Dos o tres cosas me faltó decir ayer del botellón. Una de ellas es que no le tienen miedo a la policía, a pesar de que los encuentre con las manos en la masa. La policía es la policía y su principal función es intimidar como primer paso para imponer la autoridad del estado. Y sí, intimidan. El grupo de hoy, más numeroso que el de ayer se dispersó cuando llegó una furgoneta con dos policías que se bajaron del vehículo y se pasearon fachendosos por el centro del grupo. En ese momento más o menos trataron los chicos de disimular sus vasos y botellas pero su reacción no estaba muy lejos de la que pueden tener unos alumnos ante la aparición de un maestro de esos con los que vale más no enfrentarse.
Optaron por la dispersión tapando los vasos y las chelas con sus prendas o con las bolsas de las chicas. En diez o quince minutos, con gran calma, todos habían emigrado a alguna otra calle cercana mientras los policías ponían infracciones a los coches estacionados en esta que es peatonal. Otra, es que sólo se juntan, al menos en esta calle, las noches de viernes y sábado, y cuando son un poco mayores ya no se ponen ropas de disimulo. No se descarta que la policía haya venido llamada por algún vecino tiquismiquis, de esos a los que les da horror la juventud, que está tan viva.