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Cantos rodados, 18

Hoy estoy sentimental. No tengo cuerpo para alegaciones
Ni discursos, lo que quisiera es ponerme a llorar quedito mucho rato,
Que me salieran y me salieran lágrimas de agua salada
Y estar así mojándome la camiseta sin que me importara nada.
Yo soy de esos idiotas que no lloran nunca, hay cosas que
Casi no sé hacer, como esa o como echar gargajos, que tampoco aprendí.
Por un lado quería ser un macho fuerte y por otro ser tan fino
Como una dama, qué desastre. Lo que sí sabía era chiflar fuertísimo,
Yo creo que fui de los que más fuerte chiflaban en mi calle, pero
Ya no puedo bien, se me olvidó cómo lo hacía o me cambiaron
La ordenación de los dientes en el consultorio de Masri y todo el ímpetu
Sonoro se me desapareció. Chiflo como cualquiera que apenas sabe hacerlo.

Pero no sólo fuerte, me acabo de acordar que le copié a Claudio Brook
una manera de silbar casi sin mover los labios que llamaba mucho la atención,
me oían pero no me veían y se desconcertaban. Como un ventrílocuo. Pero
hace años que no lo uso; quizás perdí el gusto por hacerlo.
Algún agravio he de sentir y en lugar de cólera tengo esta tristeza. Y me veo
Contando cosas que no tienen que ver con el asunto de mi canto.

Así es que sigo: Se acabó la primera tanda de quimio y me llamaba el sol,
Quería saber en persona cómo me había ido y qué sentía. Para
Entonces nadie me había dicho que mi pronóstico de vida
Era cortito como la cuerda de una ballesta, y que la flecha
Ya preparada era mi corazón que estaba trabajando de más
Y en cualquier momento saldría disparado a clavarse en la frente
De una pared sin esperanzas. Y entonces nos fuimos a Lanzarote,
Yo pensando que allí Saramago viviría entre verde y alegría, y qué chasco,
Nos encontramos con pura lava y un mundo áspero y seco.
Pero estuvo muy bien, pensaba que si así iba a ser me quedaba muchísimo
Tiempo para no hacer nada. Había arena y sol y montones de turistas.
Allí me encontré con un ron muy sabroso pero no vi las cañas de azúcar
Por ninguna parte, deben estar en otra isla del archipiélago.

Luego ya no me acuerdo del orden de los factores pero el caso
Es que de repente nos vimos navegando sobre el Nilo. Y yo un rato
Caminaba asombrado como todos y otro rato me quedaba escribiendo
En el hotel o en el barco lo que había visto. Sin pensar para nada en que podía
Morirme de repente. Porque otros, después que yo ya estaba
Sentenciado, se han muerto con la mitad de años que los míos y sin
Pronóstico de tanta gravedad ni tener cáncer. Qué impreparados papeles
Los que nos distribuyeron a la entrada.

Ya conté lo del Nilo en otra parte; aquí la estrella es una que se mueve
En mi espalda de manera incomprensible. La estrella de este canto es el cangrejo.

El que canta…

De toda libertad,
palabra por palabra, digo,
(y me cae que mi corazón es cierto)
canto, holgazaneo,
para que me mires y digas: qué desperdicio de horas,
envidiable.
Poseo el don del tiempo,
la catrina calma y el más chicho recreo:
uvas de sol y luna,
uvas de estarme solo todo el día,
uvas de hablar contigo y de que me oigas
porque como yo
quieres hablar con alguien
de esta prodigalidad del mundo. Y es cierto,
todos los caminos van a tu boca
y van a que tú puedas decir lo que te dé la gana–
Caminaras, horas enteras caminaras,
ciento cincuenta pesos de zapatos
una noche caminaras, cientos de angustias juntas
te acabaras–
y ni hablar de todo lo profundo, qué caray,
yo mejor desentono pero canto,
te invito un café,
te quiero,
te llamo a las cuatro de la tarde,
gentecita,
gentecita mía,
porque elegí en el mundo (y cómo no)
los días de sol para vestirme de colores– que te pica
el miedo, que te dice,
que te unta su nata pegajosa,
que te dice que no
y a mí que me desespera–.
Pero con una concha grande me muerdo los bigotes,
como mangos a las doce del día,
viviendo claramente (en serio)
para que no se te aparezca nunca
la nebulosa esa desgraciada
de mi melancolía.
Qué más quieres.

Cantos rodados, 17

Perdona, necesito un tiempo todavía: hay
Algunas cosas que me falta hacer. Una de ellas es el viaje en el Expreso
De Oriente; no me sé bien su itinerario pero estoy seguro
Que en él puedo llegar a Estambul y allí embarcarme a un recorrido helénico por
Varios puertos y cambiarle luego la filiación a la boga para hacerlo viaje nada más,
Viaje por barco.

Y quizás, si se pudiera, digo, atravesar el Atlántico
Para estar alguna vez en Cartagena de Indias.
Y ya después hablamos. ¿Se podría? Claro está que debe ser costoso.
Y los que vamos toda la vida de pobretes no podemos tan fácilmente
Destinar una pequeña fortuna para ese recorrido, pero puedo
Intentarlo; si vendo esto y aquello, si pido un poco así y otro poco
De esta otra manera, y como quien dice, quemo las naves,
Al cabo ya después para qué quiero, yo creo que sí podría. ¿Lo intentamos?

El Cáncer, mientras tanto, por primera vez en tanto tiempo,
Se me queda mirando con extraña sombra, como queriendo ahondar
Si se lo digo de veras o si estoy guaseando, pero yo, muy serio
Le sostengo la mirada: es cierto.

¿Y a qué quiero yo ir a Estambul, qué se me perdió en Constantinopla?
Nada. ¿Hay algo de Bizancio que yo quiera tocar? Ninguna cosa. Quiero verlo,
Pero antes dar un paseíllo por Constanza a ver si le oigo a Ovidio un llanto,
Porque fueron tantos que alguno ha de quedar por ahí rondando.
Y enfrente, cruzando el Bósforo y preguntando por ahí a los que pasen,
Me gustaría poner mi pie en donde me imagine que es la huella de uno de aquellos
De Aquiles enojado y decir esta huella es mi pie junto al de Aquiles. Y como
Ahora el teléfono trae cámara de fotos
Hacer una ampliación lo más grande que pueda de nuestras pisadas:
Dos huellas humanas diferentes, juntas, para cubrir algún muro.

Eso es todo. Y luego, como no eres entidad divina, hablamos
De persona a persona y si estoy todavía en trance dispuesto, terminamos
Y punto.

No sé si le moví la entraña. Por lo pronto, mientras son peras o son manzanas
Me pongo a calcular cuánto nos costaría ese recorrido y tengo que averiguar
Cuál es la mejor época del año para hacerlo. ¿Cáncer?

El que canta…

Mi ciudad está loca,
a veces tiene calor y a veces tiene frío–
nosotros sabemos bien lo que se dice a cada hora–
a veces tiene calor y a veces tiene frío
entre la mañana y la tarde–
¿por qué no hablar del clima?
a veces es premonitorio un buenos días–
entre la tarde y la madrugada.
Y alguien que la retrata–
a mi ciudad en seco, sin augurios–
y ella que coquetea.
Mi ciudad está loca, de deveras.

Tiene tedio–
pero mi ciudad tiene mercados y avenidas,
huellas de muchos que nunca se marcaron,
trato humano aunque comercio
donde todos caemos y a veces levantamos–
tiene tedio (¿o soy yo,
que estoy juzgando parcialmente?)–
tiene parques y flores
y crímenes y criminales
donde el hombre de ciudad se mira y desaho
ga–
no mataré becerro nunca
porque becerro que alcanzo es muerto y despellejado–.
Tienen los mercados frutas y verduras–
tiene tedio, mi ciudad
tiene tedio
y yo con ella.

Cantos rodados, 16

Ponerse una escafandra debe ser semejante a entrar en quirófano,
Supongo: te sumerges en un mundo distinto, en otro aire,
Y lo que ocurre dentro ni tú mismo vas a saber si sucedió deveras.
Como una revelación maravillosa.
De repente me vi en una camilla rodante que me metió a un salón
En el que había una mesa muy alta coronada con una batería de
Lámparas. Hombres y mujeres vestidos de blanco y de verde,
Todos uniformados, por supuesto, con las bocas tapadas como
Malhechores, y muy concentrados en lo suyo, que no era yo.
Allí de lado tirado en el camastro sin saber ni poderme preguntar
Si me gustaba o no ser el protagonista de los hechos.

Me pusieron una cánula en alguna vena –ante mi tímida negativa
Porque yo entonces estaba muy firme en contra de las agujas, ¡inocente!-
y una escafandra comenzó
A entrar por mi nariz para envolverme todo. Corderos tímidos
Se asomaban a verme con ojos transparentes y estrábicos; una mantis,
Como un puño de varitas curiosas se me paró en la frente y me hizo
Muchas preguntas peligrosas que no quería yo contestar, y yo
Ya ni podía moverme para quitármela o al menos para poder
Ver su mirada transparente, sus ojitos; una vaca pinta y muy gorda
Se paró a mi lado estorbándoles el paso a los uniformados, me
Echaba un vaho caliente y hasta cierto punto repugnante y agrio.
Una orquídea casi negra rubricó un diálogo con otras flores pero
No supe interpretar lo que decían en una lengua común para ellas.
Todo este paisaje comenzó a moverse y me llevó consigo. Lo supongo,
Porque la verdad es que luego de la aguja y la mascarilla
Todo se acabó para mí, como supongo que ha de ser morirse. Y lo demás
Es ver a Dios en tierra de indios.

Lo que sé –porque volví a vivir después de aquello- es que me hicieron
Un profundo agujero de costado para averiguar los nombres del carcinoma,
Sus pormenores, sus afectos y sus vicios.
Resulta que entre la pleura y el pulmón había un asentamiento irregular
De colonos irrespetuosos que llegaron y se acomodaron y mantenían
A las partes incomunicadas, pero tuvieron los nuestros una estratagema, que fue
Rociar de talco los espacios y éstos, como culito de bebé se conformaron
Y se volvieron a juntar ya sin ardor ni irritación ninguna. Eso, el hoyo
Y el talco y sus pesquisas, les pareció suficiente y me sacaron. Que no
Se pudo operar el tumor, dijeron luego, que porque no sé qué.

Y fue cuando se tomó el acuerdo de que el oncólogo supiera todo
Y tomara en sus manos el asunto. Desde entonces las cosas se llaman
Ya como se llaman, y yo estoy desgranando estas minucias con
La intención de distraerme y distraer el rato, para que no pase. Mientras
El cáncer se debate en mis adentros para ver si permanece y triunfa.

El que canta…

Es extraño sentirme que me miro,
es extraño decirlo, que siento
que me miro,
como un caso, como un amigo,
y me hablo: feliz tu servidor
que te conozco y te conozco la medida,
porque estaré siempre en guardia
contra ti, me digo.

El caso es que me miro
y esta sensación de verme
se parece a una muerte
largamente pensada y preparada
para no acabar de plano
sino en flores que se abran y se abran.

Hola, me digo.
Ah, esta sangre,
esta sangre que corre,
esta inclinación terrible por la sangre,
esta humedad caliente
que pasa y se repite
moviéndose como agua entre las piedras.

Me digo hola
y apenas me atrevo a contestar
ovillado de miedo en el rincón
porque me estoy mirando.

Hola, me digo con cierto desparpajo.
Sin gracia, me miro que camino,
de mis ojos sin gracia,
de mi sin gracia en general
despido olor,
me reconozco.
No en balde nos sentamos en la sala,
alguien dice: veinticuatro años, muchacho,
y tomamos té.
Hasta los pájaros alcanzo a ver,
que vuelan,
contimás me miro, que camino.

Hola, me digo mientras escupo un poco.
Oh tribuna hiriente: que hablo;
qué gozo en tu ejercicio,
que desnudarse es como gritar
que viva el mundo.

Pues que vendrá la tarde, lo sé,
porque me estoy mirando,
lo palpo en el silencio
y en él, de sentir, me regocijo.

Hola, me dije,
y me asusté a mí mismo.

Cantos rodados, 15

A dónde acabará este cáncer, ya sabemos: el cuerpo que lo tiene,
-Éste en particular que lo celebra y lo usa para sus cantos- acabará
Entregando todos sus materiales en la puerta de salida, y allí el icono,
Como una ilusión en la pantalla, haciendo un ruido ínfimo de polvo, se borrará
No más, mientras los chicos que diseñan inventan otro modo de mostrar
Que allí hubo una vez sustento de lo que llamamos vida.

Pero ha de seguir trotando por sus calles mucho tiempo escrito, impreso,
Visto, conservado. En su retozo, unos dirán pañolones de lágrimas que se tiendan
Encima de los empedrados por donde van los cascos con sus ruidos
De animal que perdura, asusta y se desplaza -¿alguien se acuerda
Del Jinete sin Cabeza que galopaba por las noches en un caballo negro,
Y nadie podía verlo impunemente? No sé por qué lo recordé (aunque
Me gusta que se me halla aparecido cruzando como por una fotografía
De Gabriel Figueroa llena de nubarrones siniestros y luces de historieta)
Pero cuando era niño era de las más espantosas imágenes
Que podían presentarse ante mí-. Otros dirán: ah, qué desgracia,
Otra oportunidad desperdiciada. Y sé de muchos que pudiendo decir algo,
Como pasa siempre entre la gente, habrán de aprovechar
Para quedarse callados. Pero en ese silencio que provenga
Se guardará durante un tiempo, como la carne viva de una herida,
El recuerdo. Y con eso es más que suficiente.

Cada día endereza su destino, cambia de rumbo, propicia imaginaciones
Que lo llevan por caminos distintos: que perdura, que se arrepiente, que
Mejora, que acaba con toda resistencia, que denigra, como va, hasta donde llegue,
Que lo amenaza una nueva investigación que están haciendo y que no llega.
Y cuesta irle siguiendo el paso, ser el que lo pastorea y tener paciencia
Para oírlo y al mismo tiempo para acomodar su nombre y sus efectos
Entre las cosas con que hay que trabajar, excavar, participar del juego colectivo.

Porque hay un lugar a donde el cáncer –éste en particular, en este cuerpo
Que lo celebra y lo usa para entretener sus difíciles mañanas de enfermo-
Tiene que ir; en mexicano puro se diría: a chingar a su re puta madre,
Y ya se entiende a dónde en el buen español de todo el mundo.

El que canta…

Todos los días sucede
que un hombre despierta en la mañana.
Pero la historia es lo de menos
porque sabemos
que en todas partes el amor sucede
y suceden el odio y la paciencia,
más visibles apenas que las flores
pero igualmente alentados por la lluvia.
Todos los días los ojos de alguien
se cruzan con el cuerpo del rayo
y se agigantan.

Una mañana se levanta triste:
este puñal es mío.
Y sucede que todas las campanas
se ponen a tocar, furiosas, a su puerta.

una pausa

ya se fue la mañana esperándome y no he hecho más que entretenerme, lo siento. Espero poder ponerme a trabajar al rato y en cuanto lo tenga regreso. Es la una, en España.

Cantos rodados, 14

Pero dime, espiga florecida de los días, ¿no ha sido
Abundante y variado el material cotidiano con que cuentas
La crónica de gran polifonía de los ratos que pasamos? El hospital
Es un laberinto habitado por sátiros y faunos acechantes cuyas patas
Inquietas se prodigan retozando por pasillos y ascensores;
Rebullen, se entretienen, se mojan en las fuentes y salpican
En las caritas lavadas de ninfas y enfermeras que pululan ensartando
Cánulas y agujas en cuantas venas coloridas encuentran a su paso.

Un buen día
El doctor decidió que había que resolver metástasis
Que andaban brincoteando por distintos lados: en algunas vértebras lumbares
En la cadera, el mediastino, y las suprarenales.
Y que la aplicación tendría que ser radioterapia. Venga, que la pongan.

Me llevaron entonces a una sala en donde me tumbaron bocabajo
Y con moderno espíritu festivo me tatuaron alguna mariposa,
Un corazón sangrante, la cara del demonio atrapada en el momento
En que le dio la risa y tres cuatro rositas
En un delicado ramillete sobre el nombre de pila de Milagros. No los vi
Porque los tengo atrás, en la cintura, o más abajo, pero estoy seguro
De la iconografía que describo. Con la que llegaré a los mercados de Hades
A poner en subasta mi zalea a fin de tener algún recurso
Con que pagarle al barquero la dejada.

Y el buen día lleváronme y radiáronme en los consultorios de un área del
Hospital pintada de verde extraterrestre, sobre advertencia de que no
Habría de dolerme nada y otros días tampoco me dolería. Pues felones
Falsarios, me engañaron; ya no me acuerdo si dos o tres semanas
Por lo menos estuve con dolores acusados mientras ellos hacían cara de mu
Ante mis protestas. Pero yo pensaba (supongo, porque en realidad
No me acuerdo, pero eso me habrán dicho) que se me acabaría ese foco peligroso,
Esa alcancía del cáncer en donde dicen que va echando la morralla,
Calderilla infernal que coge entre el polvo de estrellas que se encuentra
En los pedregosos caminos que recorre.

Porque el cáncer,
Han de saber ustedes y tenerlo muy en cuenta para estudios próximos,
Parece que se mueve lo mismo entre la gente que en los vastos
E intrincados caminos celestiales, al menos hasta donde va por el momento.

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