Tirio y Tario

Poco antes de venirme a España, Luis Ignacio Villagarcía, en Colima, me hizo un regalo precioso: me dio dos perros de barro que me traje perfectamente empacados. Comenzaron a vivir sus días entre las plantas cercanas a los balcones del salón. Cuyas historias contaré otro día, las de las plantas. Unos perritos muy simpáticos y con una importante función: acompañar a las almas en su viaje al más allá. Para que vean cómo los mitos se repiten. Un buen día llegué y uno de los dos, Tario, el rojo, estaba destrozado, la chica que me ayudaba a la limpieza trajo un niño chiquito, y… Lo llevé con una restauradora pero resultaba más caro que volver a ir a Colima a tramitar lo que eran: unas réplicas funerarias perfectas, pero réplicas. Al cabo, a lo mejor ni los necesito, pensaba yo. Qué ingenuo.

TIRIO Y TARIO

Mis perros Tirio y Tario están quietos,
Martirio y Trinitario, pero me gusta llamarlos como los llamo,
ellos me entienden porque quieran o no están acostumbrados
a la voz del amo,
voy hacia ellos que están quietos y les acaricio las cabecitas
destacadas entre la fronda del jardín.
Qué tibio está su barro colimota.
Con qué serenidad me esperan
para acompañarme en el viaje ritual para el que fueron hechos.

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