Un taxista en Madrid

Es raro que ocurra pero el taxista que me llevó ayer era republicano. Suelen ser un gremio muy conservador; la mayoría son señores de edad madura, de sesenta para arriba, y pocos son amables; algunos, incluso diría que son groseros; no sienten que tengan que responder con cortesía a desconocidos: prestación de servicio a cambio de una paga determinada. Y punto. Una vez a uno le tuve que hablar alto y fuerte porque empezó a mascullar de mala manera que él sabía la ruta, que éstos creen (ese ofensivo éstos me englobaba, claro) que uno (uno, era él y su gremio) anda haciendo turismo, y no sé cuántas más burradas. Le dije con la voz puesta en su lugar que estaba prestando un servicio pagado y si el cliente sugería una ruta podía discutirla pero no regañarlo ni expresarse con desprecio. Acabó diciéndome que él hablaba así, que disculpara si me había ofendido. Hasta eso que no son malos, es que es su modo de ser. Nomás que uno tiene que hablar fuerte y claro, porque si no…

Conste que he contado esto haciendo una generalización basada en la experiencia y con carácter estadístico, porque ya se ve que hay de todo; con frecuencia la realidad da sorpresas gratas. Los hay con buen humor, con gusto por la plática, con curiosidad por los distintos acentos de hispanohablantes. Algunos muy conocedores, otros tímidos pero arrojados, temerarios, charletas, filósofos…, de todo.

Pero el de ayer era distinto. Lo tomé nada más saliendo de la casa porque se estaba bajando, con dificultades, una señora, a la que ayudé cuando el taxista me dijo ayúdela. Pues qué bien se siente, le dije, ya instalado, tomar el coche a las puertas de casa, como si fuera uno rico (porque esta calle donde vivo es peatonal y sólo entran vehículos de servicio). Y comenzamos a charlar, aunque con muchos circunloquios porque acá hablar de política, que es el tema obligado, es muy riesgoso: la mayoría de la gente tiene muy pocas pulgas. Y la crispación anda en niveles altos. Pero a propósito de esto y aquello salió México a relucir y entonces dijo que tenía una deuda pendiente con la vida: conocer México, en donde está enterrado su tío abuelo, que era exiliado de la guerra. Y por ahí se fue la hebra: que si la Guerra Civil, que si el levantamiento de los militares en contra de la República legítima y democrática, la ayuda a Franco de alemanes e italianos, el exilio, el triste comportamiento de los franceses, la mano tendida de Lázaro Cárdenas, la diplomacia mexicana. Le recomendé el libro de Manuel Ortuño del que hablé aquí hace unos días. Acabamos amiguísimos. Me dio su teléfono y me dijo que no dude en llamarle para cualquier servicio de taxi que se me ofrezca. Hombre, qué diferencia. Lo llamaré cualquier día de estos para ver si ya leyó el libro.

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