El Solitario

Hay algo encantador en los malos. Tal vez por eso el mito de la serpiente nos es tan entrañable. Uno está con la justicia, claro; pero hay un secreto anhelo de que el malhechor se escape, tenga ese juego de astucias oportunas que le permitan burlar a los representantes del orden que por lo general no cuentan con una especial simpatía y que pueden ser unos u otros. Actúan con cuadrícula ejemplar sobre la página de los hechos delimitando con las herramientas de la lógica el espacio en que el héroe se mueve. Pero él es un manojo de recursos. No en vano se llama héroe al malhechor de las películas, cuando la palabra había servido para designar al que hace por los demás el sacrificio máximo: los héroes de la Independencia, los héroes de tal o cual batalla. Los héroes griegos, no obstante, no se sacrifican más que por sí mismos, por su propia fama, y no tenemos sobre su comportamiento una mala opinión, aunque hayan sido tan depredadores como Hércules, tan ojetes como Jasón o tan mentirosos como Ulises. Hay algo en romper el orden que nos parece de un atractivo irresistible. El que se atreve, en la escuela, aunque lo expulsen, lleva colgada en las solapas la admiración de la mayoría, porque se atrevió a hacer lo que todos hubiéramos querido y no pudimos.

Ayer prendieron al criminal más buscado de España, el Solitario. Un atracador de bancos que actuaba solo, como su sobrenombre indica, y del que había muchas imágenes de vídeo ingresando a los lugares del crimen, como dicen, que sin embargo servían para poco. En todas aparecía disfrazado con barbas, bigotes, lentes oscuros, peluca, un chaleco antibalas que lo hace verse mucho más grueso de lo que es, y con las armas metidas debajo del abrigo; ayer llevaba dos pistolas y una metralleta. Y lo pepenaron en Portugal en el momento en que iba a entrar a trabajar. Ya lo venían siguiendo. Se metió primero a un café en el que tres agentes estaban listos para detenerlo; salió de allí y se desplazó al estacionamiento para disfrazarse dentro de su coche; acto seguido, se dirigió al banco, cruzando muy civilmente por el paso de cebra, y al disponerse a ingresar, supongo que en el momento de mayor descarga de adrenalina, porque aunque fuera su asalto número taitantos me imagino que necesitaba una descarga fuerte de algo químico, un levantón, que le diera el valor para entrar y disponerse a matar si la situación lo requería, cuando, como dice el corrido, pistola en mano se le echaron de a montón.

Jaime Jiménez Arbe, 51 años, tres homicidios, decenas de atracos en los últimos 13 años, en los que astutamente se burló de la justicia, detenido en Figueira da Foz, Portugal, por las policías portuguesa y española en conjunto; no hizo el servicio militar porque le diagnosticaron paranoia; vivía en Las Rozas, Madrid, con dos hijos y la madre (de él); los vecinos lo tachan de conflictivo. Nunca cambió el disfraz. Una y otra vez -¿con poca creatividad?- usó los mismos recursos, los mismos elementos de enmascaramiento. Claro, ya detenido pierde todo su encanto; qué bueno que una vez más triunfó la justicia. Fiu.

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