El día menos pensado sin necesidad de aparatos externos vamos a poder leer, oír, ver, sentir, a lo mejor hasta oler lo que pase por donde nosotros no andamos, y tal vez no falte mucho para que tal despropósito ocurra; seremos entonces semejantes a los dioses, aunque, claro, habremos perdido lo que en los últimos siglos hemos apreciado tanto: la individualidad. Vaya usté a saber. Sólo me quedó la duda de si Dios nos huele; yo para eso mejor no existiría.
Por lo pronto, lo que ya es cierto es que es bien fácil escribir y ser leído por los demás sin permiso de los editores, ni de los censores, ni de los que nos quieren o dejan de querernos, sin quedar bien (ni mal) con los que manejan las redecillas de poder. Ora que el chiste es que a los demás les interese lo que escribimos, que se sepa, que todo el mundo se entere y que tengamos el toque de la varita mágica, el ábrete sésamo del interés de los demás. Y como esa es la principal característica de este medio, ahí les voy.