Y DOS DOCENAS DE NATURALEZAS MUERTAS
(1)
NATURALEZA MUERTA
CON AGUJAS DE TEJER
Sobre la mesa café
la gran bola de estambre;
si nos pusiéramos a desenredar el hilo
no terminaríamos en toda la noche.
A un lado
una muñeca de vinil
vestida de amarillo hasta la cintura
y arriba nada
sino su blando material rosado.
La luz intensa,
intensa,
blanca.
Al fondo, blanca, la pared.
Clavadas en la bola de estambre,
azules,
las afiladas agujas
con que Penélope me tejería la suerte
si viniera.
Domingo plácido
Domingo en la mañana; ya pleno verano sin disimulos; no se siente andar por la casa a mi hermana Marta que ayer llegó de visita, se ha de haber levantado temprano y habrá dicho yo me voy a pasear un rato porque aquí parece que se despiertan a la hora de que les da la gana; lo que me preocupa es que no desayunó, pero pues ya ella sabrá lo que hace; a menos que esté durmiendo pero no lo creo porque anoche no nos metimos tan tarde a nuestros aposentos, como a las doce, después de haber estado resolviendo el mundo un rato y jugando una partida de Continental, que por cierto nos ganó gacho. No sé qué hacer porque con todo y que tomo somníferos me despierto una hora u hora y media después de dormirme y empiezo a danzar con distintos temas, muy desagradable porque hoy sí me desperté con un sueño insobornable. Menos mal, ya lo iré solventando de a poquitos; lo peor es no tener sueño y sentirse mal.
Ayer me escribió Marco Antonio Campos sorprendido porque ya vamos a llegar a noventa mil lectores del blog, cosa notable para un blog de poesía. Ya se sabe, no es que haya noventa mil lectores formados en fila india de aquí a Toledo esperando que salga la página caliente del día para untarle mantequilla y comérsela, sino que unos miles de lectores entran y regresan y cada vez que se vuelven a meter se marcan como un nuevo lector, pero noventa mil lecturas ya son algo, más de lo que cualquier best seller de poesía suele tener jamás. Y fíjense, empecé publicando el libro más reciente, poema por poema, hace un año y cuatro meses y ahora ya ando en el que publiqué en 1974, o sea que estos poemas de “Varios desnudos y dos docenas de naturalezas muertas” que ahora están ustedes leyendo fueron escritos cuando tenía yo menos de treinta años; me acuerdo muy bien de mí en esa época, era un idiota; como en todas las épocas; la diferencia con los días que corren es que ahora me doy cuenta y entonces me dejaba ir como en un trenecito.
Como los poetas tenemos pocas oportunidades de promoción y reconocimiento, como no sean los premios anuales a libros inéditos y a libros publicados, yo digo que debería haber un premio para blogs de poesía al que se le hiciera la suficiente promoción al menos entre el gremio, sobre todo para darle vigencia y legitimidad al medio, pero pues eso lo tienen que hacer las organizaciones gremiales, las instituciones, y no los particulares. En fin, hoy es domingo, no hay más que esta placidez veraniega y acalorada; las casas todavía no se calientan así que con las ventanas cerradas todavía se está muy bien en el fresco cotidiano; a ver cómo nos va cuando haya que tener todas las ventanas abiertas y esperar una brisita fresca por el amor de Dios. Vámonos a desayunar algo porque ya se va haciendo muy tarde. A ver cómo nos transcurre el día que parece no venir de tan mala índole como los anteriores.
VARIOS DESNUDOS
(13)
DESNUDO
CON ROSAS
En el cuarto blanco
la modelo desnuda
alza la vista.
La nariz
es el punto de referencia
entre la mujer
y el cielo.
Sus cabellos cuelgan
hacia atrás
con dejo de cascada enloquecida.
El cuello delgado y tenso
sostiene el cuerpo
que pende sobre el mundo.
Así el torso
como la cadera
y las piernas
-hembrísima la hembra–
se sostienen sobre el grito,
figurado
a partir de la boca
con rosas blancas y rojas
que se elevan.
Diálogos de don Melón y doña Endrina
-¡Válgame, doña Milagros!, las horas que son ya y yo todavía en piyama cuando ya el sol está tan alto que alcanza a asomarse en el escote de las muchachas que se pasean con sus camisetas de verano por la Plaza de Canalejas, y los pucheros ya deben estar ardiendo en todos los fogones a punto de que lleguen los comensales con la desesperación alegre del hambre de medio día, y yo en estas fachas.
-¿Pus qué le pasó don Alejandro, por qué se le hizo tan tarde si normalmente se despierta usted temprano a escribir su página aunque luego vuelva a buscar el calorcito y se acurruque para engullirse otra horita de sueño?
-Ora verá, doña: ¿sintió que me pasaba la noche sentándome a cada rato en la orilla de la cama?
-Y cómo no lo iba a sentir si hacía un movimiento de colchón que parecían olas de mar encrespado.
-Bájele, doñita, bájele, que tampoco era para tanto; lo hice con la mayor discreción que pude. Pero es que tenía un sueño incomodísimo como todas estas noches que han pasado que quién sabe por qué me tienen soñando desfiguros.
-¿Y cuáles eran ahora, si no es romper la discreción debida?
-No, si yo creo que son a causa de los medicamentos. Pero déjeme que le cuente, nomás acomódese aquí cerquita para que sienta un poco de calorcito y me conforme con el doloroso destino que me ha tocado.
-No se ponga dramático, don Alejandro, porque luego se me acaba recostando en el pecho como criatura y me deja a un lado la narración; nomás acuerdo y ya va a estar roncando.
-Pues qué le cuento, que había un muchacho que era digamos que el responsable de la continuidad del sueño, como hay siempre, nomás que en los otros sueños había habido una masacre, a todos los habían engañado para ir eliminándolos y los asesinos eran los que tenían mi papel en el sueño, de modo que yo estaba esperando a ver a qué hora me tocaba matar al mío, pero yo no tenía ninguna intención de liquidarlo sino que lo que quería era que alguien me diera garantías de que íbamos a pasar completa la noche sin sobresaltos y yo -¡por fin, por caridad de Dios!- iba a poder dormir de corrido, pero como no tenía sino sospechas, me incorporaba a cada rato como buscando la tribuna para protestar y pedir salirme del sueño.
-¡Álgame, qué pesadilla!
-Y claro, amaneció sin que yo hubiera completado ni un pequeño porcentaje de la canasta de reposo que necesitaba para levantarme y estar medianamente apto para trabajar, o como quiera que usted le llame a escribir esta página cotidiana que le da la vuelta al mundo cada veinticuatro horas llevando, así como el meteorológico el clima, el humanológico de mi estado de salud y ánimo.
-Y me consta que hay quienes lo esperan con ansia, don Ale, no necesita ponderarlo.
-Pues entonces resultó de todas esas levantadas que se precipitó la luz, yo creo que con mis movimientos, y se hizo de día, y si de noche no había podido dormir un rato de corrido, ya con el día metiéndose por las ventanas, contimenos. Por eso vio que andaba yo buscando algún rinconcito oscuro de la casa en donde engañar al sol para que se fuera por ahí a divertirse y me dejara un par de horas, nomás que no pensé que se me fuera a hacer tan tarde. A ver, doña Milagros, hágase tantito para acá, véngase más cerquita, que así voy a tratar de acordarme qué más encomiadas figuras tenían aquellos horribles sueños.
-¡Uh, don Alejandro!, ¿pero por qué no acaba primero con lo primero y luego nos acomodamos para descansar otro poquito? Mire, baje esta mano porque si no ni usted acaba ni yo me apuro.
VARIOS DESNUDOS
(12)
DESNUDO
CON ESPEJO
En el cuarto blanco
la modelo
se desnuda.
Prodigiosa.
Unta una mano en el costado
para llevarla atrás.
En una silla quedan
los restos del misterio.
Los colores tan suaves,
tan delicadas las texturas:
Sedas naturales y antinaturales.
Nailon.
Lo que queda de ella
es transparente
y va ceñido a la forma de la piel.
La otra mano en la nuca
levanta el torrente
del cabello.
Frente a ella,
con el azogue hacia nosotros,
un espejo ovalado
la seduce.
Un pinche día
Ayer sí que tuvimos un día malo –le dice a su imagen en el brillo de la pantalla del ordenador-, vamos a ver si hoy lo mejoramos porque de plano días tan malos son para dejarlos guardados en casa, para que sirvan de ejemplo en concursos de desgracias y para sacarlos en noches pesadas en las que ya pasadas todas las emociones lo único que queda es hacer valer lo peor que se ha resistido para ponderar un poco el mérito propio, aunque sea necedad competir con cosas de tan escaso relieve y nula felicidad. Muy mal, la verdad; empezando porque el fuelle que llena los libros de actas de los pulmones parecía tener una fuga, como esos viejos cueros que se resecan y de tanto abrir y cerrar por el mismo doblez acaban rompiéndose y se les escapa el soplo; por más que tiraba en el tendedero de listones del aire entraban apenas hilos delgados y descoloridos, y eso con desgano y malhumorados, y no los mejores sino los deslavados que se ve que han quedado fuera mucho tiempo por no tener atractivo ni ofrecer garantías. Pero con esos anduve tirando todo el día, pues nimodo, ¿qué había de hacerle?, hay veces que ni las cosas más vitales te responden y no te queda más remedio que aguantarte y tratar de pasar el cacho de pantano que esta vez te tocó. A ver si no se repite el chistecito porque después de tantos años de buen respiro se antoja poquísimo esta precariedad.
Qué digo bueno, ¡magnífico!, si me acuerdo las caminatas por el campo frío, cargando mi mochila y escogiendo los retoñitos de aire nuevo que soltaban los pinos y los oyameles, enmielados de oxígeno nuevo acabado de nacer entre las hojas de las coníferas y repartiéndomelo para no llenarme la boca y que no me atragantara; un poquito cada vez, cada respirada un chorrito adecuado a lo largo de mis pasos para no tener que fatigarme y poder llegar al final del camino rebasando a los atrabancados que corrían con la bocota abierta sin prudencia y me los iba encontrando sentados en las piedras del camino respirando con dificultad y tratando de coger nuevo impulso para poder seguir hasta el valle en el que estaban previstos los juegos y las carreras.
Y eso, claro, -lo de ayer, digo- hacía que el ánimo tuviera tan poquita luz que apenas se veía, más bien parecía un llamita ya apagada y lista para ser sustituida por otra. Andaba por la casa como si todo estuviera a oscuras, y eso que la casa tiene tanta luz que entra por tantas ventanas y que las plantas no alcanzan a consumir; en vez de eso parece que la activaran, que le sacaran los brillos para que conforme entra en la casa se distribuya con alegría y engalane los colores de muebles y cuadros, de tapetes y objetos que se han ido acumulando sobre las mesas y por donde quiera. Nada bien estuvo el día, pues, nada que uno quisiera repetir sino más bien ir dejándolo hasta atrás para que con el movimiento de los vaivenes de la cola se seque y acabe por caerse de la memoria. A ver si no se repite. Hagan changuitos.
VARIOS DESNUDOS
(11)
DESNUDO
CON NUBE
En el cuarto blanco
la modelo desnuda,
de pie,
otea la eternidad.
Sus cabellos
sueltos y abundantes,
rojos.
Talle corto
y senos pequeños.
La luz de un sol foráneo
le da sombras.
En el centro,
en el mero centro,
antes de sus piernas largas,
el garabato dulce
de su sexo.
Y arriba, también con sombra,
una nube blanca
de mentiras.
Siguen los viajes
No tuve la energía suficiente, la fuerza de voluntad necesaria para batear todas las bolas negativas fuera de mi campo y esperar la buena para hacer el tiro que quería hacer. Me dijeron no se puede y yo me lo creí con la inocencia con que siempre he navegado por la vida, hasta con incuria, diría, porque yo entonces debía haberme sobrepuesto y averiguar por mi parte; no, señor, sí se puede, sí hay barcos que lleven pasajeros y yo quiero irme en uno de esos, no me diga usted que no se puede. Aunque pensándolo bien, después del primer viaje a Europa no volví sino hasta cerca de treinta años después y ya con los viajes diseñados y resueltos por las instituciones que me invitaban, que a un congreso, que a un encuentro de escritores, que a una reunión de funcionarios de cultura. Hubo una oportunidad de oro y la desaproveché: cuando mi familia estuvo un año en Berlín y los fui a visitar cuatro veces pude haber buscado ese barco que me llevara en lugar de los vertiginosos servicios de Lufthansa, por eso ahora me doy de topes, cuando me dice una lectora que viajó con su familia en los setenta en un barco mixto a Europa y ahora que he leído el libro de los viajes en buques de carga y veo que siempre han estado ahí esperando a los atrevidos, a la gente de carácter y llevándola a todos esos destinos alucinantes.
Pero bueno, azotarse en la vía pública no es tan elegante ni tiene mucho sentido, dejémoslo de ese tamaño y procuremos ver si hay alguna solución. Tenemos que ir a San Diego próximamente y aunque hay que pasar de un mar al otro quizás sea la oportunidad para iniciarse; también a Milagros le hace ilusión el viaje. Podríamos llegar en barco a la costa del este y atravesar el país en avión, o buscar un barco que atraviese por el Canal de Panamá y nos deje en la puerta de donde vamos. ¿Por qué no? Ya nos dijeron que hay montones de posibilidades, nada más hay que aplicarse a estudiarlas y encontrar las fechas y las rutas convenientes. No me puedo subir en un avión e ir atosigando a todo el pasaje durante diez horas, por mucho que me ponga un pañuelo en la boca y quiera toser con discreción.
Ora que no está tan fácil, porque hay que hacer coincidir las fechas porque no es viaje de paseo, la intención es ir a Tijuana a un tratamiento médico porque hemos averiguado que en esa ciudad hay un motón de hospitales que ofrecen tratamientos alternativos para el cáncer utilizando recursos y medicamentos que las leyes estadounidenses no ha aprobado por distintos motivos, no necesariamente científicos, y allí en la frontera tienen propuestas que si no son la panacea al menos ofrecen otras oportunidades para quienes han agotado, como yo, los tratamientos con quimioterapia.
Así que, bueno, allí está; vamos a estudiarlo y si se puede esta será la oportunidad de oro que tantas veces dejé pasar. Ya me veo tosiéndole a la brisa marítima en la cubierta larga de un carguero que se reirá conmigo mientras cruzamos las olas del ancho mar.
VARIOS DESNUDOS
(10)
DESNUDO
CON CíRCULOS
En el cuarto blanco
la modelo desnuda
sentada sobre un canapé viejo
llora su llanto.
Nada hay
sino la modelo, el canapé
y el llanto.
Pero la luz va como quebrada.
La muchacha está de frente;
sus rasgos son finos
y su cuerpo,
aunque llorante,
es exquisito.
Parece húmeda toda.
Y sus hombros
levemente inclinados
son suaves y redondos.
Un pie
sólo se apoya
con la punta de los dedos
en el piso blanco.
Y hay círculos muy leves,
como de agua;
por toda la triste
superficie.
Calles de mi barrio
Las calles del barrio donde yo nací estaban todas trazadas a la perfección, cuadriculadas y medidas para que fuera lo mismo caminarlas de norte a sur que de este a oeste. Desde el río Consulado, al que le habían dejado en la orilla un cementerio y una capilla vecina a la fuente de la Tlaxpana, que había desaparecido a fines del Siglo XIX con su servicio de acarreo de agua desde los manantiales de Chapultepec, hasta el trazo urbanizable que llegaba –o partía, mejor; supongo que se urbanizaba del centro hacia los exteriores- a Ramón Guzmán, que acabó asumiendo su verdadera vocación de ser la parte central de la avenida más larga de la ciudad, la de los Insurgentes. Esto en cuanto al este y al oeste, porque norte y sur tenían como límites a San Cosme por un lado y a calle de las Artes, por el otro, que era una calle obviamente divisoria, a partir de la que había un jardín, un hospital, y hacía que la calle se convirtiera en una daga cada vez más aguda hasta acabar en Manuel María Contreras ya sin territorio para seguir su andanza por el mundo. Y digo que las demás calles eran cuadradas y estaban bien trazadas por respeto a mi memoria y por fidelidad a mi infancia porque en realidad si lo recuerdo bien, había una en el centro del barrio que era serpenteante; Guillermo Prieto, en su advocación de calle nunca fue recto, culebreaba y definió seguramente el trazo de calles como Serapio Rendón y Sadi Carnot, que no tenían el comedimiento urbano de las demás y eran largas y pesadas de recorrer.
No había árboles en las calles, esos fueron un esfuerzo de enriquecer la calidad de vida de los vecinos que hicieron sucesivos gobiernos de la ciudad, aunque supongo que principalmente el Regente de Hierro, Ernesto P. Uruchurtu, que mandó en la ciudad durante toda mi infancia. Como no iban junto con un programa de sensibilización la gente los destruía; los vecinos pensaban que producirían sombra asociada a la delincuencia, los muchachos se colgaban de las incipientes ramitas y los tronchaban y la gente en lugar de regarlos con agua limpia echaba las aguas de la cañería a la base de los arbolitos que morían en las peores agonías vegetales. No obstante, las que terminaban en San Cosme eran todas regulares, si hacemos de la vista gorda con la primera, junto al río, que comenzaba en alto y en punta, aunque luego tanto Río Consulado como Veláquez de León estuvieran correctamente trazadas.
Luego había otras irregularidades, debo confesarlo; dos o tres callecillas que servían para reacomodar la cuadrícula forzada y disimular sus imprecisiones. Por lo que mi primera aseveración tiene muchos asigunes, ya voy viendo, no eran tan perfectas como las recuerdo al primer golpe. Lo bueno es que puedo rectificar, que no tengo que liarme a golpes con nadie para defender mi memoria ni lo primero que dije, que bien puedo reconocer que me equivoco al recordarlo con tanta preciosura que no debe ser sino la formación cuadriculada y regular que recibí y que de repente, al recordar el barrio, la identifico con su trazo y configuración. No, las calle de mi barrio eran tan irregulares como son todas las calles de todos los barrios de aquí y allá, que se hacen sobre la Tierra y esta, por fortuna, no es pareja sino providente.