sanlúcar y de Jerez, y del Puerto, las cosas tan ricas que se comen sin mayores pretensiones, como si uno fuera una persona nomás que quiere comer algo sabroso y entonces te dan esto y aquello que no quiero ni debo describir porque no sé cómo se hizo; lo cocido, lo frito, lo asado, todo tiene sus siglos de sabiduría y cómo un profano se va a meter a explicar a qué saben las cosas. Nada más les cuento que casi siempre comimos delicias. Y lo que vimos en cada lugar, los paisajes y las construcciones, y la gente con sus acentos peculiares y su manera de tratar a los hijos. Hubo uno, pobrecito, al que le dio un ataque de pánico adentro del elevador; sería un chiquito de tres años más o menos; el elevadorcito era para cuatro personas y nosotros dos ya estábamos dentro cuando él entró con su joven madre; se cerró la puerta, nos miró, yo a lo mejor dije algo por hacerme el gracioso, y el pobre niño se trató de fugar enroscándose en las piernas de la madre, aterrado, francamente aterrado. Pánico. Cómo hubiera querido poder hacer algo. Para él debió ser eterno el viaje hasta que se abrió la maldita puerta del infernal ascensor. Otros tratos con los hijos vimos que me disgustaron, qué difícil parece ser la relación de los adultos actuales con sus hijos, al menos en España; como que no supieran ser tiernos y cariñosos con ellos, como si les diera vergüenza hacerles caso delante de los demás. O en privado, porque la impresión que dan es de que los tratan con el mayor desapego posible, sin carne de por medio.
Y ahora que reviso lo que escribí los días anteriores, veo la cantidad de barrabasadas que puse antier, por ejemplo; yo que soy tan cuidadoso de la limpieza de lo escrito. Se ha de perdonar porque ya de sobra expuse las dificultades de enfrentarse al desconocimiento de un ciber-changarro. Antes digan que tuve la entereza para no dejar que pasara un día sin responder al reto de tener un diario al aire.
Mañana será otro día; me levantaré descansado y buscaré tranquilamente el poema que corresponda. Hoy, ya de noche, viajado, derrengado, agotado de esperar taxi en la estación de Atocha, en lugar de salir y tomar el metro para venir a casa, meto mano al archivo y les endilgo una reflexión que hice el otro día. Me encantaría que tuvieran una opinión al respecto y la comentaran. Pero no es requisito.
El otro día me dijo Arantza que son demasiado largas mis intervenciones en este espacio que está hecho para mensajes rápidos. Yo creo que tiene razón pero sé que yo no tengo remedio.
JARDINES COLGANTES
Hace tiempo que vengo buscando la manera de explicarlo sin que se preste a malas interpretaciones, sin que parezca que abomino de mi propia condición o que estoy en desacuerdo con el orden genético que determina cómo ha de ser uno en su particular morfología. Sé que tenemos por delante mucho enigma todavía; unos cuantos miles de años de reflexión no han sido suficientes para desentrañar esa madeja que nos tiene atónitos. Desconozco, como todos, el origen de la vida, misterio que nos estimula, y me atengo a las explicaciones parciales que nos da la ciencia evolutiva en cuanto se empeña en explicar que la función crea el órgano que la realiza. Y puedo decir que en términos generales me inclino mucho más a las explicaciones técnico científicas que se pueden extraer de la observación razonada de la naturaleza que a las respuestas múltiples que atribuyen la creación a alguna voluntad externa y juguetona que fabricara la vida para entretenerse, o con fines aún más inconfesables.
Quizás deba anteponer que tengo cuatro hijos; que, salvo algunos escarceos de curiosidad adolescente, he sido siempre proclive a emparejarme con mujeres, y he celebrado de mil maneras la diferencia anatómica y el lujo de complementarse tanto para la reproducción como para el placer y sus alegrías. Sin que intente acomodar en este alegato rasgos autobiográficos, ni mucho menos culpas o presunciones; aunque si se tratara de definir un perfil, más estaría del lado de la promiscuidad que del muy valorado por algunos de la castidad. Tampoco reconozco en mí traumas ni desavenencias afectivas u orgánicas que dieran lugar a que la maledicencia soltara el esperado ya salió el peine.
No sé en realidad si estas previas declaraciones sean necesarias ni si servirán para lo que aparentan en su primera intencionalidad o hagan más bien el papel de explicación no pedida… Tampoco me preocupa ya especialmente lo que pueda parecer, y ni siquiera lo que pueda ser. Simplemente quiero desde hace no sé cuánto tiempo decirlo porque opino que hay que decir lo que uno siente, hay que hacer caso del impulso de compartir el pan de la palabra y de la duda con los demás cuando uno cree que la observación sincera de los matices inagotables de la experiencia de la vida aporta una micra útil al tonelaje que hay que acabalar entre todos para algún día tener la respuesta que justifique el uso de lo que damos en llamar la inteligencia.
No me sabe bien el decirlo y noto que sólo la formulación de las palabras posibles de su enunciado me saca colores a la cara, pero creo que padecemos, como especie, un defecto notorio, o quizás pueda decir un defecto entre muchos otros, que habla por sí mismo de una etapa de transición, de un estadio evolutivo: tener los varones fuera del cuerpo los genitales me parece que revela una notoria imperfección.
¡Vaya!, me atreví a decirlo, ahora puedo transmitir los antecedentes y tratar de exponer lo que me ha llevado al incómodo descubrimiento, porque no se trata de una primera impresión sino de una salsa ya muy molida en el molcajete de mis meditaciones.
Primero que nada, está su fragilidad. Lo ojos no se salen del plano estructural óseo que los proteje a pesar de la aparente levedad del párpado; el martillo y el tímpano se cubren con el cartílago de su cueva de caracol; los dedos, que están expuestos absolutamente a todo, tienen los escudos córneos de las uñas que les hacen veinte guardianes dispuestos a lo que sea; hasta la lengua, cuya sumisión al interior del cuerpo es total aunque sus funciones sean tan orgánicas como mundanas, tiene el acorazado de las mandíbulas como resguardo y la engañosa debilidad de los labios como fortaleza. Los genitales, en cambio, como no sea la ropa, no tienen protección alguna.
Y con frecuencia la ropa no es más que otra enemistad con que contar porque aprieta, estruja, testerea, roza, magulla tan finas y delicadas extremidades y no pocas veces la obligada costura del pantalón que pasa precisamente por ese territorio para dividir ambas piernas, se entierra en medio de la bolsa que contiene los valores causando al cruzar distraídamente una pierna sobre otra unos dolores que pocas veces pueden manifestarse y se viven con heroico disimulo macho. O el riesgo, no por caricaturezco menos real, de un ziper distraído o de una psicológica cremallera vengativa, o el irritante roce del faldón de la camisa almidonada. Ya no digamos la tentación de aprovechar esa fragilidad en los casos contumaces de violencia de unos contra otros, que tal es sin paliativos la historia de la especie; allí cae el golpe o la patada con la certeza de su infalibilidad fatal.
Y luego está la indiscreta autonomía de reacciones ante estímulos externos que si bien es a veces gracia y galanteo, las más es ocasión de rubores y desfiguros, y eso que hay que reconocer que el diseño de prendas de ropa interior para caballero ha logrado verdaderos prodigios de más o menos cómoda contención de alardes, sin que deje de reconocer que vivimos en una época en la que ya están superadas las gazmoñerías que hicieron de lo genital territorio del diablo durante un montonal de siglos.
Y no me refiero al sitio en donde están puestos, que me parece el adecuado, tanto en lo práctico como en lo estético e incluso en lo mecánico -sin contar con que atreverse a modificar aunque sea con la imaginación la apariencia humana tan dependiente de su condición animal, sería una de dos: arrogancia enferma o locura artística-, sino a su disposición exterior colgante que, más allá de la armónica belleza que tan bien supieron exaltar los griegos y otras civilizaciones al ponderar el justo valor artístico de su representación plástica, como no sea en la intimidad pocas ocasiones tienen de justificar su existencia.
Sin querer ensañarme ni abusar del tema veo pocas ventajas en el modo de ser de partes tan importantes de nuestra anatomía. Y pienso que cuando uno reflexiona sobre algún defecto o carencia es bueno tratar de aportar si no las soluciones al menos alguna pista que oriente a otros que puedan compartir nuestras inquietudes.
Me abisma, por el atisbo de sus posibilidades, el conocimiento y la divulgación de datos que se ha hecho público en el mundo científico, sobre el mapa del genoma humano y su viable manipulación pero siento que allí tal vez se encuentre la clave para resolver el problema; el gen o los genes –perdón por mi ignorancia científica en cuanto al número apropiado- que tienen que ver con la apariencia de los –justamente- genitales, quizás podrían manejarse con cierta habilidad para que se creara, dentro del propio cuerpo masculino y por supuesto en el mismo sitio y con el mismo resguardo capilar, una cavidad suficientemente fuerte y a la vez flexible y dúctil que los contuviera y los dejara salir y explayarse cada vez que fuera necesario; algo así como la lengua adentro de la boca o el molusco adentro de la valva. Que se abriera un compartimiento ante determinados estímulos y aparecieran los órganos en toda su magnitud dispuestos a desarrollar sus funciones.
Ni se me ocurren las consecuencias anímicas o sociales que tal modificación pudiera causar; sé que hay muchos varones que viven sus riesgos con enorme orgullo y que la visión cultural que tenemos de nosotros mismos dificilmente se avendría a que fuera realidad una imagen como la que nos producen, por decir algo, los maniquíes desnudos o los santos de iglesia desvestidos; no obstante, me atrevo a especular con el tema y creo que no es del todo desafortunado dejarlo como pulga en la oreja de los que algo puedan hacer en los albores de la ordenación genética que ya se anuncia inminente, para mejorar imperfecciones de la especie.
Adios, Guadal
Aquí en Andalucía dicen jugo y no zumo, de modo que me vi muy fuereño al pedir un zumo, ¡maldita sea! y tanto trabajo que me cuesta decir zumo. Pero la cosa es que ya se nos acabó la fiesta. Al ratito nos vamos a Jerez a tomar el tren de regreso a Madrid y ya podré, desde esta noche o desde mañana en la mañana, escribir con tranquilidad desde mi estudio lo que corresponda al día. Hoy por lo pronto, no va a haber poema, aunque estaba programado el siguiente del libro: “Un nopal en tierra extraña, o sorpresas en España”, porque resulta que mi amiga Claudia Santa-Ana, la directora del Ciela Fraguas, de Aguascalientes, me pidió que no publicara ese ni otros dos que le di inéditos para la Memoria del Encuentro de Poetas del Mundo Latino, en su extensión a Aguascalientes el año pasado. Había pensado poner en su lugar un texto en prosa pero como no tengo las condiciones técnicas necesarias para sacarlo de mi computadora y pasarlo por ésta, me abstengo olímpicamente y vosotros os aguantáis hasta mañana.
Me despedí muy educado del Guadalquivir y le dije que estaré muy al pendiente de que no le falte agua ni nada, lo mismo que al Atlántico, que aquí son uña y carne y uno no es quién para intentar separarlos. Hasta mañana.
Coto de Doñana
Hoy es día de nuestro cumpleaños; cumplimos 106 entre los dos; saquen ustedes sus cuentas. Para celebrarlo nos vinimos a Sanlúcar de Barrameda, en la provincia de Cádiz, de donde salían los barcos para América. Y aquí andamos comiendo tortillitas de camarón y tapas de langostinos y pescaditos fritos y bebiendo manzanilla, ese vino blanco oloroso que se toma frío y que sólo aquí sabe como sabe aquí.
Fuimos en un barquito al Coto de Doñana, que es una reserva ecológica preciosa, llena de especies animales, algunas en extinción, como el lince y águila real, (de los cuales no vimos ninguno, ha de ser por lo poquitos que quedan). Todo nos explicaron, excepto por que se llama de Doñana. Ya lo averiguaré.
De modo que soy obligatoriamente breve, estoy en un ciber y todo conspira contra la inspiración (yo soy de los que creen en la inspiración, como los poetas de antes), de modo que pongo el poema que corresponde y todavía mañana trataré de salvar el tipo en estas duras condiciones. El domingo ya estaremos en el paraíso de casa.
La clasificación del género la inventó Alfonso Reyes, y tiene que ver con esos versos carentes de sentido pero cuya sonoridad busca hacerse un huequito en la memoria. Y que para eso son.
JITANJÁFORA
Entonces entonces,
con dieces y onces,
sonaron los bronces,
de los mastodonces,
dorón dondondón, don.
Escúchalo: [audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura20jitanjafora.mp3]
Dependencia
Estoy aterrado. Fuera de mi espacio en el que está resuelta la magia de internet todo me es adverso. En este hotel no hay wi-fi y la única alternativa es el cibercafé pero ahí no puedo sentarme tranquilamente a escribir; no me conocen las sillas ni las máquinas ni el aire, no me conoce la luz ni la gente alrededor, cómo me abstraigo, cómo pesco el hilo de mi monólogo interior. Y luego está la dificultad de que yo escribo en Mac y allí todos los sistemas son PC; claro que es una traducción elemental, pero es elemental para los chamacos, yo me abismo.
El Guadalquivir me mira muerto de la risa. Si supieras, me dice, en las que otros se han visto para salir de aquí, entrar a ese mar Atlántico que allí estás viendo, donde tantas barquitas se menean con las olas, y coger la ruta de las Indias Occidentales, o terminar la del Mediterráneo para fenicios, griegos y cartagineses; dar la vuelta al estrecho de Gibraltar y atreverse a llegar hasta esta arteria caliente que bien te llevaría a Sevilla en una barquita de plata si te embarcaras; y tú sufriendo por una conexión a internet.
Así que pongo el poema de hoy que es nada más un ejercicio de escorzo, una mirada oblicua, una aproximación tangencial al objeto, y me dispongo a emprender la procelosa aventura del café internet.
TOCO TU PIERNA
Me agacho sin pensar en devoción ni en nada,
con el impulso repentino de acariciar tu pierna.
Acaricio tu pierna
y el mundo cambia sus intereses y sus puntos de vista;
es decir, yo, que soy el mundo,
cambio lo que me imaginaba que iba a hacer
y comienzo una adoración que no tenía contemplada.
Yo sólo iba a acariciar tu pierna;
una pierna de muchacha que está aquí parada, junto a mí.
Una pierna que bien puede ser tocada,
y más emotivamente, acariciada por mí, me queda cerca,
aunque esté literalmente adentro de un pantalón de mezclilla,
gracias a que has aceptado ser por mí cortejada y propicias
la cercanía con ambas piernas que ahora, ya que estoy inclinado,
son imperativas y deseables tanto como el escorzo
que desde aquí te hace novedad en un golpe de deseo.
Ya que estoy recorriendo el contorno de tu pierna
que adentro del pantalón vibra como un baile en suspenso
me sorprendo alabando tus piernas que te marcan
como una persona con su propia estructura
sin que ni pensamiento ni deseo hayan intervenido todavía.
Tu pierna réplica de la otra debiera estar expuesta
y no sujeta al secreto de una ropa estrujante,
debiera de estar suelta para que todo el que como yo quiera acariciarla
pueda, en principio, disfrutar tamaña adoración
que de manera repentina surge
cuando alguien como yo se agacha
con el impulso repentino de acariciar tu bella, tu hermosa pierna.
Las encueradas
Lo único que quiere este pobre poemita es asomarse al concepto de la cultura y señalar algo. Es cierto, parece un chiste, pero pretende entrar como un bisturí en la carne de lo cotidiano e indagar acerca de un crimen: en dónde está el cadáver de nuestra primera desnudez. Cómo es que debajo de la ropa llevamos tanto oculto. “¡Y ellos también!”, gritó una mujer que estaba escuchando en el club de lectura cuando lo leí en público por vez primera, con una carga de reivindicación muy fuerte; no sólo nosotras vamos desnudas, ya que nos descubriste, ustedes también aunque su ropa tenga más recovecos y fibras más consistentes. Yo me he reído muchísimo, y casi todos los que lo leen también se han reído, pero lo cierto es que unas cuántas palabras acomodadas de tal modo pueden hacer que nos sintamos descubiertos en algo que jamás habríamos pensado que tiene que ver profundamente con lo que somos. Nuestra desnudez no tiene curso social, somos, seguimos siendo, como en tantos siglos pasados, nuestra ropa. Y nosotros que creíamos que ya el hábito no hacía al monje…
Por otra parte, debo confesar que lo que movió realmente el surgimiento del poema, su explosión espontánea, fue el paseo cotidiano por Madrid en verano, el calor que hace que las muchachas lleven la menos tela posible sobre su acalorada carne, y la lasciva complacencia de imaginar. Pero eso nos ocurre a tantos… y sólo al poeta le sucede el poema.
La entrada de hoy es tan breve porque estamos por irnos a la estación de Atocha a tomar un tren rumbo a Jerez de la Frontera y de allí a Sanlúcar de Barrameda. Ya contaré.
IMPUDOR
¡Y pensar
que debajo de la ropa
van todas
completamente desnudas!
Los gatos
En 1963, yo creo, escribí los primeros poemas que me atreví a publicar; los di a las revistas de la época y sólo 10 años después los junté en un librito que llamé “Tambor interno” aludiendo a una figura que había en uno de ellos “y algo me crece del tamaño de un tambor/entre la carne”. Pues ahora, cuando leí el poema que corresponde al día de hoy en esta puntual entrega, me acordé de otro, de aquellos días: “Jugábamos con rifles de mentiras /y nos gustaba escribir nuestros nombres /en las banquetas de cemento fresco. / No descendemos de buena familia. / Nos parecemos a los gatos pobres,/escondidos en sótanos nacemos/y brotamos maullando en las esquinas.” No, el poema de hoy no tiene en apariencia nada en común con este de los gatos pobres, sin embargo alguna razón profunda lo sacó de donde estaba y me lo puso en el primer plano de la memoria. No creo que valga decir que se trata del mismo poeta cuarenta y tantos años más tarde y que eso sirva para explicar algo; más bien hay algún vínculo de fraseo en los dos poemas que hace que una misma sangre fluya por el interior de ambos.
La mayor parte de los poetas vivos que conozco se ha nutrido en la lectura silenciosa y ha oído la parquedad interpretativa o declamatoria en las lecturas en voz alta de parte de los demás poetas que ha marcado el estilo en que se debe leer; la poesía se lee con la menor cantidad posible de inflexiones de voz, con la mayor monotonía y la menor sonoridad posibles. Nomás que yo provengo de otra escuela: me acerqué a la poesía a través de la declamación porque antes que haber escrito un poema me había aprendido muchos y tomaba clases de declamación, y luego, cuando me declaré poeta y comencé a dar a conocer mis versos, fui a dar al taller de Juan José Arreola que era un estupendo intérprete y que actuaba en voz alta los textos de sus pupilos para subrayar sus valores y, muy ocasionalmente, sus defectos.
Bueno, este “Vértigo” tiene ese algo de entonación que me encanta, yo diría que es un poema para ser leído en voz alta, que puede sumar a su marcha silenciosa un danzar alegre y juguetón que dé las claves de su aprovechamiento a quien lo escuche: la poesía es siempre un riesgo, no sirve para nada, nos pone en predicamentos de todo tipo, y no obstante, no hay felicidad comparable a la que de ella emana.
VÉRTIGO
En enjambre me vienen las palabras
zumbando como violas extasiadas,
como flautas y oboes en campiña dominguera
pidiéndome que salte, que me mueva,
que me arroje por el acantilado pavoroso
que me espera sonriente a pocos pasos
porque dicen que yo puedo volar, que si me tiro
más seré aire que cuerpo, más ala que bulto,
menos concepto y más nota vibrante,
más arpegio que sombra de caída, que me tire.
Se me vienen a juguetear al velo del paladar
como efluvios de la memoria con sus sabores
de melocotones dulces, de gordas mandarinas,
de mangos perfumados y golosas piñas,
entrometidas y con mucho inocente descaro
me hacen cosquillas pecaminosas en los labios
y me empujan con sus sabrosas tentaciones
para que me lance a lo que dicen que será disfrute
como el que es solazarse en la delicia anónima
de la pura disposición para el placer de los sentidos,
que si veo el abismo frente a mí en donde pierda el paso
que no le tenga miedo porque allí regalan vida,
que allí me está esperando el paraíso, dicen.
Se me vienen a las yemas de los dedos
sin considerar que uso las manos para tantas cosas
y allí me comadrean indiscretas como viejas conseguidoras,
me ponen al alcance atisbos de pieles que me erizan,
palpaduras que nunca sospeché que hubiera tales,
morbideces que tentar sin el menor recato,
lisuras de mejilla y de cadera de cobre, de mármol, de alabastro,
palpitaciones cuya sangre interior se me contagia
y me empujan, me orillan de bulto y de palabra
para que me vuelva adicto al vuelo que me atrae y que me aterra.
Se me vienen también como aires, como vientos,
como soplos que no sé si llamar premoniciones,
como susurros inquietantes al oído,
insinuándome tesoros escondidos
que están sólo esperando a que los coja yo,
que son la almendra del alma de los tiempos,
el cristal impecable en que se mira el centro cardinal
de la verdad, que a qué espero, que en su manto
me habrán de recoger en el momento mismo
en que deje la orilla y decidido vuele,
y yo entonces sin saber lo que hago
aturdido, febril, manipulado por esta multitud aleve
que me atosiga con vehemente almíbar,
voy a la orilla de la página y me lanzo.
Escúchalo: [audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura16vertigo.mp3]
Ropa vieja
Habíamos puesto a cocer una carne con huesos, ajo y cebolla, cilantro y perejil, para hacer caldo destinado a una sopa de huitlacoche que teníamos congelado desde la última vez que fuimos a México. De los huesos sacamos el tuétano y allí de pie en la cocina lo untamos en tortillas recién calentadas y lo sazonamos con sal gorda. Aquel glorioso taco fue el aperitivo. Deshebramos la carne y la puse a freír en un poco de aceite de oliva -siempre debe entenderse en España, excepto cuando se especifica lo contrario, que se trata de aceite de oliva- hasta que se fue dorando levemente, entonces le agregué una cebolla mediana cortada en juliana más un chile verde y un pimiento del mismo color también en rajas, sal y pimienta y lo tapé para que se integrara todo. Pues no, la verdad es que lo veía yo muy seco, pero recordé que tenía una salsa de jitomate molido con chile, ajo y cebolla, y frito, y se la eché; como era poca no llegó a hacer caldoso el guiso pero le dio una consistencia más apetitosa. Quizás no es la ropa vieja tradicional pero era algo muy parecido. José Sanchis y Arantza Salaberría que nos acompañaban en la mesa alabaron el guiso, y no menos la sopa de huitlacoche, que se hizo friendo cebolla y ajo picados y granos de maíz fresco; luego agregamos el huitlacoche desbaratado y la sal necesaria y dejamos tapado para que se conocieran las partes a fuego lento; por último el caldo, suficiente para que quedara una densidad notable del difícil platillo negro perfumado con epazote. El huitlacoche no necesita explicación en el centro de México pero sí en el resto del mundo: es un hongo negro por dentro y gris por fuera, de aspecto poco amistoso, que prospera enracimado en la mazorca del maíz cuando se abre accidentalmente mientras está creciendo y se mojan los granos; allí el huitlacoche se desarrolla como una protuberancia que salta a la vista y hace que quien cosecha, si no conoce sus delicadísimas posibilidades gastronómicas, lo considere pudrición y lo tire a la basura. El epazote es una hierbita humilde que crece en México en cualquier parte y cuyo perfume, seco y penetrante, va muy bien con algunos guisos; es de esos sabores que es mejor conocer desde niño para cogerles el gusto.
Y ahora empezamos la semana con un juego. Los elementos del poema son sumamente sencillos: estadísticas y deseo. Y unas cuantas palabras, las menos posible. El juego consiste en dar vuelta a la lógica y hacer que las palabras se froten unas con otras, como sacadas de su comodidad para obligarlas a hacer chispa. Y confieso que no tengo mucho reparo en que se diga que esto pertenece más al terreno del humor que al de la poesía; desde mi punto de vista son caminos paralelos que no pocas veces se rozan en sus infinitos particulares. El chiste es también sublimación del lenguaje y procura, lo mismo que el poema, trascender la rusticidad de las explicaciones para llevarnos de los pelos a una posibilidad humana de nueva creación del universo, en donde unos nos reímos, otros nos azoramos, otros creen ver a Dios, otros nos sentimos flotar, otros lloramos y nos envolvemos en los mantos del dolor como en los de una madre acogedora, y otros todo. Así que si quieren que sea chiste, sea. El alma, sin embargo, clama en el desierto.
DE ESTADÍSTICA
Y hablando
de estadísticas,
a mí me gustaría
que me tocaran
más muchachas
por persona.
Escúchalo:
[audio:http://www.alejandroaura.net/vozpoemas/SeEstaTanBienAqui/L2007AAura15deestadistica.mp3]
Cada quien en su lugar
Sigo aquí con el cuento de cómo terminé el año pasado el libro de poemas “Se está tan bien aquí”, que permanece inédito aunque yo no sé si inédito se llame a lo que ya va apareciendo día a día en una página electrónica como esta; en todo caso, lo que quiero decir es que no existe todavía el objeto libro, impreso sobre papel y acumulable en un librero después de haberlo leído, subrayado, lagrimeado y manchado con los dedos que pasaron antes por una salsa. Y no es que no quiera publicarlo y exponerlo a tan mundanos destinos sino que no tengo editor. Si alguien entra por primera vez a este blog y no sabe de qué se trata puede remitirse a las páginas anteriores de la bitácora y se enterará de la verdadera y profunda historia de cómo se hace un libro de versos.
Hacia el final del libro, cuando ya para mí tenía forma de libro y no de colección de poemas, sentí la necesidad de invocar a las musas: “Canta oh diosa la cólera del pelida Aquiles”. Pero me di cuenta de que a escaso numen podemos acogernos los poetas de hoy en día, y peor si, como yo, creemos poco en masallases y nada en dioses de ningunos, como no sea, claro, en todo lo divino de la verdaderísima realidad del arte y las creaciones humanas.
Había un capítulo que me importaba dejar cerrado ya que me encaminaba al momento de decir adiós, y era el relativo a las influencias literarias, la intertextualidad, los vínculos entre la obra personal y el contexto literario de época, y cosas por el estilo. Perdón por hablar de esto en este espacio, pero así me amaneció el domingo. Yo he sido poco amigo de la academia toda mi vida; o más bien dicho, me ha parecido que una cosa es la academia y otra la poesía; haga cada quien lo que le corresponde y no le pidamos a nadie que se meta en los terrenos de otros. Porque ahora resulta que para poder ir de poeta ya no se puede ir con los ropajes propios del oficio sino que uno ha de tener títulos universitarios de letras y tesis y análisis y opiniones de sí propio y de los demás que han de estar cotejadas con las cumbres del pensamiento y el orden de los académicos; si no, no.
Y luego estaba el otro asunto, el de para qué escribe uno. Y la verdad es que aunque el poema estaba destinado a ser parte del principio del libro el interés profundo que lo movía era dar cuenta de un montón de acontecimientos que aparecen a lo largo del libro y que tradicionalmente no están englobados entre lo que tiene autorización para llamarse poesía. Ya hablaré de eso, yo creo, cuando empiecen a salir los ejemplos. Hoy preferiría contar un sueño que estaba teniendo hace ratito, antes de despertarme.
SUEÑO DE LOS PUROS
Los sueños, cuando se vuelven palabras escritas pierden la sangre de su profunda verdad pero no hay otra manera de tratar de conservarlos y transmitirlos. El caso es que venía a comprender que mi enfermedad era resultado de mi rebeldía porque en realidad yo era un líder religioso, un líder moral y había querido escapar de ello; me parece que era yo el verdadero líder de los judíos. Y me percataba de que el pelo me había crecido demasiado y en forma por demás irregular; tenía un greñero que no era para nada propio del dirigente que yo era sino más bien la melena desordenada de un rockero. Lo asumía y entonces ya podía ir a la habitación de mi madre, que estaba del otro lado, a buscar mi caja de puros que yo sabía que ella tenía confiscada; no porque pensara fumármelos; no, ya no; sólo quería tenerlos porque eran míos.
Salí de la invocación contando cual es el verdadero sentido que tiene el color de las plumas de los pájaros, la dureza calcárea de las conchas y el grosor de las líneas que produce el pincel. Y buscando, como siempre, la complicidad de los demás, de las señoritas, sobre todo. El libro, ya para esas alturas, estaba prácticamente terminado, aunque aun no había escrito la despedida.
INVOCACIÓN
De manera que no teniendo musa o diosa a quien pedirle
que engalane mi prosodia,
-otra cosa es que no tenga a quién encomendarme
pero no es el caso ahora referirme a ese prodigio
pues de ello aparecerán aromas y se develarán colores en su momento-
y habiendo hecho pública profesión de ateísmo,
asumo plenamente la responsabilidad por los versos
que vienen aquí. Yo los hice solo, sin ayuda de nadie
pues declaro no estar ya
en situación de pedir auxilio para tales menesteres,
sin demérito de todos los ilustres antepasados en cuyas obras
he bebido los néctares propicios y apurado las necesarias ambrosías,
y con el propósito de mejorar el mundo un poco,
con la intención científica de lograr injertos de mi piel
en la lacerada piel del mundo,
con el deseo descarado de conmover a las señoritas que los lean
y a los muchachos que se acerquen a ellos
y atraerlos a mi bando y feligresía en los límites de este mundo
y considerando que a falta de la energía inconmensurable de los dioses,
que ya no están,
cada quien, desde su soledad íntima y creativa,
debe hacer lo que pueda para que ruede el mundo y siga girando.