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Manuel Ortuño

Ya había yo tenido oportunidad de mostrarle mi admiración al historiador Manuel Ortuño cuando trabajé en el Instituto de México en España y organizamos la presentación de uno de los libros que ha publicado sobre Francisco Javier Mina, héroe de nuestra Independencia, porque me parece muy valioso que un investigador hispano hoy día vuelva los ojos al pasado común que tienen con nosotros, pero ahora mi admiración se ha multiplicado: acaba de publicar con Trama Editorial un libro revelador y a mi juicio importantísimo para ambos países: “Diplomáticos de Cárdenas, Una trinchera mexicana en la Guerra Civil”.

La visión del presidente Cárdenas y sobre todo, la interpretación y defensa de la dignidad internacional y de los principios legales y humanitarios planteados en esa visión por parte de Isidro Fabela, tienen una fuerza, una actualidad y una contundencia que si hoy volviéramos a tener diplomáticos de esa talla otro gallo nos cantara. Qué manera la suya de entender y transmitirle al gobierno de México el conflicto interno de la República Española, su evolución y sus consecuencias, y por otra parte el juego de fuerzas en Europa que desencadenó, tan previsiblemente como él lo ve, la Segunda Guerra. La posición de México ante la crueldad de los intereses europeos con los cientos de miles de refugiados en Francia, defendida también por el ministro Luis I. Rodríguez, me ha hecho sentir legítimo orgullo de ser mexicano, aunque estemos pasando por un bachecito histórico que por desgracia ya va durando buena parte de mi vida adulta. Qué buenos servicios hace a México y a España Manuel Ortuño, que, entre paréntesis, el primero ya reconoció al otorgarle el Águila Azteca, en 2003.

Poco a poco se ha ido estabilizando la participación de los lectores en el diálogo que hace posible este medio; cada vez está más atendida y pachoncita la sección de comentarios, cosa que me alegra y me entusiasma. Pero sigue reconcomiéndome la curiosidad por saber quienes son esos enigmáticos lectores que aparecen constantemente en Hanoi, en Jakarta, en Australia, en Marruecos, en Buenos Aires, en Santiago, en Beijing, en Ohio, en Santo Domingo. Y el servicio de registro de visitantes no me aporta más datos que estos que me sorprenden, o yo no los sé ver.

Los signos de todas las cosas están en nuestra vida diaria; las mitologías, las religiones, la historia, todo se revela a todas horas ante el que lo quiere ver. Más o menos esa es la cucharada de azúcar en el café de este poemita.

CATACLISMO

Saqué la cuchara
pero en la azucarera
quedó un cataclismo:
la montaña cósmica,
la inmensidad rocosa
comenzó a desgajarse
con el ínfimo estrépito
de la conciencia;
arriba de mi hombro
algún dios desayuna
endulzando con astros
su café.

Palenque de poetas

Hemos pensado Julio Trujillo y yo hacer un mano a mano poético, un palenque de poetas; ponernos en un estrado con nuestras obras completas a la mano e ir leyendo en forma alternada como respuesta a la lectura del interlocutor: Ah, ¿tú dices eso? pues a propósito yo tengo este poema que… E irnos asestando picotazos con la esperanza de que los espectadores puedan celebrar el rito y disfrutar de la poesía. No hemos discutido tanto los términos del acto ni hemos puesto reglas o restricciones, hasta ahora todo ha sido la celebración de la idea y el juego. Nos han impedido varias cosas llevarlo a cabo: agenda personal o pública, tareas impostergables, temas de salud o puentes y feriados inoportunos, pero cualquier día de estos lo pondremos en ejecución.

Claro que en este caso sólo será sacar prendas del costal o de la caja de sorpresas, como prestidigitadores que llevan escondidas las palomas un poco ateridas de inmovilidad incómoda, como suele pasarles a los poemas que se quedan guardados mucho tiempo sin que nadie los lea, y no habrá ese cálido riesgo que hay en los enfrentamientos de improvisadores y repentistas, como los encuentros que se hacen en la Sierra Gorda de Querétaro o en Cuba o en Tlacotalpan, en los que los poetas decimeros se van dando respuesta unos a otros a propósito de lo que improvisan, pero ese, la verdad, es otro oficio cuyo ejercicio se aprende y se practica a su manera. Lo nuestro es elaborar la pieza fuera del tiempo, a solas, atenida a sus propias reglas y tenerla lista para salir a lucir cuando haga falta o cuando sea posible.

Ya lo haremos pronto, el día menos pensado. Quizás convenga hablar entonces de cosas como la iniciativa de la Escuela de Escritores de que los políticos adopten una palabra en peligro de extinción. Desde mi punto de vista eso puede ser relativamente útil en España pero en América Latina sería una práctica ociosa: qué necesidad tiene el idioma, tan sano, tan robusto, tan prolífico, de que le andemos cuidando los pelillos que se le caen. Tal vez sería mejor mandar a los niños y a los jóvenes peninsulares a convivir con los latinoamericanos por temporadas, o armar programas de convivencia en serio con los cientos de miles de latinoamericanos que viven en España, o poner en los programas de educación pública un acervo mayor de literatura proveniente del montón de países que en América hablan un español tan rico, tan vivo, tan variado… Bueno, hay días así, que está uno errático y no acierta con lo que dice, no encuentra la almendra del carozo y nada más enseña el inútil roer al rededor. Nimodo.

Contrario al de ayer, que tenía infinitas lecturas y juegos de espejos, este poemita de hoy es más bien un aforismo que juega con los distintos valores de la palabra pasa poniéndolos a frotar unos con otros hasta hacerlos ligeros y volátiles. Es un poema que camina. Acaba lo que tiene que decir, voltea la cara y se aleja aparentemente distraído, como si no hubiera que atender a nada más.

RUDOS

En fin
no pasa nada
hasta que pasa
y cuando pasa
pasa.

Ponerse zapatitos…

Gramo tras gramo crecemos los humanos un tiempo; oscilamos luego durante la vida y finalmente comenzamos a perder peso hasta volver a la levedad ingrávida del polvo. Cuando llegué a vivir a este piso estaba acostumbrado a oír sólo el paso lejano por la calle del barrendero madrugador, las motocicletas de los repartidores de la prensa, el estacionarse de los coches que llegaban a los primeros turnos. Sobre mí sólo el casi imperceptible caminar de los pájaros en el aire. Vive una pareja joven en el piso de arriba; tenían una niñita pequeña y un bebé; eran, puedo decirlo así, inaudibles como grupo; luego tuvieron otra niña y el que era bebé pasó a ser niño y la nueva criatura ha ido creciendo gramo a gramo; ahora los tres van a la escuela y a cierta hora de la mañana ya todos tienen puestos sus pequeños zapatos y el dispositivo de la prisa matutina; cuando suben mucho el volumen se oyen sus voces, sus llantos cuando es necesario; los padres se dan prisa para ayudarlos; está mecanizado el jugo de naranja. Los oigo en las mañanas porque coinciden con mi hora de despertar; a veces me sirven de reloj. Caramba, pienso, ya se levantaron los niños, ya es tarde. Más pronto de lo que ellos se imaginan adquirirán tal peso, gramo a gramo, que no quepan ya en la misma casa y tendrán que emigrar hacia otros pisos que estén probablemente arriba del que acoja a un señor que los oiga nacer, crecer, llorar a veces, ponerse zapatitos…

“Varios lingüistas aseguran hoy en las páginas de The International Herald Tribune que la lengua inglesa domina el globo terrestre (en calidad de idioma de comunicación universal) como ninguna otra lengua lo ha hecho en la historia. “Nunca será destronada como reina de las lenguas”, afirma el diario.” Esta cita la saqué de El País de hoy, y me dio risa. Qué manía de los imperios la de pensar que hay algo que pueda durar para siempre. Y qué flojera.

Antes de conocer el deslumbrante poema de Julio Trujillo Proa, que nos dejó a todos, para siempre -esta vez sí, para siempre-, fuera de toda competencia posible por el record Guinness de brevedad eficaz, creía que este poema difícilmente encontraría un competidor: empieza y termina en acentos que no dan escapatoria alguna; cinco letras, cuatro letras y tres letras, un embudo que acaba en la boca del cosmos; seis sílabas, tres palabras y las tres en crecimiento constante, cada una dependiente por completo de la que sigue para crecer en forma exponencial y crear una realidad física de gran horizonte; en el plano vertical, que llena todo el espacio, la última sílaba se vuelve a unir con la primera palabra para volver a comenzar, de modo que el poema no se acaba, está permanentemente activo y ocupa los trescientos sesenta grados de su propia realidad, y todas las dimensiones. Que guste o no es otra cosa. A mí me gusta. Y no estaba interesado en que fuera breve, así salió.


PAISAJE

Ávido
bebe
sol

Un libro de Gibson

Estoy encantado leyendo un libro de Ian Gibson -el hispanista de origen irlandés que hizo la biografía de Lorca-, que se llama Cuatro poetas en guerra (Planeta), sobre Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, García Lorca y Miguel Hernández; no podía soltarlo anoche aunque se me caían los párpados, porque ya ven que hay libros así, que se agarran a uno y por nada del mundo quieren dejar de recibir el agua de nuestra mirada. Con qué amor y con qué conocimiento tan serio de ellos y de España emprende Gibson la narración del momento del inicio de la Guerra Civil de estos cuatro poetas y su destino trágico. Con una prosa viva y transparente nos lleva por los avatares de estas cuatro almas grandes que no sobrevivieron a la bestialidad del fascismo y nos hace verlas en carne viva en medio del horror de la irracionalidad franquista.

Ya habíamos oído a Ian Gibson dar una conferencia sobre García Lorca, en enero pasado, en Calanda, en el CBC (Centro Buñuel Calanda) en un ciclo que organizó Javier Espada, también a propósito de la memoria histórica, España leal en armas, y esa vez estuvo brillantísimo, claro, seguro y directo, y con un conocimiento de causa que saca ámpula, así que cuando supe que había salido este libro me interesé por él en seguida. Qué bueno que lo estoy leyendo; ya sólo me falta la parte de Miguel Hernández y si no fuera porque estoy escribiendo esta bitácora, estaría pegado a él, comiéndome sus exquisitas páginas.

Hoy aparece el segundo poema del libro que comienza con una colección de poemitas muy breves, de modo que toda esta semana y parte de la próxima son de pinceladas tenues que sugieren esto y aquello. El de hoy, habla del mar; muchas veces he hablado del mar, aunque nací tierra adentro, a cuatrocientos kilómetros de los litorales, pero recuerdo perfecto mi primera impresión de la bahía de Acapulco en mi adolescencia, a los catorce o quince. Como son muchos, dispersos en varios libros, no estaría mal juntarlos aparte y hacer una edición en la que dialogaran unos con otros, porque además del mar, tratan de muchas otras cosas. Lo he pensado muchas veces, incluso podría ser un libro ilustrado y ampliar el concepto a todos los poemas que tengo en que hablo del agua, que son muchos. Pero, bueno, esas son ilusiones y este es un poema de carne y hueso, o más bien, de agua y alma.

Ah, de lo de ayer en el hospital no hay mucho que contar, excepto que no era carboplatino lo que me iban a poner sino vinorelbine; con esos nombres qué más da para qué sirvan tales sustancias que meten a pasear en el jardín cercado de la sangre de uno.


ES QUÉ

yo sé decir
de mí
que el mar que me ensordece
no es de agua

¡Éntrenle!

Perdonen ustedes que salga sin la serenidad que me caracteriza pero es que hoy me toca ir al ritual de la sangrita. Me tienen que dar el níhil óbstat para la segunda parte de la ración de carboplatino que me dieron la semana pasada. Menos mal que esta es suavecita. Nomás que tengo que estar en el hospital a las ocho, con mis venitas limpias y el corazón rebosante, de preferencia bañado, peinado y afeitado, y como me gusta desvelarme… Ya les contaré lo que pasó, si es que hay algo que contar.

Hoy empieza la publicación del libro “Poemas y otros poemas”. Uno cada día irán apareciendo los objetos, unas veces cristalinos; capilares, otras; chorreando sangre o miel como sacerdotes de un culto viejísimo, en ocasiones, algunos; cada uno de los que forman la colección. Les informo, pues, que quedan ustedes expuestos a un nuevo libro. Yo también, porque aunque ya salió en papel, en el FCE, de España, en 2003, la verdad es que casi nadie lo conoce. Ahora tienen la posibilidad de leerlo cada día, poco a poco, y entrar al terreno prodigioso de la creación poética. Como cosa ordinaria, de personas. Vaya, lo que digo es que el medio propicia un modo distinto de leerla y como el autor está tan a la mano es posible dialogar con él: a ver, mano, esto por qué. Cómo fue que te pareció que esto cabía en el ancho manto de la poesía. Qué te hace cometer tantas barbaridades. De dónde sacaste el brillo de esta luz. Y digo para mis adentros, para mi menda: no me levanten la voz, pero tampoco me la bajen. Yo feliz de que se metan conmigo; nadie se mete con los poetas, parece que tenemos un piso aparte en los repartos de la sociedad. Algún patriarca del oficio nos aisló de los demás, no sé cuándo, y desde entonces estamos hablando solos. Y quedito.

Ustedes habrán visto esos celajes impresionantes que hay cuando la bóveda está despejada y hace viento, y arriba se ve, muy lejos, jirones de nubes que ya no tienen patria; basta con tener una poca de paciencia y mirar hacia el cielo de vez en cuando. Pues con esa imagen está hecha la carne adolorida de este breve poema que abre el libro y le da el tono.

OCASO

Ya el cielo
tiene
unos cuantos
pelos
de viejo:
la tarde
se acaba.

Domingo, día de fiesta

Se han de encontrar ustedes con un montón de novedades en esta página, como ropa de estreno, como zapatitos de charol recién salidos de su caja de cartón oloroso, como cuellos y puños de encaje almidonados, y es que Milagros se aplicó en la semana para vestirla y engalanarla. Le cambió las fotos por las de otros ángulos del salón de casa; le cambió la imagen de entrada poniendo mi nombre manuscrito en lo que ahora ya es todo un documento de identidad: foto, nombre y firma. Le puso la dirección electrónica como reclamo para palomas mensajeras; le puso un contador que indica cuántos lectores están dentro de casa en el momento real, para poder ofrecerles algo, aunque sea un vaso de agua, una palabra de aliento, un gesto de cortesía: pase usted, siéntese, qué le podemos ofrecer. Otrosí, puso cortes para ir al complemento de cada texto de modo que la página no se haga un chorizo interminable sino que tenga el párrafo primero del texto de cada día y te lleve de la mano al interior, en donde está lo demás que querías saber, la mera carnita. Y agregó dos etiquetas, cáncer e ilustraciones para guiar a quienes van a buscar algo determinado. Ítem más, puso en la columna de la izquierda, a la que redujo y adecuó el tamaño de la letra, el principio de las intervenciones de quienes me hacen el atento favor de poner algo. Y no contenta, mi ciberchiquita todavía nos inscribió en tres clubes de blogueros para que no vayamos solos por la vida. Así que termina la semana con salvas y cohetones, con colores y luces de bengala y listos para emprender lo que ahora venga.

Que será desde mañana la aparición diaria del libro “Poemas y otros poemas”, que publicó el Fondo de Cultura Económica, de España, en 2003, y cuya circulación ha sido tan precaria. Así que corran la voz, lleven la nueva por calles y plazas, vístanse de gala para acudir a salones y recepciones anunciando el feliz acontecimiento, digan a una la nueva y a voz en cuello clamen que tales poemas serán día con día flor y fruto de esta planta virtual que regamos entre todos con el agua lustral de nuestra lectura.

Falta una modificación que aparecerá cuanto antes: vamos a cambiar la etiqueta genérica de poemas por las de los títulos de los libros respectivos para evitar confusiones. Que alguien crea que tal poema pertenece a un orden que le es ajeno: así comienzan todas las catástrofes; es más, tal es el inicio de la tragedia. Así, en adelante dirá “Se está tan bien aquí” o “Poemas y otros poemas”, y cuando termine la publicación de este y siga otro…

Hoy por lo pronto, me encontré con esta proposición que hice hace unos años en México -seis o siete, quizás- y que por desgracia no tuvo acogida en su momento; probablemente no la supe mandar por los cauces adecuados, no supe dirigirme a la entidad precisa o me faltó armar primero el corporativo de presión que hiciera que las autoridades se plegaran a tomarla en cuenta, o no acudí a las instancias legislativas correspondientes. Vuelvo a sacarla con la secreta intención, una vez más, de que prospere, tal vez ahora encuentre mayor sensibilidad administrativa, o quizás salte fronteras ya que ahora vivo en otro país y nos movemos con tanta soltura por el globo terráqueo y lo que era una propuesta local podría devenir iniciativa universal; a lo mejor los organismos internacionales son plataforma más adecuada para su lanzamiento. No sé. Y viéramos por ejemplo al poeta residente en la guerra de Irak. U otras epopeyas semejantes. Lo pongo a consideración de ustedes.

POETA RESIDENTE. UNA MODESTA PROPOSICIÓN.

He aquí que antes de que amaneciera, incluso antes de que comenzaran los gorriones y las primaveras a anunciar la llegada inminente de la luz del día, cuando todo estaba aún a orillas de las negras aguas de la laguna de los sueños, me comenzó a rondar algún dios o una diosa que me sugería una y otra vez proponer la creación del puesto de Poeta Residente en la Construcción. ¿Pero cómo sería eso?, me preguntaba a mí mismo sin querer desunir mi cabeza a la blanda piedra placentera de la almohada, y sin poder hacerlo. Pues muy sencillo: la Casa del Poeta debe asumir la histórica responsabilidad y comenzar a tramitar, tanto en la Cámara Nacional de la Industria de la Construcción como en los Colegios de Arquitectos y de Ingenieros, así como en las Comisiones correspondientes del Congreso, la reglamentación que especifique que cada obra de carácter público que se apruebe en el país tenga la obligación de contratar a un Poeta Residente que vaya confeccionando su obra poética al tiempo que se fabrica el edificio, la carretera, la presa, el monumento.

No necesariamente descriptivo pero sí en paralelo; sin restricciones ni prejuicios -no limitéis la libertad creadora, ya sabrá el maestro si utiliza el ingenio para labrarse, con estructura semejante, un palacio interior o si nos da la bitácora de las navegaciones; cualquier cosa estará bien pues se habrá de elegir a los mejores mediante jurados móviles de personalidades del mismo oficio-; y aun con la invitación para asistir a juntas y alegatos de ingenieros, arquitectos, proyectistas y todos los que deciden los caminos a seguir en lo construido; por el lapso que la obra transcurra y con la obligación de presentar lo realizado al tiempo que se inaugure -aunque claro que no será necesario que declame en el acto protocolario-, sin demérito de que el poeta se pueda permitir, ya bajo su cuenta y riesgo, seguir con el mismo tema durante el resto de su vida.


Los presupuestos para tales obras, sobre todo las faraónicas, que serían las más demandadas, suelen remontarse a los cientos o miles de millones por lo que el salario del Poeta Residente, por mejor que fuera, sería semejante a la insignificancia de un grano de alpiste en la sección de gramíneas y a cambio de eso el país tendría una riqueza poética -aparte de la mucha de que ya disfruta-, relacionada de manera directa con sus anhelos constructivos, con su crecimiento urbano y mundano. Una auténtica poesía civil acompañando el desarrollo colectivo. Los poetas tendrían de qué vivir, su obra estaría indisolublemente ligada al tiempo y a los acontecimientos y le daríamos al mundo un ejemplo de cómo nuestra república ha sabido aprovechar a sus poetas antes que tomar el trillado camino de echarlos de su seno.


Claro está que la participación de los vates sería estrictamente voluntaria: el que quiera, que se aplique y que aplique y solicite, y el que no, que no. Pero, ¿se imaginan ustedes al Poeta Residente que le hubiera tocado el contrato del Hotel Sheraton del Proyecto Alameda? Desde la excavación profunda para colocar los cimientos hasta la coronación de las antenas que al final le correspondan en la cresta. Y habría estado tantas horas de tantos días de tantos meses enfrente, en la Alameda, con su abigarrado bagaje histórico y espiritual, y en las propias rampas por donde los albañiles, los plomeros, los electricistas a toda hora suben y bajan, viendo, conviviendo con el hormigueo del trabajo, la llegada de los materiales, el esfuerzo del músculo y el cumplimiento mecánico de las herramientas, la solidificación del aire piso a piso, el reto de la hercúlea construcción burladora de los terremotos, el entorno transformado, la efervescencia de la vida, el taquero en bicicleta con los frascos de salsas verde y roja amarrados a la canasta equilibrista en la parrilla, y por las madrugadas laborales, la vaporera de donde brotan los vigorosos tamales con que se confeccionan las guajolotas. Por decir algo. Aunque claro que el ojo del poeta vería lo que los demás no vemos por más que también sea nuestro.


O el poeta chiapaneco al que le hubiera tocado ser residente en la Presa del Sumidero. ¡Qué epopeya! ¡Sólo de imaginarla me suda la frente! O los residentes de las colosales excavaciones del Metro o del Drenaje Profundo. O el Poeta Residente en la construcción de una autopista a través de cientos de kilómetros de desierto en Sonora. Mucho mejor que la más generosa de las becas. En fin, por no ser exhaustivo, se los dejo así, aunque a mí me haya durado mucho más el ensueño, por lo que estoy en la mejor disposición de ofrecer las asesorías que sean necesarias (no por fuerza gratuitas ya que cada quien debe vivir de lo que, mal que bien, sabe hacer).

Ccp. Presidente de la República.
Director de la Casa del Poeta.
Presidente del CNCA.
Presidente de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción.
Presidente del Colegio de Ingenieros.
Presidente del Colegio de Arquitectos.
Srio. de Obras y Servicios, GDF.
Director de la Facultad de Arquitectura, UNAM.

Carne en vigilia

Sí, el parón de la Semana Santa ha estado creativo y hasta diría que divertido, pero también esta semana se acaba, como todas, y detrás vienen las que no son de excepción sino ordinarias, en las que se hacen las cosas que hay que hacer. Yo me veo en un predicamento porque a pesar de que he obtenido una muy grata respuesta de lectores en los casi dos meses que lleva de publicarse todos los días este blog no he podido detectar si les importa que sea de poesía o les da lo mismo lo que publique. Yo ni bien ni mal, ni me siento mejor ni peor, nomás que me gustaría saberlo. Porque en todo caso ya se supone que voy a hacer exactamente lo se me antoje y voy a publicar poemas y textos en prosa más las páginas cotidianas de este diario que me tiene tan divertido, pues acoge con generosa manga lo que cada día me va pasando en la imaginación, en la experiencia o en la memoria. Porque no sigo ningún patrón, nada me sujeta, ni siquiera la respuesta de los lectores, todavía.

De modo que siguiendo un leve plan original, voy a seguir publicando poemas. Como creo que han sido muy pocos los lectores de mis libros más recientes -no así de los primeros, curiosamente, porque entonces había expectativas del rumbo que tomaría un joven poeta- me voy a permitir, con permiso de ustedes, reproducir los versos del libro “Poemas y otros poemas”, cuya edición y distribución fue tan limitada que anda por el mundo disfrazado de casi inédito. Y tal vez, al ir saliendo día con día, vuelvan a hablar conmigo, algunos de ellos, con la intimidad con que lo hicieron cuando ellos y yo nos estábamos escribiendo, y acepten, aunque con un poco de rubor, hablar con los demás. De manera que a partir del lunes próximo poneos abusados.

Muy bonita calle nos dejaron con las obras de remodelación del barrio, que ni qué, pero confieso que anoche me sentí frustrado cuando supe que no pasaría por aquí la procesión del Señor de Medinaceli que ha pasado todos los años anteriores y que yo suponía que ya tenía esta ruta desde los tiempos de Lope, por lo menos; que porque todavía no están terminadas las obras de Puerta del Sol y eso los obligó a hacer otro recorrido, decía la información. Me puse a imaginar el papelón que habría hecho si hubieran venido amigos a verlo desde mis balcones, como dije orgullosamente días atrás.

Este sueño saltó inoportunamente pidiéndome que lo publicara; debe ser de principios de los noventas y desde entonces ha andado escurriendo por mis archivos, y digo que es un poco inoportuno porque para los católicos estos días son de vigilia rigurosa, aunque no hay que olvidar que los pueblos del tercer mundo tienen dispensa de esta regla y yo, en particular, porque tengo que recuperar hemoglobina, neutrófilos y demás componentes sanguíneos que abate el carboplatino con su entusiasmo destructivo, además de no pertenecer a la cofradía. Con esto del entusiasmo destructivo me acordé de aquella preciosa copla de la lírica popular hispana: “Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, /que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos”. El sueño es tan puro, tan claro, tan rotundo que no necesita ninguna glosa, está listo para ser comido y aprovechado tal cual es.

SUEÑO CON CARNE

La tierra es toda de carne. Roja, jugosa, palpitante
carne conforma la geografía de la tierra; carne comestible,
apetitosa, nutritiva. El descubrimiento me asombra; voy
azorado por llanuras de carne; me detengo a constatar: sí,
blanda, posible, nuevamente carne, como en el principio,
cuando estaba acabada de hacer; cuando la tierra era nueva,
claro, estaba en carne viva. Lo malo es que cada vez hay más
gente y no va a alcanzar y además la están llenando de cosas
encima, ya no se le puede hincar el diente con facilidad como
antes, cuando toda era pura pulpa sangrante, un tablero de
cortes: aguayón, filete, rosbif, diezmillo, y los caminos
eran de suave carne molida o de pescuezo picado y los
lomeríos eran suaves pendientes de falda de res. Carne,
carne, trescientos sesenta grados de carne, y en ella yo,
antes que nada yo, yo en la carne, yo por la carne, yo con la
carne, yo la carne.

El mar de los sargazos

Las palabras, cuando caen en la imaginación sin defensas de los niños, producen muy extraños efectos. Antes o después, todos recordamos el momento en que conocimos una palabra cuyo impacto fue tremendo aunque su significado lo hayamos aprendido después. Yo de la que me acordé anoche fue de sargazos. El mar de los sargazos, en donde los barcos caían apresados por una inmovilidad devoradora, remotamente vegetal, aniquilante. Tenía la dichosa palabra una densidad gelatinosa y pegadiza como un moco, al mismo tiempo que constituía una madeja de hilachas espirituales que parecían estar riéndose con bocas descarnadas de las víctimas a las que los vientos del mar, aliados con las más ruines intenciones morales, habían arrojado a sus fondeaderos asquerosos de los que nadie podía escapar; ay del que cayera en el mar de los sargazos porque tendría que permanecer allí, pudriéndose hasta la consumación de los siglos y sin poder secarse y hacerse polvo por efecto del agua del mar, las irascibles tormentas y la maldición que en sí entrañaba la palabra.

Que luego vine a saber que es una zona en el Atlántico, cerca de las Bermudas, que tiene las condiciones necesarias para que se reproduzca un alga que los navegantes portugueses llamaron sargazo y sirve de habitat para montones de especies y que es la zona en donde las anguilas se sienten cómodas para desovar y regalarle al mundo esa delicia cada vez más inaccesible que son las angulas.

Si uno bucea un poco en la memoria y trata de extraer del fondo los restos del sentido que tuvieron las palabras cuando las oyó por vez primera, puede encontrar infinitas sorpresas, joyas arqueológicas capaces de revelar la historia asombrosa y desconocida de nuestras propias vidas personales.

Ahora fui al revés: me sumergí primero en el proceloso mar de los archivos de donde saqué este sargazo chorreante, lo copié, lo pegué y me pareció que valía la pena compartirlo con los demás aunque no sea algo de actualidad; quiero decir, aunque se trate de una observación de la realidad de hace tres años, lo que para el mundo de la información la hace un vejestorio digno de estar sumergido precisamente en el mar de los sargazos y para el de la palabra entre personas no tiene por qué dejar de tener vigencia, hasta que la deje de tener. Es cierto que en México ya hay otro presidente pero me parece, por desgracia, que la observación vale igual.

IMPENSABLE

En la página 39 de El País de hoy, viernes 22 de octubre de 2004, viene una fotografía y una nota impensables en México y prácticamente, a menos que alguien (¡ojalá!) me desmienta, en América Latina. En el extremo derecho está el escritor Luis Mateo Díez, leonés, autor del libro que está presentado como display en el centro del escenario y como tal arriba de la mesa que hace centro de la conversación fotografiada: Fantasmas del invierno; sello editorial, Alfaguara.
El escritor tiene la pierna derecha cruzada en una actitud de desenfado y habla y gesticula con cierta vehemencia, se nota que habla de algo que le es entrañable y que se siente escuchado con atención como constata la actitud de sus contertulios: en el centro, la periodista Nativel Preciado, mirándolo con simpatía como quien está descubriendo algo interesante y grato en su interlocutor, y a la izquierda, también con la pierna cruzada, aunque con más formalidad, el presidente del Gobierno Español, José Luis Rodríguez Zapatero, sosteniéndose la barbilla con la mano derecha, en un gesto que le es característico, y apoyando con la otra sobre su pierna un libro, supongo que del que se trata, cerrado pero marcado con un dedo en una página determinada, lo mira también con atención y respeto.
La breve nota explica la ocasión: el presidente participa en la presentación de la novela como presentador y como entrevistador. El presidente Rodríguez Zapatero tiene cinco o seis meses de haber asumido el poder que le dio el voto de la izquierda y entre sus actividades de gobierno juzga que está bien leer una novela de un escritor paisano suyo y acepta opinar de ella en público y dialogar con él y con otra persona a propósito del libro en un espacio público, el Círculo de Bellas Artes, al que por supuesto asiste quien quiere.
El hecho es, en primera instancia, cultural, pero se trata también de un acto político. El libro trata sobre el dolor de la posguerra, un tema que el anterior gobierno del Partido Popular no quería tocar por ningún motivo y con el que Zapatero, al aceptar hablar de él, indica que le interesa el tema, que no sólo no lo rehúye sino que lo avala, y lo publica la editorial Alfaguara, una empresa del Grupo Prisa, poderoso en los medios e inclinado, hasta donde los intereses empresariales lo permiten, a la izquierda y que ha apoyado a Rodríguez Zapatero.
¿Podría pensarse algo semejante del presidente Fox? ¿Que leyera un libro de un escritor mexicano vivo y se formara una opinión y aceptara establecer un diálogo con el autor ante las personas que quisieran asistir? Por desgracia, creo que no. No tengo ninguna razón para pensar que sea porque nadie se lo ha pedido. Las pocas oportunidades que ha tenido para hablar de la cultura lo ha hecho leyendo el discurso y, por desgracia, con errores que han puesto en evidencia que no lo ha escrito él. Pero esto, claro, no lo digo del presidente Fox sino que me extiendo a imaginarme en esa situación a Zedillo, a Carlos Salinas, a De la Madrid, a López Portillo (que ejercía de escritor cuando no era presidente), a Echeverría, ¡a Díaz Ordaz!, y así me sigo hacia atrás y no encuentro que ninguno hubiera podido desembarazarse del pedestal terrible de la presidencia y bajar al pequeño mundo de la cultura y al más pequeño todavía de la vida real. ¡Cuándo llegará ese cuándo! Impensable, impensable.

A vuelo de pájaro

Tengo pereza mental. Por más que quiero, la máquina de pensar no arranca. El muestrario de cosas que me interesan o que supongo que puedan interesar a los demás permanece obstinadamente cerrado y se niega a mostrar sus maravillas. Los demás, me digo, deben estar en las mismas circunstancias que estoy yo, preguntándose por qué hay gente que no asume el descanso como una obligación. Es Jueves Santo. Pero, claro, siempre hay gente que tiene que estar activa para mover el motor mínimo del día: algunos que manejan vehículos, quienes atienden los establecimientos de comida, los que vigilan la seguridad pública y alguno que otro poeta que tiene que dar el testimonio. Lo que me consuela es pensar que mañana será peor. Me asomo por la ventana y la calle está vacía; busco el periódico por internet pero las páginas virtuales tienen sólo imágenes borrosas. Ni soñar con una sola noticia interesante.

La minuciosa labor del roce y el sudor de mis dedos, para colmo, ha borrado los signos que indican la letra que se activa en el tablero; voy a ciegas por la imaginación y por la memoria. Mi mamá era mecanógrafa; muchas veces, sobre todo cuando era muy chico, antes de entrar a la escuela, estuve con ella en la oficina en que trabajaba frente a una negra máquina de escribir enorme que tenía una pizarra alta al frente, de metal rígido, con un clip para fijar la hoja que había que copiar; el trabajo era eso, tomar un dictado en una escritura cifrada que permitía que el jefe, el señor, el licenciado, hablara cómodamente a su ritmo natural y enseguida la secretaria traducía esa taquigrafía a un escrito a máquina en hojas con membrete, con las copias necesarias a papel carbón, en que pudieran ponerse firmas y sellos que acabarían justificando el trabajo de todos y moviendo la máquina social de la burocracia. Ese escrito era borrador tantas veces como enmiendas quisiera o tuviera que hacer el licenciado, para eso estaban las mecanógrafas; la mecanógrafa, mi mamá, lo fijaba frente a sus ojos y sin mirar el teclado, como una virtuosa del piano, como una bandada de gorriones picoteando en un recipiente de alpiste, reproducía la hoja al ritmo de una dicción lenta pero continua, como un discurso sin atropellos, con serenidad, con conocimiento de causa.

Vaya, ya me pasó como a mi vecino Lope, al que Violante le mandó hacer un soneto, y resulta que ya tengo escrita, sin querer, mi página del día. Ahora sólo me falta elegir en el tiradero de al lado algún texto de los que se van quedando rezagados y mueren de melancolía en el cajón… ¡Ándale!, ya salió uno aquí que viene a cuento:

ATENCIÓN: VENCEJOS EN EL AIRE

Lo normal es que uno alabe el canto de los pájaros, que celebre sus trinos con distintos modos y matices, que diga que a su arrullo las mejores causas de amor tienen cabida y tienen defensa los momentos más crudos, si es que uno es de esas personas que van valorando los distintos momentos que vive en una especie de contabilidad vital, digamos. De suyo los de los pájaros son los hilos con que se teje el gusto por la vida.

Quién, qué poeta, qué alma sensible no ha glosado esa orquesta de ángeles en matinal espejo de ánimas que es el canto de los pájaros apenas haya cerca un árbol, un jardín, un seto respetable. ¡Con qué tenacidad nos acompañan! Y aquí hay al lado mismo un jardín, el de la casa de Lope y ahora sí que a vuelo de pájaro, cerquísima, el Real Botánico y el muy arbolado Paseo del Prado. Me acuerdo sin miedo del bosque de bambú en dos o tres metros de la calle Tiépolo, a veinte metros de mi casa, en México, donde una hipérbole de pájaros despertaba mi terraza con infinita alegría. Yo los espiaba con sigilo y en bata venir a degustar los mijos, las chías, los alpistes, las semillitas de linaza con que los convidaba mi mano franciscana. Mirlos, gorriones, ruiseñores, clarines y zenzontles, canarios y verdines, canten, digo hoy en la memoria revenida como cauce de agua fresca, correspondan a mis expectativas, digan la voz de lo precioso, endulcen el aire de todos y recompongan el mundo, cuyo son ustedes como joyas audaces en la cristalería de la naturaleza. La función, la sacrosanta función de la poesía, les digo casi a gritos.

Sí, sí, puede decirse incluso que estamos hartos del lugar común que representa su alabanza, que de tan abundante resulta ya pesada la exaltación de esa belleza. Oh. ¡Pájaros! Pues hay también reverso en esto de los pájaros; si estás en Madrid difícilmente te escaparás del horroroso rechinar de los vencejos que llegan hacia la mitad de la primavera y comienzan a reproducirse con nerviosismo impaciente, de modo que al comenzar el verano, cuando no hay más remedio que tener abiertas las ventanas porque el calor aturde, son ya tantos que no hay Ilíada que los contenga y describa ni narre sus batallas y pasiones, su vocación inicial de golondrinas pervertidas al vuelo por ve tú a saber qué tentaciones, sus aguzadas quillas que así cortan el aire como si tuvieran que atravesar Mediterráneos enfrentados entre sí siglo tras siglo sin llegar a armonizar jamás su convivencia. Éstos no cantan, chirrían; son alambres estirados en el aire, vuelan en todas direcciones y como italianos locos al volante hacen sonar sus bocinas agudísimas de metal tenso de seguro para no estrellarse unos con otros. ¡Quién puede quererlos! Como si hubieran soltado a un mismo tiempo todos los Heinkel, los Junker, los Fiat, los Chatos, los Savoias, los Romeos y los Messerschmidt que volaron aquí arriba en el 37 y el 38.

Pero todo tiene su límite, hasta esto de los pájaros: hacia finales de julio comienzan a remontarse cada vez más alto, más lejano, más puntitos desbarajustados en el cielo hasta que desaparecen. Emigran como las almas, para arriba. De modo que al empezar agosto uno no sabe ya si los aborrece y qué bueno que se fueron o en realidad los extraña tanto que quisiera vivir un año más para volver a verlos.

Pureza de sangre

Qué curioso que la sangre haya estado identificada, de una manera tan indudable, con la jerarquía social, con el derecho al reconocimiento de una dignidad a priori, con la reivindicación del valor que alguien tiene por haber nacido hijo y nieto de tal o cual. Y que una supuesta mezcla de sangre distinta de la original -como si hubiera una sangre original y pura- haya podido justificar grandes cataclismos históricos, como la expulsión de los judíos y los árabes de España o el Holocausto, por poner dos ejemplos brutales.

Ayer salió una nota en prensa acerca de la producción en laboratorio de sangre tipo universal, lo que resuelve gravísimos problemas para millones de enfermos que necesitan transfusiones que no siempre se encuentran del tipo requerido, con lo que se salvarán en el mundo incontable cantidad de vidas. ¿Pero qué diría un hidalgo orgulloso de su estirpe si se viera en necesidad de ser transfundido con este producto de laboratorio? ¿Cómo se habrían visto a sí mismos quienes convencidos de la pureza de su sangre tuvieran que aceptar una sangre, ya no sólo ajena sino de laboratorio, falsa, hechiza, para sobrevivir?

Y se me ofrece este tema porque precisamente tengo que ir ahora a que me hagan una prueba de sangre. No precisamente para constatar su pureza e hidalguía, que ya se sabe que son de largo alcance, sino para ver su capacidad de coagulación, cosa bastante más prosaica. Lo hago con frecuencia desde hace más de un año para regular la dosis de anticoagulante que ingiero para tratar de evitar que se haga un grumito por ahí, en alguna vena, se desprenda y realice un viaje irresponsable y fatal por los ductos internos hasta llegar al pulmón y causar un desaguisado. Que sería definitivo, por supuesto. Porque resulta que la sangre no está tan determinada por su origen como por lo que comemos; si comemos alimentos ricos en hierro, como abundantes ensaladas verdes que evitan la anemia, propiciamos una mayor capacidad de coagulación de la sangre y por no estar anémicos acaba por volvérsenos espeso el caldo y hacérsenos bolas el engrudo.

Abro un cajón del viejo escritorio de roble y revuelvo algunos papeles amarillentos; de entre ellos sale éste que releo y me apetece compartir.

Y ahora lo digo en otros términos, más reales: reviso los archivos de la computadora y encuentro uno de hace muchos años que me apetece compartir. Pero era bonita la nostálgica evocación del mueble de antigua estirpe que me heredara un mi abuelo junto con una sangre limpia y orgullosa de su pasado heroico.

LOS LIBROS MÁGICOS / LOS MÁGICOS LIBROS

Hay varios mundos, o si se prefiere hay varias estancias en el mismo mundo en el que aparentemente vivimos. Es decir: vivimos pero esta vida sólo es apariencia, o más bien dicho, sólo es fragmento de apariencia. Trataré de explicarme: hay varios compartimentos en lo que llamamos la realidad en los que las cosas no ocurren de igual manera. En unos se vive de un modo y en otros, de otro. La misma realidad, el mismo entorno, como si pertenecieran a un bargueño de infinitos cajoncitos, se manifiesta de modos sumamente distintos en cada casilla.
Cada uno de los que habitamos el mundo, y para reducir un poco las proporciones y dejar que la imaginación se agarre de algo más tangible diré que cada uno de los habitantes del país, tiene la posibilidad de escoger en qué parte de la realidad le gustaría estar ubicado. Todo es que lo sepa, que alguien le informe que entre sus derechos humanos se encuentra el de decidir cómo quiere vivir su muy particular realidad. Y que sea dotado de la herramienta mínima necesaria.
¿Y en qué consiste esa peculiar herramienta mágica que puede hacer las veces de varita que tocando a cada uno en la cabeza, aunque hay quienes dicen que en donde debe tocar primordialmente es en el corazón, lo ubique de golpe y porrazo en el departamento de su preferencia?
Se podría decir que tal se halla en cada uno de los infinitos libros en que los escritores han ido construyendo las puertas que abren las cámaras de la imaginación.
El tiempo en ellos –los libros– sufre una violenta abolición o por decir mejor un cambio de ser que lo clona reproduciéndolo hasta el infinito, como una imagen ante dos espejos encontrados.

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