Epifanía de los dedos

¡Vamos, imaginación, avívate!, les digo con impaciencia a los dedos sobre el teclado, porque son ellos los agentes, ellos el pelotón de vanguardia, ellos la vibración expansiva, y yo, que estoy detrás, los increpo, los azuzo, les digo, anden, bonitos, pongan letras, jueguen con todos los signos que se encuentren, libérense. Allí adentro, en donde se van acomodando las palabras en construcciones verbales con la danza que ustedes llevan en las yemas, hay un espacio de dimensión tan descomunal que es, más que adentro, un afuera de proporciones colosales, un universo más grande y suculento que el cosmos. Suelten los nervios y piénsense semejantes a la memoria de Homero; ustedes son los acentos y las rimas, la sabiduría y el truco, en ustedes está el tejido constante de esa tela siempre nueva cuya urdimbre y cuya trama rebasan la capacidad de fabricar mundos de los dioses. UH, uh, sin freno, ¡adelante!

Y entonces los dedos solos, sin mi voluntad, van escribiendo cosas con el teclado. Piensan en la maravilla que es este medio inmediato y vivo que al tiempo que se va haciendo puede ser recibido por sus destinatarios; esta fantasía que no tiene sustento real y es sin embargo contundente; esta taumaturgia florida que inaugura jardines de colores y formas de prodigio y los pone al alcance del uso de cualquiera, del disfrute de quien se asome a esta ventana, y se entregan gozosos al baile sobre las teclas de las letras. Allá lejos, en un espacio virtual, quedan existiendo las palabras armadas y cuando los usuarios dan el santo y seña, las claves del portento, se muestran con su simpatía y sus errores, listas para servir a la imaginación de quien sea. Ese es el pasmo del blog. No existe en ninguna parte, no tiene un pelo tangible, y sin embargo decenas, centenas, millares de personas de carne y hueso pueden leerlo al mismo tiempo como si fuera cierto y embarcarse en navegaciones nuevas por mares que no figuraron antes en ningún mapa cierto o ignoto.

Uno de los cuadros más bonitos de Octavio Vázquez es una pequeña acuarela apaisada, de unos veinte por doce centímetros, según el cálculo de mi memoria, en la que se ven las olas del mar, todas regulares y encrespadas como ondas o rizos del peinado de una ondina, mientras, desde el aire, sobrevolando, una tacita con alas vierte su contenido líquido en ellas con la constancia serena de estar haciendo lo que debe hacer. Alguien tiene que estar llenando el mar para que no se vacíe y se acabe.

FILTRAR EL MAR

Hay veces que me levanto con la necesidad imperiosa
de filtrar el mar,
ese trabajo titánico pospuesto desde siempre
pero que alguien algún día tendrá que eslabonar;

a veces me asalta la conciencia
instantes después de despertar
cuando se ha hecho con la labor fantástica del sueño
el acopio de toda la potencia
y una humedad salada y jubilosa apremia
que ha llegado el momento de filtrar el mar.

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