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Despedida

Hoy a las cuatro y media de la tarde, de Madrid, Alejandro se fue y en este blog que le hizo seguir adelante cada día nos dejó sus palabras para siempre.

Vuelvo a publicar su poema de DESPEDIDA

DESPEDIDA

Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,
pedir los abrigos y marcharnos,
aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo
y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;
se quedarán los demás, que cada vez son otros
y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,
también el hueco de nuestra imaginación se queda
para que entre todos se encarguen de llenarlo,
y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,
como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo
y luego, sin rencor, deja de estarlo.

¿Se imaginan el esplendor del cielo de los tigres,
allí donde gacelas saltan con las grupas carnosas
esperando la zarpa que cae una vez y otra y otra,
eternamente? Así es el cielo al que aspiro. Un cielo
con mis fauces y mis garras. O el cielo de las garzas
en el que el tiempo se mueve tan despacio
que el agua tiene tiempo de bañarse y retozar en el agua.
O el cielo carnal de las begonias en el que nunca se apagan
las luces iridiscentes por secretear con sus mejillas
de arrebolados maquillajes. El cielo cruel de los pastos,
esperanzador y eterno como la existencia de los dioses.
O el cielo multifacético del vino que está siempre soñando
que gargantas de núbiles doncellas se atragantan y se ríen.

Lo que queda no hubo manera de enmendarlo
por más matemáticas que le fuimos echando sin reposo,
ya estaba medio mal desde el principio de las eras
y nadie ha tenido la holgura necesaria para sentarse
a deshacer el apasionante intríngulis de la creación,
de modo que se queda como estaba, con sus millones,
billones, trillones de galaxias incomprensibles a la mano,
esperando a que alguien tenga tiempo para ver los planos
y completo el panorama lo descifre y se pueda resolver.
Nos vamos. Hago una caravana a las personas
que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós. 

Aviso

Querido todos, nos tuvimos que encerrar en el hospital. No teníamos internet y se me perdió por completo el orden del pasar del tiempo. Por fin Milagros lo conectó. Mañana les contamos cómo anda la cosa.

Domingo del perdón

Hay días en que el ramalazo es tan fuerte que no sabe uno cómo esquivarlo, y eso me pasó ayer: me vino de pronto un malestar profundo por dentro y por fuera, dolores, incomodidades, tensiones, tristeza (mucha), desesperanza, y todo se juntó en un haz de porquería de comportamiento que hizo sufrir mucho a Milagros porque la pobre no sabía qué hacer, cómo contentarme, cómo ayudarme a encontrar algún alivio. Hoy le pido perdón por escrito, porque me cae que no se lo merece. Y buscando cómo remediar la cosa –algo tengo que hacer, me dije, no puedo seguir por esta pendiente hasta donde le dé la gana- dormí lo mejor que pude; apagué la luz temprano y recogí cada pizca de sueño que pudiera encontrarme por ahí; total, pensé, si me despierto muy temprano en la mañana me pongo a leer o a ver qué invento; sin ansiedad esperé cada vez a que el cuerpo solito se aflojara y cayera de nuevo en otro rato dormido, así que por la mañana, cuando nos dimos por despertados, después de haber acabalado bastantes horas de andarse paseando por los parque oníricos, ya se puede decir que había cumplido suficiente como para haberme repuesto y para dominar el humor. ¡Qué otra cosa!

Y hoy domingo me tengo hecho el propósito de pasarla lo mejor que se pueda. Y también para no estarles dando a mis interlocutores esas señas tan equívocas: que puedo seguir escribiendo pero que no puedo ya con el poema, y no sé qué que dije ayer. Pero eso sí es cierto, y lo dije con la mayor seriedad; la verdad es que los cantos rodados me obligan a ponerme en un campo de batalla, el sitio de trabajo, y eso, aunque lo haga lo más relajado posible, representa de todos modos un esfuerzo de concentración que requiere energía, y ahora sí no tengo. Mejor me sigo con la lectura de las estupendas novelas de Henning Mankell que estoy leyendo. Tratan de un policía sueco y la resolución de sus casos cotidianos pero en realidad son creaciones literarias de gran alcurnia. Me entretienen mucho porque los casos son complicadísimos y muy fuera de serie, las motivaciones de los asesinos no son las tradicionales sino unas rarísimas que de plano le quitan a uno las ganas de adivinar quién es el asesino para hundirlo en unos documentos de comportamiento humano muy extraños y enriquecedores. Así que bien contento estoy de haber encontrado a este autor.

Con lo que aprovecho para desearles buen domingo. Que les dé sabroso el sol y que tengan brisa para refrescarse.

Cuando Alejandro Magno…

CUANDO ALEJANDRO MAGNO ENTRÓ EN
TEBAS Y ARRASÓ LA CIUDAD, NO
RESPETÓ MÁS MORADAS QUE LAS DE
PÍNDARO Y SUS DESCENDIENTES

Viene el conquistador;
en la sedienta casa de su corazón
la muerte vierte ríos;
con millares de hachones de cabellos incendiados
aluza el hombre de la soledad sus compañías;
son actos universales sus palabras.
Todo pase a la muerte, dice,
todo lugar y toda gente
que no tenga algo de mi nombre,
menos las casas de Píndaro, el poeta.

Fin de los cantos

Creo que ya no puedo seguir con los cantos rodados; no, por lo pronto; quizás más adelante o tal vez en forma esporádica, pero la continuidad de la historia que quería contar ya está hecha y no me siento con fuerzas para seguir obligándola a dar más de sí todos los días. Siento además muy pesada la tarea que me puse yo mismo de escribirlo durante cada día, sacando de la memoria y de la capacidad creativa diaria los materiales. Cuando se emprende un poema no sabe uno hasta dónde puede llegar; en este caso, claro, hay un relato concreto y unas anécdotas particulares y podían ser previsibles, pero la línea que recorre cada aparición verbal para contar lo suyo es por completo aleatoria y puede ocurrir cualquier cosa en su historia personal.

Por otra parte, me parece que estoy llevando los peores días y no me animo a dejar para más tarde el cumplimiento de la labor diaria porque no sé si al rato habré mejorado o serán peores las condiciones y no se me antoja nada dejar la página en blanco sin decir agua va. Si más tarde me sucede algo encaminado a enmendar la situación, será muy fácil remediarlo porque tengo el control para hacer en el blog lo que me dé la gana.

Así está hoy la cosa. Hace un calor pesadísimo y aunque es sábado –todo el tiempo he estado pensando que es domingo, qué distraído- y habrá menos lectores que entre semana, de todos modos es notable la afluencia –que tanto agradezco y tanto me anima- de interesados en esta secuencia, por eso es que he querido aclarar este asunto de los cantos rodados.

Y otra cosa: estamos a punto de contar cien mil entradas, y eso es un montón. Nunca me imaginé cuando comenzamos a hacerlo que conseguiríamos semejante atención. ¡Cien mil veces unos ojos lectores se han detenido en lo que voy escribiendo! Sorprendido y agradecido. Y mucho, porque aunque es cierto que lo hemos currado (taloneado, sería lo más cercano) sin un conjunto de factores de afecto, antes que nada, y de interés en lo que escribo, no se podría imaginar la constancia de los lectores. Todavía faltan cinco mil y no hay que echar las campanas a vuelo, pero se me ocurrió el tema porque pasé por el cuentaovejas (o como le quieran llamar a la cifra que se va moviendo a la derecha de la pantalla cada vez que entra una visita) y sentí bonito.

Sudo y sudo. El verano es terrible.

Petrus


PETRUS

Petrus Aura,
el más remoto de mis antepasados
de que tengo noticia,
fue quemado al pie del castillo de Montsegur,
por hereje,
en el lugar que desde entonces se llama
Val de Chemé.
Con ello perdió la tierra,
los frutales,
el solar,
la mujer (también quemada),
y seguramente libros, manuscritos, actas,
y el cuerpo provenzal, la vida entera.
Pero Petrus,
el más remoto de mis antepasados,
con sus hechos,
ganó su nombre.

Cantos rodados, 19

Luego ya no sé bien porque los años se me hicieron meses
Que se me han hecho semanas que se forman en la cola a esperar
La siguiente, a ver qué trae.
Pero me puse listo con los días de gracia, cuando pasaban los efectos
De los medicamentos y podía comer y beber y charlar y todo
Y entonces llenaba las cazuelas y venían a la casa mis amigos.
Unos taquitos dorados de pollo no van a incomodarle a nadie.

El trabajo en las manos de mi socio, y yo de asueto y abusivo.
Al cabo estar enfermo no es tan fácil. El sol hoy muy temprano
Me mandó mensajero, que si quería yo ir con él a dar la vuelta,
Que estaba por salir en su coche de lujo y el lugar del copiloto
Tiene vistas muy bonitas.
–Sí, -le mandé decir- pero a qué horas me regresas
Porque quedé con cuates de ir a un restaurante chino.
-¿Te imaginas el caos que se armaba si en pleno julio me les desaparezco
para venirte a dejar a la hora de la comida? -me contestó el ingrato-.
Y yo ni modo de quedarme solo a la mitad del cielo y buscar por mi cuenta
Cómo regresarme, si por mi cuenta ya no puedo nada, necesito ayuda.

De modo que dejo para otro día la trayectoria del manto azul
Y me conformo con que se acuerde de mí y se le ocurra invitarme.

Menos mal que ya salí del trance de los hijos adolescentes
Porque el pobre tiene uno que –como los dioses no cambian nunca,
Se quedan idénticos en la eternidad- no deja de ser un chamaco
Que todo el tiempo le está pidiendo que le preste el carro, y la otra vez
Armó una sanfrancia que casi se acaba el universo porque los caballos
Sintieron que no era el patrón y se le encabritaron al rato de que
Empezó el recorrido. Lo publicaron todo en las Metamorfosis, por si
Alguien está interesado en pormenores.

Hoy yo no se los puedo contar con detalles, tengo un cáncer
Que ya me está mandando a la cama a reponerme del esfuerzo de despertar,
Desayunar, escribir esta página y suponer que con nombrarlo, como si
Le acariciara los belfos a la bestia, lo voy a suavizar un poco. Qué inocencia.

Casa demolida

CASA DEMOLIDA

Del viejo señorío sólo quedan estos viejos escombros que veo
y que celebro.
Aquí habrá estado la sala donde se recibía
(alguien aparecía con el servicio del té),
se hablaba en esta sala, de seguro, de los caminos del tiempo;
alguna mano rozó alguna mejilla,
alguna mirada rozó el lindero del silencio
y se concertaron almas con encanto.
Se habrán tratado también asuntos de negocios,
herencias, ires y venires de otras propiedades,
cuestiones entre caballeros,
damas en juego…

Me acuerdo de las plantas que escurrían por las ventanas
y de las que subían y bajaban por la fachada,
las trepadoras y las buganvilias.
Yo por aquí pasaba:
las rodillas raspadas, el cabello corto,
el miedo a los fantasmas,
el amor al diablo y el temor a Dios.
No se veía la gente de esta casa.
En esa parte llena de escombros
pudo haber estado el comedor
con una mesa de roble al centro,
y a la pared, una vitrina grande con las cristalerías;
quizás la familia tenía escudo de armas
que presidiera las horas de los sagrados alimentos.
En aquella otra parte, una escalera
(la ascención, la ascención, mis soledades)
que habrá llevado a donde esos pedazos de muro tapizado
lucían en su sitio, cobijando;
alguna vez abrieron la ventana
y vi ese tapiz en la pared de la recámara
y un gran espejo ovado;
allí se cumplirían amores,
conciertos de soledades espejeadas,
rompimientos y ayuntamientos de almas.
En esta y otras recámaras de la casa
habrán nacido, crecido, amado y muerto
dos o tres generaciones.
Yo recogía las buganvilias para el té.
Era muy antigua mi infancia.
La casa está demolida;
en unos días más
se llevarán todo el cascajo,
las armazones de las ventanas,
el bidet roto,
las tuberías semipodridas
que se arrojan como periscopios a la luz.

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