Luciérnagas

¿Adónde están las cosas que sabemos? ¿En el recuerdo o en la imaginación? ¿O están allí afuera, en donde parecen estar y nosotros, que las sabemos, somos algo aparte de ellas? Lo enorme del cielo pesa cuando enfrente está el mar. Años de años hacía que no veía estrellas juntarse unas con otras y enhebrar su cháchara luminosa, pero ya veo que ahí están, conmigo y sin mí. La noche frente al mar tiene un tamaño distinto. No todas las estrellas son cosa seria, algunas, que se pasan de listas, son aviones que titilan, lo sabes cuando empiezan a reírse, y otras, que vi una noche en Veracruz, no en el Puerto sino en un lugar oscuro, cuando era muy joven, van tan lentas que se confunden: son los satélites, me dijo el tío de Eliseo, son los sputniks. El aire estaba seco aquella vez, como la hoja negra y fija de papel en que se escribe lo que no se ve.

Pero anoche no, anoche la humedad ponía jirones entre la aparición de luces ciertas y fingidas. Y vinieron a plática las luciérnagas. ¿Será que las luciérnagas son luces que ya pasaron y que nada más ven los niños? A Tencha le guiñaban el ojo cuando salía a esconderse con niños en el patio; Isabel, con un babidibú, se las encendía a Fernando; las de Milagros eran revelaciones cintilantes en los paseos por el Burgos de sus padres. ¿Y las mías? ¿También yo tuve luciérnagas allá afuera o las vi nada más en las noches de campamento, cuando las pilas de las linternas sordas untaban la luz de mantequilla en el pan de la oscuridad y el tiempo se detenía encendiendo sus ínfimos anuncios misteriosos? ¿O será que las fumigaciones masivas acabaron con las luciérnagas y ya sólo quedan en la mitología y en el cielo?

El mar -pobre, ya no le queda nada que no se haya sido dicho de él- está frente a esta terraza moviéndose con tanta calma que apenas se oye. Perezoso y denso da unos golpes en las rocas para no perder todo el prestigio y de paso empujar la tierra un poco. Unas son gaviotas y otras no sé si serán alcatraces, cormoranes, o vaya usté a saber; se fueron poco a poco hablando del gentío que hay ahora en esta costa, de la cantidad de construcciones que se han acomodado en la orilla para ver si se beben el mar. Se ve que se les hizo tarde porque ya no van solas. Aquí vamos a estar dos o tres días; ya les iré contando. ¿Y la cursilería?, pos me ha resultado inevitable. Sabrán perdonar.

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