Chorizos en vacaciones

Es agosto; no hay nadie en ninguna parte. Lo que ya se entiende que es un modo de hablar, porque haber, hay. Vas por la calle y te encuentras con montones de turistas, algo de gente hay para atenderlos y una curiosa fauna que trabaja por su cuenta para despelucarlos. Pero muchos comercios están cerrados, muchos puestos del mercado tienen echadas las cortinas y no hay una oficina en donde estén laborando. Excepto, claro, los servicios indispensables. Por ejemplo la expedición de pasaportes de los consulados, porque la afluencia de turistas a los que les robaron la cartera con el dinero, las tarjetas, el pasaporte o los boletos de avión, o todo junto, es constante. Y ni modo de que alguien preocupado por el asunto, como yo, se vaya al aeropuerto a advertirle al que llega que tenga cuidado porque la cantidad de carteristas que hay en el centro de Madrid, en las calles obligatorias para ir a los museos, a Puerta del Sol y a la Plaza Mayor, sobrepasa la de mosquitos que pueda haber en el trópico. Lo peor es que la policía no está en posibilidad de hacer nada porque la legislación no lo considera delito sino falta administrativa; o sea, los detienen, se los llevan, los regañan y los sueltan. Y corren a donde te dejaron a ver si te acaban de esquilmar.

Bueno, ningún lugar es perfecto. Nada más necesitas que alguien te advierta que dejes los pasaportes y los billetes de avión en la caja de valores del hotel, que traigas poco dinero en efectivo y que la cartera no se te ocurra ponerla en una linda y cómoda bolsita riñonera o en algún compartimento de la mochila que tan muellemente te burrificas en la espalda, porque ten la certeza de que cambiará de dueño, sino que te la pongas lo más cerca de lo más intocable que tengas, para que sientas al primer intento de la mano sutil el inefable tacto y puedas darle un manazo: ¡éitale, chingao, dejamos áhi! Y verás que el chorizo –un chorizo es en el habla popular de acá, además del embutido, un ratero- o la choriza, porque las más de las veces son mujeres y con no poca frecuencia madres cargando su criatura, no se arredra, te mira con suficiencia retadora y despectiva desconfianza y sigue rondándote hasta que logras escapártele como si fueras tú quien está en falta.

Las agencias de viajes debieran advertirte; en las líneas aéreas, así como te dan un formulario para rellenar si no eres ciudadano de la Unión Europea, te debieran dar un instructivo sencillo como este que yo te estoy dando para protegerte. Hubo un momento en que Japón sí advirtió a sus ciudadanos a lo que estaban expuestos y disminuyó drásticamente su presencia en España, que tiene un altísimo ingreso proveniente del turismo. Pero qué va, nadie dice nada al respecto, como si fuera algo natural e insignificante, pero ah cuántas vacaciones echadas a perder, cuántos malos tragos pasan por el consulado, cuántas frustraciones evitables y lamentaciones ya inútiles en los mostradores de los hoteles. Tengan cuidado, paisanos, los chorizos notan luego luego que uno no es de aquí y se lanzan sobres. Eso sí: las denuncias en las delegaciones de policía se hacen con rapidez y eficiencia. Algo es algo.

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